martes, 23 de diciembre de 2014

¡¡¡Siempre fuerte!!!

Cuando se enteró mi familia todos querían celebrarlo, así que en navidades me hicieron una comida por parte de mi madre y otra con toda la familia por parte de mi padre. Fueron días inolvidables en mi vida. La familia por parte de mi padre (mi abuela, mi tía y mis prim@s) me regalaron dos ramos preciosos y una tarta enorme, todo fue maravilloso, GRACIAS a toda mi familia, ¡¡¡sois únicos!!!
Las navidades fueron increíbles; una de las mejores navidades de mi vida. Pero aquella cosa que estaba dentro de mí continuaba diciéndome que algo no iba bien, pese a que todo había salido perfecto.
Mi cansancio aun continuaba, aunque ya era con menor intensidad. El brazo derecho lo sentía a veces acorchado y mi respiración aún no se había recuperado; sentía que algo andaba mal. Estaba tan asustada que al principio no quise decir nada… Tenía miedo de que Hodgkin volviera a aparecer… Había vuelto a retomar las riendas de mi vida y no podía volver a pasarme lo mismo. Me encontraba con mucho miedo, le pedía a Dios que todo eso fuera normal y que no me estuviera pasando otra vez lo mismo. Pero un día no pude aguantarme más y se lo comenté a mi madre que hizo que llamara a mi doctora para que le explicara cómo me sentía.
Aún quedaba unos meses para hacerme la revisión, pero mi doctora algo recelosa me mandó hacerme el tac antes de lo previsto y así salir de dudas. Cuando me lo hice y tuvo los resultados vio algo que no esperaba, aquellas células del cuello seguían allí pero con otro aspecto diferente…
¡No podía estar pasándome otra vez! volver de nuevo a pasar por otra quimioterapia… no entraba en mi cabeza… Tenía unos planes, había recuperado mi vida, no podía dejar que nada ni nadie me lo volviera a arrebatar; no podía estar sucediendo de nuevo. En ese momento se paralizó todo mi mundo, todos los recuerdos pasados volvieron a invadirme, de nuevo el miedo me envolvió…
Pese a haber tenido algo dentro de mí que me decía que algo no iba bien, no quise escucharlo y preferí dejarme llevar por los pensamientos positivos.
Otra vez me tocaba llenarme de positividad e intentar hacer que el universo se pusiera de mi lado y con la ayuda de Dios todo quedara en un susto…



De nuevo, ya todos estábamos nerviosos e inseguros por los resultados que habíamos tenido del último TAC. Para más seguridad y realizar todas las pruebas pertinentes, me debía hacer otro PET, prueba decisiva y dónde conoceríamos si de nuevo había aparecido Hodgkin o no.
El día de la prueba, era extraño, pero no me encontraba nerviosa. Dejé mi vida en manos de Dios y que fuera lo que él quisiera.
De nuevo tuve que ir a Sevilla, a Virgen del Rocío, y pasar por los mismos pasos que la vez anterior. Todo salió muy bien, al marcharme me tranquilicé porque no hubo ningun médico que me frenara la marcha y me dijera nada, todo estaba saliendo bien. A la vuelta para mi casa no lo pasé tan bien como hubiera querido. A mitad de camino empecé a encontrarme mareada y con mucha fatiga, hasta el extremo de tener que parar mi padre en medio de la autopista para yo poder vomitar. Mi novio que de nuevo me acompañaba se llevó todo el camino tranquilizándome y echándome aire para que se me pasara el mareo, pero nada lo podía evitar.
Al llegar a mi casa, mis padres (con semblante serio) estaban muy preocupados y con mucho miedo por todo lo que estaba sucediendo de nuevo, y por como me encontraba. Cuando entramos, de nuevo me volvió la fatiga y corriendo tuve que ir al baño, mi pareja muy preocupado me siguió y al verme, rápidamente vino hacia mi para recogerme los pelos y ayudarme. Cuando más o menos empezaba a encontrarme mejor, me metí en el baño para continuar el protocolo de la prueba, me duché y me metí en la cama para descansar. Me encontraba muy cansada y débil. Ya solo debíamos esperar a los resultados definitivos, resultados que nos diría si Hodgkin había vuelto a aparecer o solo era otro susto más.
Los días pasaban muy lentamente. Tras una semana de espera aún no estaban los resultados. Una tarde, estando en mi casa descansando me sonó el móvil, era mi doctora. Ya estaban los resultados, me dijo que debía ir al día siguiente por la mañana para recogerlos, pero que no me preocupara. Rápidamente fui a mi madre para decírselo, entonces mi madre me miró y con voz muy calmada me dijo que no me preocupara, que todo iba a salir bien, que si hubieran malas noticias me lo hubiera dicho en ese momento, mis padres y todos estaban convencidos de que sólo sería un susto, hasta yo lo llegué a pensar y a quitarme la idea de que podía volver a tener cáncer.
Al día siguiente, mi madre y yo fuimos a la cita. Las dos estábamos tranquilas, decididas de que eran buenas noticias y todo el camino lo pasamos hablando de la comunión de mi sobrino, para la cuál quedaba muy poco tiempo.
Una vez llegamos no tuvimos que esperar mucho tiempo, avisamos de que estábamos allí y apenas un minuto después mi doctora nos hizo pasar. Entramos mi madre y yo a la sala y nos sentamos, mi doctora salió un momento y mientras nos quedamos las dos solas allí esperando. Aquel momento se nos hizo eterno. De nuevo algo se infundó en mí, una pequeña intuición de que algo no iba bien, pero en cambio mi madre estaba muy segura, seguridad que me transmitió a mí. Entonces llegó mi doctora, ya estaban los resultados definitivos, ya tendríamos por fin noticias. Sabríamos si podría continuar con mi vida como tanto deseaba, ser una persona normal como cualquier otra y quedar todo en un mal sueño, o de lo contrario volver a pasar por otra quimioterapia, por otra pesadilla, de nuevo por otra experiencia que ésta vez acabaría conmigo, porque no estaba preparada ni física ni psicológicamente, no tenía fuerzas. Mi cuerpo estaba agotado por todo lo que había pasado. Sé que nunca nadie está preparado para éstas noticias, pero os prometo que siempre se sacan fuerzas desde muy adentro, pero habiendo pasado recientemente por el proceso de la quimioterapia y de la radioterapia, mi cuerpo estaba muy débil y muy cansado, mis venas estaban totalmente quemadas y mi cabeza no podría con otra lucha igual.
Cuando mi doctora se sentó, mi madre y yo nos acomodamos y muy atentas pusimos toda nuestra atención en ella y sus palabras.
Lo primero que me dijo fue: ¡lo siento!, continuó hablando, los resultados han salido positivos, es decir, los ganglios que hay en el cuello tienen células cancerosas y para ello, para la confirmación absoluta debemos hacerte una biopsia que nos confirmarán la enfermedad de los ganglios y si de nuevo es hodgkin o no.
El silencio se apoderó de aquella habitación... cuando miré a mi madre las lágrimas le caían sin cesar, mi madre me miró y empecé a llorar como una niña pequeña, no me lo podía creer, no podía estar pasándome de nuevo, sentía que estaba viviendo más que nunca una pesadilla. Después de las palabras de mi doctora, Dios sabe que se me cayó el mundo encima, sentí como si me arrebataran el corazón y lo desmenuzaran trocito a trocito hasta llegar a hacerlo añicos.
No me podía creer que me estuviera pasando de nuevo, sentí que se apoderaron de mi vida, que jamás podría volver a ser una persona normal con una vida normal, que mi vida sería unas continuas idas y venidas al hospital sin cesar, y que jamás podría conseguir mis sueños, alcanzar mis objetivos, ser FELIZ... Ésta vez sentí que me caía a un pozo sin fondo. Sentí que la vida era una mierda.
De nuevo Hodkin había vuelto. Hodgkin me había ganado esa batalla, había podido conmigo, pero no podía permitir que pudiera con mi vida, debía armarme con las mismas fuerzas, ganas, y valor y enfrentarme de nuevo y ésta vez acabar con él y nunca más dejar que volviera aparecer.
¡¡¡Acabaré contigo Hodgkin!!! CONTINUARÁ...






Antes que nada, deciros que siento mucho la demora. Haceros saber que si leéis el blog desde el ordenador, podréis escuchar de fondo una música que pondrá banda sonora a la historia de mi vida.
Informaros que éste es el final de la primera parte de mi historia, final que continuará, si no fuera posible en un libro será de nuevo en el blog, pero no os dejaré sin conocer el final, historia aún más dura y con muchos nuevos acontecimientos. Os iré informando con el tiempo. Pero no olvidéis que Hodgkin continúa. Muchísimas gracias por vuestro apoyo y por seguir la historia, y no olvidéis...


                                                 CONTINUARÁ.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Hasta luego Hodgkin

Tras terminar la radioterapia, continuaba encontrándome cansada. Poco a poco iba recuperando los días… recuperando mi vida muy lentamente. Aún tenía prohibido la exposición al sol. Solo podía ir a la playa en las últimas horas de la tarde y evitar todo lo posible el sol ya que de lo contrario me podía provocar una quemadura más severa en la zona de la radio. Por las tardes intentaba poco a poco caminar y hacer un poco de ejercicio para así acelerar el proceso de recuperación.
Mis días continuaban siendo de descanso. Definitivamente debía seguir descansando para recuperarme.
Necesitaba realizar un viaje y evadirme de todo por lo que había pasado; intentar olvidar aquellos malos momentos con los que tanto había sufrido… Entonces mi chico me propuso ir al pueblo de sus abuelos y así hicimos. Pasamos un fin de semana entero desconectado de todo, respirando aire nuevo y en definitiva recargando fuerzas para continuar luchando. Fue un fin de semana especial; mi primer fin de semana fuera de la rutina de mi vida.
Los días pasaban y me iba encontrando mejor. El cansancio aún continuaba pero era cada vez menos. Me encontraba cada día más feliz, valoraba todo muchísimo y cada momento lo vivía con mucha intensidad. Aunque por otra parte, empezaba a tener miedo… Me aterrorizaba pensar en que el tratamiento no había funcionado y en la posibilidad de volver a darme uno nuevo. Había algo en mí que no estaba segura del todo, pero rápidamente hacía todo lo posible para quitarme esa idea de la cabeza y de nuevo retomar mi vida. Intentaba justificarme continuamente y me hacía creer que ese cansancio tan duradero era normal ya que mi cuerpo había sufrido demasiado… No entraba en los nuevos planes de mi vida continuar enferma; eso no podía volver a suceder…
A finales de agosto era la feria del pueblo de mis padres, entonces aprovechamos para ir y así pasar tiempo con nuestras familias. Pensaba en salir de marcha, aprovechar esos días de feria con mi chico; disfrutar de todo, ¡que ya me tocaba…! Estaría dispuesta a hacer lo que me pidiera mi cuerpo sin venirme abajo.
Ese fin de semana, y como cada año, nos reunimos todos en casa de mi abuela para comer y festejar la fecha en la que nos encontrábamos.
Mi hermana me propuso salir el sábado de feria e ir de marcha y entrar en las casetas. Yo en principio tenía esa idea, pero le dije que todo dependería de como me encontrara. Al llegar el día, me levanté con fuerzas, con ganas, parecía que Dios me había concedido ese día para poder disfrutar como tanto quería. Por la noche empezamos a vestirnos y a arreglarnos. Aún podía venirme aquel cansancio y acabar con los planes que teníamos… pero afortunadamente no sucedió. Me vestí como hacía tiempo que no lo hacía; me maquillé y me puse mi cabello de forma que cubriera todos los claros de mi cabeza... que ya eran bastantes… Esperamos a mi cuñada en mi casa y cuando llegó nos fuimos todos juntos para la feria. Pasamos una noche genial. Mi cansancio no hizo estragos en mí como era lo habitual.
El tiempo pasaba y por fin empezaba a encontrarme cada día mejor, a veces cansada pero la mayoría no. Empezaba a sentirme persona, a disfrutar de lo que me rodeaba y de todo lo que tenía, de mis sobrinos, mi familia, mi pareja... empezaba a recuperar la felicidad.
Poco a poco veía cómo me crecía el cabello; cómo los pelos nacían de nuevo muy finitos, igual que los de los bebés. A medida que iba creciendo me lo notaba más fortalecido, más cabello “normal“. Ya al menos tenía toda la cabeza más o menos cubierta.
Mi novio venía cada fin de semana a verme. Se había apuntado a la autoescuela para superar su miedo a conducir y sacarse el carnet. Poco a poco, juntos conseguíamos todo lo que nos proponíamos.
Durante la semana quedaba con mis amigas y nos veíamos muy a menudo. Intentaba pasar con ellas todo el tiempo perdido. Me encantaba quedar todas juntas y reunirnos para disfrutar de nuestras largas charlas llenas de risas junto a nuestro cafelito. Estos momentos los guardo como de los mejores de mi vida. Ahora todos esos momentos los aprecio al detalle, cada momento supera al anterior, lo vivo con mayor intensidad.
Pasaban los días, las semanas... el tiempo pasaba muy rápido. Ya quedaba muy poco para hacerme la prueba final. La prueba decisiva a la que tanto respeto le tenía… aquella prueba que decidía mi futuro… la que me diría si el tratamiento había ido bien o debían ponerme otro nuevo. Cada día que pasaba me encontraba más nerviosa y con más miedo. Todo el tiempo pasado se me volvía a remover, cosa que me hacía sentir triste ya que recordaba todas las cosas malas que había vivido y por las que les había hecho pasar a toda mi familia. Mi abuela y mi tía habían sufrido también muchísimo. Todos lo habían pasado muy mal por mí y hasta que no me dieran los resultados definitivos no acabaríamos todo con ese sufrimiento. Todos estábamos a la espera de esa llamada tan importante, tan decisiva.
Hasta que llegó el tan temido y a la vez ansiado día. Me llamaron y me citaron para el día siguiente en el hospital Virgen del Rocío, en Sevilla. Me explicaron los pasos que tenía que seguir. Debía estar en ayunas durante 6 horas, estar en reposo sin hacer ningún tipo de ejercicio ni esfuerzo, no podía conducir el día de la prueba y debía estar muy relajada (cosa que me era imposible, aunque por lo menos debía intentarlo) Me recomendaron que una vez finalizara la prueba y llegara a casa debía ducharme y lavar mi ropa rápidamente sin mezclarla con otra ropa y durante ese día tenía prohibido acercarme a niños y mujeres embarazadas. Todas estas normas las debía de cumplir a raja tabla.
Aquel día estuve tranquila. Con la compañía de mis padres y mi novio me encontraba relajada. Cuando llegamos no tuve que esperar mucho para entrar. Entré y primeramente debían hacerme un test de embarazo (puro protocolo). Una vez me lo hicieron y dio negativo, entré en una sala pequeña que estaba dividida por una cortina. Había dos sillones y dos goteros. En el otro lado de la cortina había un señor sentado con el gotero ya puesto. Me senté en el otro sillón y una enfermera muy agradable me dijo que me pusiera cómoda puesto que debía estar allí una hora enchufada y relajada. Primero me pusieron suero y más tarde vino con una bandeja y un objeto encima que daba bastante miedo. Era una jeringuilla enorme y de acero la cual contenía radiación. Me lo pusieron en el gotero y de nuevo se marchó quedándonos en aquella habitación aquel señor y yo. Al principio me encontré algo nerviosa cuando me senté, pero a medida que me iba entrando el gotero mis nervios iban desapareciendo. El gotero contenía entre muchas otras cosas un calmante y era algo que lo notabas al rato de estar enchufada. Tras pasar una hora, la enfermera vino a quitarme el gotero y me dijo que antes de pasar por la máquina fuera al servicio. Seguí sus indicaciones y acto seguido me hicieron pasar a la habitación con la máquina. Me senté en la camilla y me tumbé. Como siempre, debía estar muy quieta y con los brazos muy estirados hacia arriba. Cuando la máquina comenzó a funcionar y poco a poco entraba en aquel pequeño túnel, me volvieron a invadir los nervios. Empecé a rezar; a pedirle a Dios que acabara con toda aquella pesadilla. Le pedía con todas mis fuerzas que fuera la última prueba decisiva y que ya no volviera hacerme ninguna otra, sólo las rutinarias para las revisiones. Rezaba mucho, rezaba sin parar mientras observaba una especie de cuadro con el universo dibujado que había justo arriba. Era precioso. Me centré tanto en aquel cuadro que dejé de rezar y me llegué a evadir de aquella sala. Tanto me evadí que ya no recordaba estar allí. Me teletransporté como a una especie de sueño. Fue extraño. Nunca antes había pensado en casarme; no entraba en mi cabeza el hecho de encontrar a una persona en mi vida y casarme, firmar unos papeles y una persona extraña confirmar que ya somos marido y mujer para toda la vida. Siempre estuve en contra de esas cosas, hasta que encontré a mi novio. Desde que lo conocí, y pasando por la experiencia de tener cáncer, algo se ha infundado dentro de mí y ahora es uno de mis sueños. Pues bien, en ese momento de evasión, no se por qué, pero imaginé mi boda. Era todo muy real. Vi como íbamos vestidos, la música de la ceremonia, la celebración, todas nuestras familias reunidas, nuestras caras de felicidad. Un sueño precioso; casi casi real. Me dejé llevar tanto por mi imaginación que mientras veía todas las imágenes pasar, de repente escuché una voz que me decía que ya podía bajar los brazos. Había acabado la prueba. Regresé de nuevo a la vida real. Cuando me levanté de la camilla de nuevo me volvieron a aparecer los nervios.
Salí de aquella habitación y los enfermeros se despidieron de mí. Mientras iba cruzando el pasillo en otra pequeña habitación había un doctor mirando las imágenes del PET. Cuando me vio me llamó y me hizo entrar en aquella sala. Fue algo que me asustó mucho. Rápidamente le pregunté si había visto algo raro, pero me tranquilizó y me dijo que no, que sólo era una duda que tenía. Me preguntó si también me habían radiado en la parte del cuello, y le dije que en una pequeña parte sí, entonces con semblante serio se despidió de mí y me marché.
Salí muy asustada y en cuanto me reencontré con mis padres y mi chico se lo hice saber. Ellos me tranquilizaron diciéndome que solo era una duda, que si hubieran visto algo extraño me lo hubieran dicho en el momento. Pero algo dentro de mí me decía que algo no iba bien… yo me encontraba bien y todo estaba funcionando como debía pero había una pequeña parte en mí que tenía dudas… Cuando nos fuimos decidí no volver a pensar en ello y dejar que fuera lo que DIOS quisiera.
Cuando llegamos a San Fernando me encontraba algo cansada del viaje, pero mis amigas querían verme. Entonces hice un pequeño esfuerzo y quedamos en el lugar de siempre y también me acompañó mi chico. Lo pasamos tan bien que en ningún momento pensé en lo que había sucedido.
En los días posteriores estuve bastante nerviosa. Quería pensar en positivo, pero solo me merodeaba por la cabeza aquella pregunta. Todos los días rezaba sin parar, le pedía a DIOS que aquello pasara de una vez, que me dejara volver a mi vida, y así poder recuperar todo aquello que antes tenía, UNA VIDA.
Cuando mi novio se tuvo que marchar para su casa empecé a estar más intranquila, así que me fui a pasar esos días de espera a casa de mi hermana y pasar tiempo con mi sobrino pequeño para intentar no pensar en los resultados de la prueba. Los días pasaban y se me hacían eternos... Una vez estuvieran los resultados, mi doctora me llamaría por teléfono y me comunicaría la noticia. Yo le pedí que no me llamara a mí directamente. Le comenté que prefería que llamara a mi casa y le diera la noticia a mi madre antes que a nadie. Necesitaba escuchar el resultado solo de la boca de mi madre; una voz tranquilizadora y conocida, tan conocida que antes de que me dijera nada ya sabría si estaba bien o no.
Una mañana de la semana siguiente, día 13 de Noviembre de 2013 nos dispusimos a salir mi hermana, mi sobrino y yo. Yo siempre iba con el móvil en la mano pendiente por si me llamaban. Estuvimos toda la mañana paseando y antes de volvernos a casa entramos en una tienda. Viendo las cosas me sonó el móvil, me miró mi hermana y corriendo cogió al peque y fuimos fuera. Era mi madre, ¡ya estaban los resultados! recuerdo que no quería ni escucharla, estaba tan nerviosa que mi corazón se me iba a salir. Descolgué y de pronto escuché a mi madre llorando y pegando gritos, ¡¡¡TODO HABÍA ACABADO!!! Mi hermana y yo nos pusimos a gritar y saltar en medio de la calle. Cogimos a mi sobrino y los tres nos abrazamos, gritando y llorando al mismo tiempo. Por fin todo había terminado, todo el sufrimiento y la lucha había finalizado... Rápidamente llamé a mi padre, mi novio y mi hermano para darle la noticia mientras íbamos para mi casa, todos llorando y llenos de alegría. ¡Aún no me lo creía! Había llegado el día tan esperado, con el que tantas veces había soñado, ¡¡¡no me lo podía creer!!!
Cuando llegamos a mi casa mi madre abrió la puerta y se abalanzó sobre mí dándome el mayor abrazo de toda su vida. Fue tan fuerte que casi me asfixia. Mi novio me dijo que cuando comiera cogería el tren y vendría a verme para estar conmigo en ese día tan importante. Todos nos reuniríamos en mi casa para celebrarlo. Por la tarde, mis padres compraron una tarta y todos juntos lo celebramos. Fue un día muy muy especial; nunca lo olvidaré…
Al día siguiente, tenía que visitar a mi doctora. Cuando entré, muy contenta me felicitó y me dio la enhorabuena. Ya todo había acabado, aunque leyéndome el informe me dijo que había quedado alguna duda de unas células del cuello y rápidamente me acordé del día del PET, de lo que me preguntó el médico. Mi doctora me calmó y me dijo que no tenía importancia, que salían como unos restos pero que seguramente sería de la radio; serían células necrosadas a causa de la radiación. Yo confiaba en mi doctora. Para asegurarnos, me mandó una ecografía y así poder descartar cualquier cosa. Me hicieron la prueba y todo salió muy bien; definitivamente eran restos de células muertas a causa de la radioterapia. Mi doctora se despidió de mí y ya no nos volveríamos a ver hasta dentro de 6 meses, para hacerme la primera revisión que sería un Tac.
Muy contenta y ya más tranquila regresé a mi casa, aunque una parte de mí aún no estaba calmada, intuía que algo continuaba fallando.

Por fin todo había terminado, o eso pensábamos...

lunes, 8 de diciembre de 2014

El último pulso contra Hodgkin

Llegó el día de la cita con la radióloga. Mi madre, como siempre, vino conmigo. Aunque iba a un lugar nuevo y desconocido para mí, ya no me encontraba extraña; todo aquello ya formaba parte de mi vida, inclusive lo desconocido.
Cuando me nombraron entramos en la sala y allí nos esperaba una chica joven, muy simpática y cercana. Nos sentamos y ella se dispuso a contarnos todo el proceso de la radioterapia. Nos informó que empezaría el 2 de julio, pero antes de empezar debía pasar por otra prueba; tendría que hacerme otro Tac para poder ver los puntos exactos donde me radiarían. Una vez supieran a ciencia cierta dichos puntos, tendría que pasar por enfermería donde me explicarían los pasos que tenía que seguir durante el tratamiento, los productos que existían para tratar la quemadura que aparecería en mi piel y los efectos secundarios. Luego empezaría con la radio, proceso que duraba 30 días y que consistía básicamente en aplicarme una fuente de calor extrema (me darían la mayor radiación) en las coordenadas que me habían marcado previamente en la prueba del Tac. Me dibujarían entonces unos puntitos en diferentes partes de mi cuerpo y esas marcas se quedarían tatuadas para el resto de mi vida, pero afortunadamente apenas eran visibles. ¡¡¡Ésas son algunas de mis heridas de guerra…!!! Y por último, pasaría de nuevo a visitar a la radióloga para verme y entregarme el informe de todo el tratamiento.
Pues todo comenzó, como he dicho anteriormente, con el Tac. Ese día fui acompañada de mi chico. Entramos en una sala donde de nuevo me topé con la máquina que ya consideraba que formaba parte de mi vida. Me tumbaron y con las manos hacia arriba debía estar como unos diez minutos sin moverme. Cuando terminé, dos enfermeros vinieron hacia mí y me tatuaron unos puntos en mi cuerpo. El primer punto me lo hicieron más arriba del ombligo, el segundo en la parte central a la altura del pecho y el tercero y último justamente debajo de la barbilla. Esos puntos marcarían las coordenadas del lugar donde me darían la radio. Cuando terminaron, y antes de marcharme, uno de los enfermeros vino con una cámara para hacerme una foto para un carnet que me darían y necesitaría para los próximos días de la radio. Ese carnet debía entregarlo cada vez que llegara a la sala y así me nombrarían y podía entrar. Aquel carnet es una tarjeta como el DNI, una identificación de paciente de onco de radioterapia. En él iría una foto, mis datos y la hora a la que debía ir todos los días durante un mes. Mi tarjeta era de color rojo. Había tarjetas de color verde y otras de color rojo como la mía, pero nunca supe la diferencia que existía entre esos dos colores…
A la semana siguiente llegó el día. Antes de radiarme, pasé por enfermería. Allí me pesaron y me explicaron en general el proceso. Me dieron un catálogo con las cremas que podría echarme durante todo el tratamiento porque la zona, debido a la radiación, se acabaría abrasando, por lo cual debía intentar que estuviera todo lo hidratada que fuera posible. Me dijeron que debía seguir una dieta ya que en ese mes tendría que mantenerme en el peso con el que llegué porque si engordaba o adelgazaba ya las coordenadas que habían tomado en mi piel no valdrían. Otra de las cosas que me comentaron era la importancia de no exponerme al sol. Lo tenía tajantemente prohibido y siempre debía salir a la calle cubriéndome la zona radiada ya que de lo contrario supondría más quemadura para mi piel. Y por último, me explicaron los posibles efectos secundarios que me causaría la radio. Ya que me afectaría a toda la zona de pulmones, esófago, estómago, faringe… debía tomar comida blanda e intentar no comer frituras para así evitar daños. Me costaría más trabajo el poder respirar porque los pulmones podrían llegar a agrietarse debido a tanta radiación y lo más importante y normal, me causaría otra vez cansancio. Algo con lo que de nuevo debía luchar y que quizás era lo que más me preocupaba porque ese cansancio hacía mella en mí. Era tormentoso pensar que podía encontrarme “bien” y psicológicamente fuerte pero si mi cuerpo no respondía de igual modo que lo hacía mi mente era algo que me causaba mucha frustración. Volver a pasarme el tiempo tumbada sin poder aprovechar aquellos bonitos días de verano era lo peor... Pensar en todas las personas y sobre todo en que los jóvenes de mi edad sí podían aprovechar los días de calor en la playa, esas tardes de terracita y aquellas noches de paseos, cosas normales para cualquier persona y tan difícil en aquella vida que me tocaba vivir… Encima, no podría aprovechar los días con mi pareja, disfrutar con él como cualquier pareja que acaba de comenzar una relación. Así que de nuevo entré en un pequeño pozo. Psicológicamente volví a decaer. Sentía que mi vida se convertía en la “pescadilla que se muerde la cola”. Salía de un tratamiento para volver a empezar con otro. Pasarían los días, semanas y meses y de nuevo vería y sentiría mi vida pasar mientras yo solo descansaba porque mi cuerpo era lo único que me permitía hacer; descansar y dormir, dormir mucho.
Una vez me explicaron, mi novio se despidió de mí y me deseó suerte. Cuando salí de aquella habitación, me senté en la sala de espera y cuando salió la enfermera le entregué la tarjeta. No pasaron ni 5 minutos cuando me nombraron. Antes de empezar, tenía que entrar en un pequeño habitáculo donde me tenía que poner una bata para descubrirme la parte de arriba. Cuando lo hice pasé a otra sala de espera, donde entraban y salían continuamente los enfermeros. Cuando entré definitivamente a la habitación de la radioterapia me sentí como si entrara en una nave espacial. Es gracioso, pero es cierto. Aquella habitación estaba completamente fría. De fondo se escuchaba música, unas veces relajante y otras música actual, algo que me hacía sentir cómoda. También era muy agradable la compañía de los enfermeros, que como ya he dicho en otros capítulos, son profesionales que me hacían sentir como persona y no como enfermo, algo esencial para mí. Me gusta volver a remarcar esto porque me horrorizaba la idea de que alguien me tratara de manera diferente debido al hecho de que tuviera cáncer. Obviamente existe todavía mucha ignorancia con respecto a esta enfermedad y es cierto que hay mucha gente que te trasmite miedo solo con nombrar la palabra “cáncer”. Por el contrario, también hay personas que me trasmitían una mirada de pena y compasión que me estremecía; era algo que me superaba. No necesitaba miedo, pena ni compasión de nadie; solo fuerza y normalidad ante la situación. Nunca me he sentido inferior ni menos que nadie por tener esta enfermedad. Simplemente eres igual que el resto de los ciudadanos de este mundo pero con una enfermedad por la cual luchas y sigues adelante para acabar con ella.
Pues bien, en la primera sesión me tumbé en una camilla y tuve que permanecer 20 minutos quieta y con los brazos totalmente estirados hacia arriba, sin poder moverme ni un milímetro… menos mal que solo sería así el primer día. En las siguientes sesiones bastaría con radiarme la zona durante 5 minutos. Además de darme la radiación, me tenían que hacer un control exhaustivo de las coordenadas, del peso; todo tenía que estar correcto y en su lugar. Cuando empezó, me puse algo nerviosa. Aunque no estaba acostumbrada a aquel ruido tan extraño que hacía la máquina me parecía un ruido agradable. Si tengo que compararlo con algo diría que es un ruido parecido al de dos cristales que se rozan y forman una especie de melodía; sí, así lo definiría. Siempre le intentaba sacar algo positivo y bonito a todo…
Tras terminar, acabé algo mareada, pero no de la radio, sino del tiempo que estuve tumbada sin poder moverme. Rápidamente me incorporé, volví a entrar en el habitáculo para cambiarme. La bata me la llevaría a casa y la traería todos los días que durara el tratamiento. Seguiría los mismos pasos que me habían marcado aquel día.
Al principio aquel lugar incluso me agradaba. Siempre conocías a personas nuevas, sus historias, de dónde venían...era reconfortante y de cada historia siempre aprendía algo nuevo y sacaba el lado positivo. Aunque suene un poco egoísta, me consolaba escuchar historias similares a la mía. Parecía no estar sola ante aquello; había demasiada gente pasando por lo que yo estaba viviendo. Aquel lugar me enseñó muchísimo; entre los pacientes y enfermeros, de todos intentaba sacar el lado bueno y esto me ayudaba a su vez a dar otro pequeño pasito que me haría crecer más aún como persona. Todos eran increíbles.
Durante todo el proceso de la radio mi madre, mi chico y mi hermana siempre estuvieron conmigo. Se repartían los días y se iban turnando para que yo nunca fuera sola. En todo momento sentí el apoyo y el amor incondicional de mi familia y mi pareja. Nunca tendré vida suficiente para poder agradecerles todo lo que han hecho por mí y pedirles perdón por lo que les he hecho pasar a todos ellos.
Así pasaron los días. Al principio muy poco a poco, pero a medida que iba avanzando el tiempo parecía pasar más rápido. No era un tratamiento duro, ni pesado. La única pega era el tener que trasladarme todos los días a Cádiz para estar 5 minutos que era lo que tardaba y volver a mi casa.
A mediados de mes, ya los tan temidos efectos secundarios hacían estragos en mi cuerpo y sobre todo el cansancio se acrecentaba por día que pasaba. Era inexplicable, porque pasaba de un extremo a otro; de estar muy bien a desvanecerme poco a poco hasta tenerme que tumbar para descansar y seguidamente cerrar los ojos y dormir. A veces eso duraba media hora, otras unas horas y otras todo el día. Cuanto más tiempo pasaba más cansada me encontraba. Era un cansancio que me debía tumbar al instante y dormir, porque no podía con mi cuerpo, me desvanecía como si me fuera a desmayar. Era lo que peor llevaba psicológicamente, me hacía sentir muy impotente…
Llegó la feria de mi pueblo. Tenía muchas ganas de poder disfrutar de ella con mi pareja y mi familia. Sería la primera feria que viviría junto a mi chico; ¡estaba entusiasmada! Pero debido a mi decaimiento apenas pude visitarla. Siempre que llegaba el momento de ir a cualquier sitio que me parecía a priori importante, mi cuerpo se desvanecía y me pedía descansar. Ya ni siquiera pensaba en mi aspecto o en meterme en bullicio sin encontrarme a gusto conmigo misma… Todo eso estaba desapareciendo poco a poco. Sólo me preocupaba el hecho de perder tiempo de mi vida y sobre todo pensaba mucho en que podía hacerle perder el tiempo de la vida de mi pareja. Me sentía culpable por lo que le estaba haciendo pasar a él. Sentía que le estaba robando su tiempo y momentos suyos, además de hacerle vivir una experiencia tan traumática y todo por estar a mi lado. Parecía que la persona que decidió estar a mi lado debía cumplir una pequeña condena por amarme. Mi ángel desde luego no merecía estar pasando por lo que vivía cada día conmigo; me sentía que le arrebataba su vida. Pero él, pese a todas las cosas que yo pensaba y se me pasaban por la cabeza, estaba dispuesto a continuar el camino agarrado a mi mano sin desistir en ningún momento y menos aún sin abandonarme. Dios me había quitado un pedacito de mi vida; un poquito de mi salud, pero a cambio me recompensó con una persona única, una persona que estaría dispuesta a pasar el resto de su vida a mi lado, pese a lo que hubiera que luchar; cuidándome y tratándome como una reina. Un ángel que me cuidaría y me protegería eternamente.
A veces pienso que todo esto son pruebas que te pone la vida. Pruebas a la que te somete Dios para que puedas apreciar lo bella que es la vida, lo bello que es vivir. No apreciamos las cosas, ni los pequeños detalles ni momentos que vivimos cada día hasta que nos pasa algo así. Para mí, mi enfermedad me ha hecho aprender. Intento no sacar nada negativo de ella, sino todo lo contrario, todo es positivo. La lucha constante que debemos tener en la vida, el aprender a no rendirnos nunca, a valorar todo lo que tenemos y a todo el cariño y amor que nos rodea, al amor incondicional de tu familia y de tu pareja, a vivir cada momento como si fuera el último de tu vida y a que siempre hay que luchar...y si decaemos en algún momento, hay que saber levantarnos... levantar la cabeza, continuar el camino y nunca, nunca abandonar. Así es la vida, una lucha constante en la que siempre debemos continuar sin abandonar, pase lo que pase.
Así pasé todos los días hasta el final, llena de mucho cansancio pero rodeada de mucho amor y cariño, lo que me daba tanta fuerzas para continuar luchando cada día más.
El último día, debía pasar por la misma dinámica del principio. Cuando terminé la radio, los enfermeros se despidieron de mí y todos me felicitaron por acabar. Luego pasé por enfermería, me pesaron y me miraron la quemadura. Mi peso continuaba igual, pero en cambio en mi piel había una mancha que me cogía parte del pecho derecho hasta llegar casi al cuello. Una enorme quemadura que dolía mucho. No podía dar ni tan siquiera un abrazo sin estremecerme de dolor… Pero ya eso no era nada para mí; ya estaba apunto de finalizar el camino; ya no quedaba nada para coronarme como campeona en aquella lucha tan larga y dura...
Cuando salí de enfermería pasé por mi radióloga. Cuando entré me dio la enhorabuena y me felicitó. Estaba muy contenta. Me dio el informe y ahora solo quedaba esperar. Esperar para hacerme la prueba definitiva… prueba que daría los resultados de aquel tratamiento tan duro.
Debía esperar para aquella prueba y dar un margen de tiempo de dos meses al tratamiento para que siguiera haciendo efecto, tanto la quimioterapia como la radioterapia.

Mientras intentaría aprovechar al máximo ese tiempo perdido tan valioso para mí. Poco a poco me pondría en marcha y recuperaría el timón de mi vida. Intentaría pasar el mayor tiempo posible con mi familia y mi chico y exprimir su compañía todo lo posible.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Por los "pelos" :p

Después de la última quimio, el tiempo pasó... Pasó como se supone que pasa la vida. Pasaron los días, las semanas. Había días en que las secuelas del tratamiento se acrecentaban.
He de confesar que mi pelo se convirtió en una verdadera obsesión y me gustaría que se entendiera la razón por la cual le dí tanta importancia al cabello.
El cáncer me lo detectan con 26 años recién cumplidos. En ese momento, soy una mujer joven, con una larga melena cuidada y teñida con frecuencia. Me gusta salir y relacionarme con gente de mi edad. Como cualquier muchacha del siglo XXI, una de mis mayores preocupaciones era el físico. Y para mí, el pelo era fundamental en mi imagen y en mi vida.
Siempre asociamos el cáncer con la imagen de una cabeza calva. Nunca llegamos a pensar en cómo reaccionaríamos si nos sucediera a nosotros, porque jamás llegamos a aceptar la idea que nos pudiera pasar algo así y cuando pasa, a veces no damos la importancia a las cosas que verdaderamente las tienen y nos centramos en algo más superficial. Pues eso es exactamente lo que me pasó. Pero no te das cuenta hasta que pasa el tiempo y empiezas a asimilar por lo que has pasado.
Mis días se convirtieron en una obsesión constante con el pelo. Cuidaba todo tipo de detalles para que se me cayera lo menos posible. Uno de los primeros días que me duché estando con la quimio pensé: “los poros con el agua caliente se abren; es decir, que los poros de la cabeza cada vez que me la lavo se abren, pero si por último me doy con agua helada será así como se cierren”.
Entonces cogí ese hecho por rutina: siempre acabaría enjuagándome la cabeza con agua puramente fría, por mucho frío que pudiera hacer. Otra de las cosas era que siempre estaba pendiente a la ropa, al pijama y a la almohada. Cada vez que me levantaba no podía ir al baño sin antes haber mirado mi almohada y la sábana. A veces incluso cuando me encontraba poca cantidad, lo contaba... Contaba pelo a pelo para saber cuántos se habían caído en ese momento. Pero lo que era una obsesión para mí, también se convirtió en una obsesión para los míos, sobre todo para mi madre. Ella sabía la importancia que tenía el pelo para mí y para intentar que yo no sufriera con ello, aprovechaba el momento en el que iba al baño para rápidamente ir a mi cuarto y borrar toda huella que los pelos dejaban en mi almohada. Pobrecita… cada vez que yo no estaba en mi cuarto iba y recogía todos los pelos que se me habían caído… y todo por tal que yo no me diera cuenta de la caída de mi pelo… Yo, por supuesto, me daba cuenta aunque nunca se lo dije directamente. Hasta que un día fui al baño y tardé menos de lo habitual. Entonces llegué a mi cuarto y me encontré a mi madre recogiendo aquellos pelos que se habían desprendido de mi cabeza. Ella intentó ser todo lo natural que le salió en aquel momento. Aunque en su interior estaba cortadísima, reaccionó de manera natural porque no quería mostrarme la importancia que estaba suponiendo también para ella; no quizás por mi familia o por los demás, sino por miedo a cómo podría llegar a afectarme el perderlo.
Mis días transcurrían como lo hacen para cualquier persona, pero no era la misma vida que la de cualquier otro; era diferente. Había días en los que me encontraba bien, otros no tan bien y otros horrible…
Recuerdo un día en especial que me levanté como una mañana cualquiera. Me encontraba bien, cansada pero como siempre, para mí eso era el pan de cada día. En el almuerzo recuerdo que tenía mucha hambre y mi madre preparó una de mis comidas preferidas: puchero. Yo me senté y con muchas ganas me lo comí todo, pero con tan mala suerte que cuando me fui a meter la última cucharada me entró fatiga. Intenté rápidamente levantarme para ir al baño, pero desgraciadamente no tuve tiempo de llegar y me quedé a mitad de camino. En cuanto pude fui corriendo hasta que llegué y entonces ya no pude parar de vomitar.
Los vómitos de la quimio no son unos vómitos como otros cualquiera. Es complicado de explicar, pero es que todo te viene hacia arriba y todo lo echas, con una velocidad que no te da tiempo ni a coger una bocanada de aire. Le tenía tanto pánico al vómito porque dejaba todas mis fuerzas en él y llegaba a perder el equilibrio y casi desvanecerme. Mi madre, corriendo vino detrás mía y cuando me vio, me sujetó con mucha rapidez y me sostuvo como pudo. Fue un momento en el que se asustó muchísimo.
Pasadas varias semanas comenzaba a sentir que por fin me empezaba a recuperar; que por fin empezaba a recuperar mi vida... ésa que tanto anhelaba.
Se acercaba el día de terminar las clases… pero antes debía aprobar los exámenes finales, algo que no sucedió. Tampoco me preocupaba demasiado porque sabía que tenía dos posibilidades más, así que me puse en marcha y a estudiar todo lo que estaba en mis manos porque ese curso lo tenía que sacar fuera como fuese. Tenía pocos días para estudiar, pocos días para aprovechar al máximo mi rendimiento y esforzarme para cumplir ese objetivo.
Recuerdo que el día del examen estaba hecha un flan; muy nerviosa. Éramos al menos casi media clase los que teníamos que recuperar y todos estábamos atacadísimos. Cuando llegó mi turno me encontraba muy nerviosa pero a la vez muy segura de mí misma. Había luchado muchísimo para obtener el aprobado y así debía suceder. Entré, me senté y me puso el audio. Cuando lo escuché me quedé muy sorprendida de lo ligero que hablaba; ninguna persona habla así de rápido, pero aquella profesora tenía que poner el examen más complicado que pudiera, así era ella. Era un texto extenso, pero me centré y me puse en marcha. Puso la grabación y rápidamente me dispuse a signar, todo fluía. Omití algunos signos que no me dio tiempo, pero hice todo el texto. Estaba segura que lo había hecho bien.
A la semana siguiente me dieron las notas… esas notas tan esperadas, tan sufridas y que tanto esfuerzo me había supuesto, y… ¡¡¡HABÍA APROBADO!!! Cumplí definitivamente mi objetivo. Conseguí ese título que tanto me había costado y por el que tanto había peleado. Me encontraba muy contenta; todo marchaba muy bien. Poco a poco iban llegando los logros por los que tanto había luchado.
El día de mi graduación fue muy emocionante. En un principio no quise ir. Pensé que no tendría las fuerzas suficientes como para ir a una cena y pasar toda la noche, ni tan siquiera media hora… No me encontraba con cuerpo, además de no encontrarme físicamente agraciada ya que estaba empezando a palidecer y tenía muy poca cantidad de pelo. Mis amigas insistieron tanto que al final me convencieron. Iba a ser el último día juntas; el último día de todo el centro juntos. Así que cedí.
Pero antes debía pasar por la peluquería. Tenía que hacerme algo en el pelo para que se me notara lo menos posible toda la claridad de mi cabeza. Entonces le comenté al peluquero que me iba a poner extensiones. Le expliqué el problema que tenía y entonces él me dijo que me sentara y que no me preocupara ya que estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones. Aquel momento fue angustioso para mí. Antes de iniciar el proceso de ponerme las extensiones, intentó darme algo de volumen con los dedos… ¡dios, que horror!. Los pelos empezaron a caer como si de una lluvia se tratara. Por pudor, me callé y no le dije nada pero qué sufrimiento tenía… lo pasé verdaderamente mal. Por un momento sentí que me quedaba calva...
Cuando me las puso, todo el mal trago se me pasó; ¡me vi con pelos! como hacía tanto tiempo que no me veía. Qué feliz me sentí… aunque he de confesar que tenía miedo por la presión que hacían las extensiones en mi pelo ya que podían debilitármelo más y el resto que me quedaba caérseme. Pero decidí no pensar y disfrutar de ese gran día.
En la graduación me acompañaron mi hermana, mi cuñado y mi madre. Ni mi padre ni mi chico pudieron estar conmigo. Se sentían tristes por no poder estar a mi lado ese día tan especial, pero les era imposible. Cuando llegué todos estaban allí guapísimos/as, muy contentos e ilusionados. Años atrás me había graduado en otro Ciclo de Grado Superior: “Integración social”, pero jamás vi aquello como lo estaba aquel día. Estaba repleto de familiares; había cientos de personas, ¡qué vergüenza!. Iban nombrando de dos en dos. Mi familia estuvo a la espera de escuchar mi nombre para poder hacerme todas las fotos posibles y grabar ese momento. Cuando me nombraron, yo y mi compañera hicimos a la vez el pasillito hasta llegar a los profesores que nos ponían las bandas y nos daban los diplomas. Para culminar el acto de graduación, uno de mis compañeros leyó una carta agradeciendo a todos nosotros y al centro el año tan bonito que habíamos pasado; con lo bueno y lo malo...
En ese momento me encontraba hablando con una amiga y de repente sentí que me llamaban todos y me pidieron que estuviera atenta a mi compañero. Jamás esperaría la sorpresa que me tenían guardada. Me hicieron como un pequeño homenaje. Gran detalle por parte de todos mis compañeros; en especial a dos amigas ¡¡¡fue precioso!!!. No tenía palabras de agradecimiento. Mi familia y todos nos emocionamos muchísimo; fue algo inolvidable. ¡GRACIAS a todo@s!. Al final duré poquito en la cena pero me lo pasé genial.
Al día siguiente, me metí en la ducha y noté que el pelo se me caía un poco más de lo habitual, pero sabía que ocurriría por la presión que habían ejercido las extensiones en mi pelo durante todo el día anterior. Aunque cuando me lavé la cabeza me asusté bastante… Pensé que me quedaba sin pelo, que esta vez se me caerían todos. Me traje puñados y puñados de pelos; me puse tan nerviosa que empecé a llorar. Pensaba que había llegado el tan horrible momento de quedarme sin cabello… al rato, cuando tuve fuerzas para tocarme y comprobé que todo se había parado ya me calmé. Al final de aquellos días me quedé con muy poca cantidad. Para disimularlo, me pasaba las horas en el baño para ponerme una muy pequeña cola con extensiones cogidas en ella. Intentaba por todos los medios que mi pelo continuara cubriendo mi cabeza…
El tiempo pasó muy rápido; apenas pude aprovecharlo para que me diera el sol y pudiera coger algo de color y para intentar quitarme aquella palidez tan grande que tenía mi cuerpo. No era la típica blancura que todos tenemos en el comienzo de verano. Se notaba a distancia que era una blancura “no muy normal”.
La quimio, además de provocarme algunos de los efectos secundarios mencionados en anteriores capítulos, también me dejó muchas señales y manchas en mi cuerpo grabadas. Cada golpe que me daba se me quedaba marcado; cualquier cardenal e incluso el simple hecho de rascarme algo más fuerte de lo habitual ya me dejaba la señal de los arañazos… me sentía un ogro. Esto también comenzó a obsesionarme ya que me sentía que quedaría marcada para siempre y tenía ya demasiadas marcas en mi piel… Me preocupé hasta que un día -que nunca olvidaré-, estaba con mi chico y hubo un momento que mi mirada se paró en una de aquellas manchas. Acababa de descubrir otra maldita marca en mi piel y mi mirada se clavó en ella. Al verme y sentirme tan fea no pude controlarme y me desahogué... Mi chico al verme tan mal me hizo un comentario que se me quedó muy grabado (más grabado que aquellas manchas…) Me dijo: “no te sientas así, para mí cada marca de tu piel es un adorno en ella”, fue algo precioso. Me hizo sentir con esa frase bella e incluso segura de mí misma. Es una persona tan especial que nunca tendría palabras para describirlo. Es tan especial como un ÁNGEL.
Tras pasar un mes y medio, llegaba el momento de la cita con la radióloga… De nuevo debía ponerme en marcha y continuar el tan duro camino, aunque ya sentía que para mí era pan comido. Recuperé las fuerzas y de nuevo sentí que podía con todo. Me encontraba bien psicológicamente, que es la mayor de las fuerzas que puede tener una persona que esta pasando por esta enfermedad. De nuevo con el apoyo de mi familia, mi chico y esa fuerza que la sacaba de mis adentros lucharía hasta el final con uñas y dientes. Estaba dispuesta a pasar por lo que fuera sin que esta vez me superara nada ni nadie.




Os espero el próximo lunes con el siguiente relato de mi experiencia. Deseo que disfrutéis y aprendáis con ella como os intento transmitir. Gracias por seguirme.