A la semana siguiente no tenía tratamiento así que de nuevo me podía incorporar a mi vida “normal”.
El lunes ya empezaba las prácticas. Era mi primer día pero no estaba nerviosa. Recogí a mis amigas y nos fuimos a Jerez. En el camino mi amiga me puso al día de nuestra clase, los niños, sus nombres, edades, tipo de sorderas... Cuando llegamos el tutor me saludó con mucho cariño; era una persona entrañable y muy atento. Los chicos me miraron y de uno en uno me vinieron a saludar. Al principio estuvieron cortados, pero a medida que iba transcurriendo la mañana se empezaron a soltar. Pasé todo el día muy bien; sin tener cansancio y cogiendo práctica de mi amiga como intérprete ya que ella en una semana se había puesto al corriente de todo -¡es una excelente profesional!-. Cuando llegué a mi casa, mi madre me preguntó y yo muy contenta le conté el día. Ella, al verme tan feliz, sintió un gran alivio. Cuando comí hablé con mi chico y le puse al corriente y se alegró también mucho.
Luego ya mi cuerpo me pedía descanso; entonces cuando comí y hablé un poco con mi chico me dormí la siesta. Cuando me desperté tenía un mensaje de mi amiga; quería que quedáramos para tomar café, y yo al encontrarme tan bien (un poco cansada pero eso para mí no era nada) le dije que sí y quedé con ella. Llegué a mi casa a las 21:30h. Me duché, cené y me acosté muy contenta y con ganas de que llegara el día siguiente para volver a las prácticas. Aquel día me sentí tan bien porque se me olvidó que estaba enferma… Pude disfrutar de aquel momento que la vida me estaba brindando. Es cierto que de no ser por esta maldita enfermedad no me hubiera dado cuenta de la importancia que tienen estos pequeños detalles y que desgraciadamente no nos paramos a pensar…
Mi día transcurrió como el de cualquier compañero; como el de cualquier joven que está estudiando… Ese simple hecho fue fabuloso… Pude disfrutar del nerviosismo por lo que me iba a encontrar. Sentí cada instante, y lo sentí porque me encontraba bien… Me encontraba, después de haber pasado una semana metida en cama, VIVA.
Poder sentir que estás disfrutando de la vida no se puede describir con palabras. Creo que por eso se dice que la gente que ha pasado por una experiencia tan traumática como es el cáncer ve la vida de manera diferente. Y es definitivamente porque disfrutas de cosas insignificantes que te hacen comprender lo afortunados que somos.
Así pasé toda la semana; entre las prácticas y preparando el proyecto final del curso. Debía aprovechar al máximo esos días en los que me encontraba con fuerzas.
Mi chico hacía ya tiempo me dijo que en mi última sesión me acompañaría. Quería estar a mi lado en mi último día de quimio. Quería consolarme en mi dolor, en mi fatiga, en mi cansancio. Necesitaba estar conmigo para darme todo su apoyo y cariño. Su objetivo era aliviarme todo el dolor que pudiera. Pues así hizo. Al lunes siguiente, de nuevo me tocaba tratamiento, pero por fin ¡¡¡era el último!!! Él y yo le comentamos a mi madre que me acompañaría y mi madre aceptó.
Como siempre mi hermano nos llevó a Cádiz. Llegamos, me hicieron la analítica y mientras nos daban los resultados nos fuimos a desayunar. Mi madre, mi chico, mi hermano y yo fuimos a la cafetería del hospital. Allí estuvimos charlando. Todos estábamos muy contentos porque era mi último día de amargura; mi supuesto último día de sacrificio y esfuerzo. Faltaba muy poco para llegar al final de todo este amargo camino. Pero a la vez estábamos nerviosos por cómo sería de agresivo el último tratamiento.
Cuando desayunamos fuimos a ver a la doctora para que nos diera el visto bueno de la analítica y así poder empezar. Cuando entramos mi doctora me saludó con mucha alegría y me felicitó por el día tan importante que era, “mi última quimioterapia”. Ya habían pasado 6 meses de cuando llegué en un estado lamentable y débil… ya había pasado toda la tormenta, o eso pensábamos. Cuando miró en el ordenador la analítica, me dio permiso para comenzar. La analítica estaba perfecta. Pero antes de marcharme, me dio cita para hacerme otra analítica a la semana siguiente y día para la radióloga.
Antes de entrar despedimos a mi hermano y mi madre. Cuando terminara no nos recogería mi hermano como de costumbre, sino de nuevo mi cuñado y mi hermana.
Entramos en aquella sala y elegí butaca. De nuevo la elegí un poco apartada ya que solo me apetecía estar a solas con mi chico y pasar lo más rápido posible el último mal trago. Cuando vino la enfermera me dio dos besos y los acompañó con un par de palabras: “buena suerte”. Ya sabía lo mal que estaban mis venas. Cada vez que metían una aguja éstas se rompían y tenían que pinchar de nuevo. Mis frágiles venas ya no soportaban aquel líquido. Tras marcharse la enfermera mi pareja me acomodó, me echó la manta por encima y me tumbó el respaldar de la butaca. Me dio un beso en la frente y me dijo: “tú puedes con esto campeona”. Ambos empezamos a hablar un poco. Yo me sentía algo asustada; tenía miedo a los efectos secundarios… no sabía cómo iba a reaccionar mi cuerpo esta última vez. Después de entrarme el primer líquido me quedé dormida. Dormida hasta que llegó uno de los peores momentos… el momento de la comida. Rápidamente me desperté con el olor. Le pedí la colonia a mi chico y me la echó en la manta y en las manos. Me puse música y cerré los ojos. Pasé ese momento como pude.
A medida que iban pasando las horas me iba extrañando. No me encontraba tan mal; los olores no eran tan intensos y el sabor no estaba tan agravado, era realmente muy extraño. Estaba acostumbrada a que pudieran conmigo los terribles efectos secundarios y en mi último día, cuando mi cuerpo ya apenas aguantaba, no tenía acentuadas aquellas desagradables sensaciones.
Mi madre me llamaba constantemente para preguntar cómo iba, cómo estaba, qué sentía; y al contarle que todo iba perfecto se extrañó tanto como yo. Cuando llevaba tiempo enchufada y ver lo bien que me encontraba dentro de lo malo, decidí no centrarme en todo aquello y pensar que estaba en otro lugar disfrutando con mi chico. Él no paraba de darme mucho cariño, no me soltó la mano en ningún momento, excepto cuando tenía que ir al baño, que era bastante a menudo debido a todo el líquido que me metían.
Tras pasar el momento angustioso de la comida nos pusimos a charlar de nuevo. Mi pareja me transmitía mucha tranquilidad, paz y serenidad. No sufría tanto como con mi madre, ya que a ella pese a que no lo mostraba, sufría muchísimo con todo aquello y sobre todo con mi delicadeza. Él se mostró muy sereno, como si estuviera ya acostumbrado a ello y era la primera vez que entraba en un lugar así. No era normal lo que me estaba sucediendo, no tenía esos efectos secundarios, todo era como al principio. Creo que con nuestro amor y fuerza nos unimos y ambos pudimos con aquello. Juntos podremos con todo. No tengo palabras para describir como me sentía.
Al llegar el momento del líquido corrosivo ya me asusté y de nuevo me invadieron los nervios. Él, sin soltarme de la mano, me besó y me dijo: “el último sprint princesa, tú puedes”. Lo miré y cerré los ojos. Notaba como el líquido entraba poco a poco y me dolía. Al principio el dolor era soportable, pero a medida que iba entrando me iba doliendo más y más hasta que de nuevo tuvo que pararlo la enfermera. Al ver la fragilidad de mis venas, decidió pincharme en la otra mano y en distinta zona, para así intentar que mi brazo aguantara todo lo posible. De nuevo me pincharon y fue ahí donde pude soportarlo. Me lo enchufaron en la muñeca. Era raro, porque siempre en la muñeca sentía mucho dolor, pero ese día extraño, todo era diferente y aguanté todo el tiempo.
Al acabar todos los enfermer@s que habían allí se despidieron de mí. Todos formaban una pequeña gran familia. Me faltan adjetivos para definirlos. Son personas únicas e inigualables. Son grandes como profesionales, pero más aún como personas. Son personas admirables. Les cogí muchísimo cariño.
Al salir, llamamos a mi cuñado para que vinieran a por nosotros. Mientras los esperábamos abajo, mi chico solo sabía abrazarme y preguntarme cómo me encontraba. Cuando llegaron y vieron lo bien que me encontraba rápidamente la preocupación que se reflejaba en sus caras desapareció. Asombrados me preguntaron cómo me encontraba y cómo había pasado mi último tratamiento y yo, con una gran sonrisa, les contesté que todo había ido muy bien. Hacía mucho tiempo que no me sentía “tan bien” después de un tratamiento. Supongo que mi mente reaccionó antes que mi cuerpo.
Al llegar a mi casa, mi madre abrió la puerta y me recibió con un abrazo que casi me ahoga, pero es que luego vino el de mi padre y por último el de mi hermano... qué contentos estaban todos… ¡qué alegría!. Hacía ya seis largos meses que no les veía una sonrisa como la de aquel día...
Todos me recibieron en mi casa muy contentos y felices. Había acabado el infierno; había terminado las semanas de fatiga, vómitos, malestar y la gran auto-tortura psicológica.
Cuando me senté en el sofá ya empecé a notar que mi cuerpo poco a poco iba decayendo, pero pude aguantar un poquito solo para aprovechar y disfrutar de ese instante de felicidad con mi familia y mi chico. Todos merendaron, pero yo como no podía probar bocado no comí nada. Al rato grande ya se fueron mi hermano, mi cuñada y mi sobrino mayor. Mi hermana se quedó un rato más. Ella también deseaba aprovechar al máximo esos momentos conmigo.
Me gustaba mirar a mis padres porque estaban radiantes; estaban eufóricos... Mi pareja no me soltó la mano en todo el tiempo que estuvimos y al verme ya cansada, me puso su hombro y me dejé caer en él. Tras hacerse ya tarde y ver que mi cuerpo se iba agotando más y más, se fueron mi hermana, mi cuñado y mi sobrino pequeño.
Mi madre me puso de cenar algo ligerito porque debía meterme algo en el estómago, así que cenamos y rápidamente me acosté. Mi chico, tras haber pasado todo el día conmigo y estar al pié del cañón, también se encontraba agotado. Ambos nos fuimos a la cama y descansamos hasta el día siguiente.
Cuando todos despertaron estaban muy intrigados por saber cómo me encontraría y ¡milagro!, cuando me desperté me encontraba bien; cansada y con algo de malestar pero para mí eso era pan comido. Era increíble cómo después de ser el último tratamiento me encontraba así; no daba crédito. Al sentirme que tenía “vida” y que mi chico estaba en mi casa conmigo debía aprovechar al máximo posible.
Pasé toda la mañana tumbada descansando, pero una vez llegó la tarde me duché, me arreglé y nos dispusimos a ir a casa de mi hermana. Tampoco podía esforzarme demasiado porque sabía que tendría consecuencias, pero no podía quedarme malgastando el tiempo.
Esa semana la pasé bastante tranquila. Con esto no quiero decir que todos los días fueron estupendos. Hubo momentos en que vomitaba, que me encontraba muy cansada; pero eran lo menos… Estoy segura que todo lo pude soportar gracias al cariño de mi familia y al amor de mi pareja. Rodeada de personas así, fuertes y valientes todo se supera.
Al final acabas llegando a la meta y siendo vencedora con todos ellos. Gané el apoyo incondicional de todos mis seres queridos y el enorme amor de una persona que ni siquiera conocía, la que acabó siendo mi pareja y con la que he formado un todo; ahora somos una sola persona. Todo acaba siendo un mundo lleno de mucho amor y mucha felicidad. Y que pase lo que pase, todos juntos vencemos hasta al rival más fuerte, el Cáncer.
De nuevo informaros que la historia continuará el próximo lunes y que aún queda mucho por contar. Muchas gracias por vuestro apoyo y vuestro ánimo, para mí es fundamental para poder continuar con mi relato. Espero vuestras opiniones y para ello de nuevo os dejo mi correo, para aquellas personas que aún sigan teniendo problema para dejar un comentario.
jessy.manlo@gmail.com
Gracias a tod@s.