lunes, 24 de noviembre de 2014

El amor puede con todo

Normalmente me duraban los efectos secundarios cinco días; cinco largos y angustiosos días… Y así pasé los cinco días siguientes… solo despertándome y levantándome para comer; sin ganas ni siquiera de hablar. Desgraciadamente, esta última vez los efectos no duraron solo cinco días… pasé tres días más así y aunque mejoraba por día que pasaba, no me encontraba bien del todo. Después de ocho intensos días, ya por lo menos hablaba con mi chico, podía recibir a mis hermanos y mis sobrinos… pero por poco tiempo, ya que no aguantaba demasiado rato levantada; de momento mi cuerpo se volvía a encontrar muy cansado y me tenía que volver a la cama...

A la semana siguiente no tenía tratamiento así que de nuevo me podía incorporar a mi vida “normal”.

El lunes ya empezaba las prácticas. Era mi primer día pero no estaba nerviosa. Recogí a mis amigas y nos fuimos a Jerez. En el camino mi amiga me puso al día de nuestra clase, los niños, sus nombres, edades, tipo de sorderas... Cuando llegamos el tutor me saludó con mucho cariño; era una persona entrañable y muy atento. Los chicos me miraron y de uno en uno me vinieron a saludar. Al principio estuvieron cortados, pero a medida que iba transcurriendo la mañana se empezaron a soltar. Pasé todo el día muy bien; sin tener cansancio y cogiendo práctica de mi amiga como intérprete ya que ella en una semana se había puesto al corriente de todo -¡es una excelente profesional!-. Cuando llegué a mi casa, mi madre me preguntó y yo muy contenta le conté el día. Ella, al verme tan feliz, sintió un gran alivio. Cuando comí hablé con mi chico y le puse al corriente y se alegró también mucho.
Luego ya mi cuerpo me pedía descanso; entonces cuando comí y hablé un poco con mi chico me dormí la siesta. Cuando me desperté tenía un mensaje de mi amiga; quería que quedáramos para tomar café, y yo al encontrarme tan bien (un poco cansada pero eso para mí no era nada) le dije que sí y quedé con ella. Llegué a mi casa a las 21:30h. Me duché, cené y me acosté muy contenta y con ganas de que llegara el día siguiente para volver a las prácticas. Aquel día me sentí tan bien porque se me olvidó que estaba enferma… Pude disfrutar de aquel momento que la vida me estaba brindando. Es cierto que de no ser por esta maldita enfermedad no me hubiera dado cuenta de la importancia que tienen estos pequeños detalles y que desgraciadamente no nos paramos a pensar… 
Mi día transcurrió como el de cualquier compañero; como el de cualquier joven que está estudiando… Ese simple hecho fue fabuloso… Pude disfrutar del nerviosismo por lo que me iba a encontrar. Sentí cada instante, y lo sentí porque me encontraba bien… Me encontraba, después de haber pasado una semana metida en cama, VIVA. 

Poder sentir que estás disfrutando de la vida no se puede describir con palabras. Creo que por eso se dice que la gente que ha pasado por una experiencia tan traumática como es el cáncer ve la vida de manera diferente. Y es definitivamente porque disfrutas de cosas insignificantes que te hacen comprender lo afortunados que somos.
Así pasé toda la semana; entre las prácticas y preparando el proyecto final del curso. Debía aprovechar al máximo esos días en los que me encontraba con fuerzas.

Mi chico hacía ya tiempo me dijo que en mi última sesión me acompañaría. Quería estar a mi lado en mi último día de quimio. Quería consolarme en mi dolor, en mi fatiga, en mi cansancio. Necesitaba estar conmigo para darme todo su apoyo y cariño. Su objetivo era aliviarme todo el dolor que pudiera. Pues así hizo. Al lunes siguiente, de nuevo me tocaba tratamiento, pero por fin ¡¡¡era el último!!! Él y yo le comentamos a mi madre que me acompañaría y mi madre aceptó.

Como siempre mi hermano nos llevó a Cádiz. Llegamos, me hicieron la analítica y mientras nos daban los resultados nos fuimos a desayunar. Mi madre, mi chico, mi hermano y yo fuimos a la cafetería del hospital. Allí estuvimos charlando. Todos estábamos muy contentos porque era mi último día de amargura; mi supuesto último día de sacrificio y esfuerzo. Faltaba muy poco para llegar al final de todo este amargo camino. Pero a la vez estábamos nerviosos por cómo sería de agresivo el último tratamiento. 

Cuando desayunamos fuimos a ver a la doctora para que nos diera el visto bueno de la analítica y así poder empezar. Cuando entramos mi doctora me saludó con mucha alegría y me felicitó por el día tan importante que era, “mi última quimioterapia”. Ya habían pasado 6 meses de cuando llegué en un estado lamentable y débil… ya había pasado toda la tormenta, o eso pensábamos. Cuando miró en el ordenador la analítica, me dio permiso para comenzar. La analítica estaba perfecta. Pero antes de marcharme, me dio cita para hacerme otra analítica a la semana siguiente y día para la radióloga. 
Antes de entrar despedimos a mi hermano y mi madre. Cuando terminara no nos recogería mi hermano como de costumbre, sino de nuevo mi cuñado y mi hermana. 
Entramos en aquella sala y elegí butaca. De nuevo la elegí un poco apartada ya que solo me apetecía estar a solas con mi chico y pasar lo más rápido posible el último mal trago. Cuando vino la enfermera me dio dos besos y los acompañó con un par de palabras: “buena suerte”. Ya sabía lo mal que estaban mis venas. Cada vez que metían una aguja éstas se rompían y tenían que pinchar de nuevo. Mis frágiles venas ya no soportaban aquel líquido. Tras marcharse la enfermera mi pareja me acomodó, me echó la manta por encima y me tumbó el respaldar de la butaca. Me dio un beso en la frente y me dijo: “tú puedes con esto campeona”. Ambos empezamos a hablar un poco. Yo me sentía algo asustada; tenía miedo a los efectos secundarios… no sabía cómo iba a reaccionar mi cuerpo esta última vez. Después de entrarme el primer líquido me quedé dormida. Dormida hasta que llegó uno de los peores momentos… el momento de la comida. Rápidamente me desperté con el olor. Le pedí la colonia a mi chico y me la echó en la manta y en las manos. Me puse música y cerré los ojos. Pasé ese momento como pude.
A medida que iban pasando las horas me iba extrañando. No me encontraba tan mal; los olores no eran tan intensos y el sabor no estaba tan agravado, era realmente muy extraño. Estaba acostumbrada a que pudieran conmigo los terribles efectos secundarios y en mi último día, cuando mi cuerpo ya apenas aguantaba, no tenía acentuadas aquellas desagradables sensaciones.
Mi madre me llamaba constantemente para preguntar cómo iba, cómo estaba, qué sentía; y al contarle que todo iba perfecto se extrañó tanto como yo. Cuando llevaba tiempo enchufada y ver lo bien que me encontraba dentro de lo malo, decidí no centrarme en todo aquello y pensar que estaba en otro lugar disfrutando con mi chico. Él no paraba de darme mucho cariño, no me soltó la mano en ningún momento, excepto cuando tenía que ir al baño, que era bastante a menudo debido a todo el líquido que me metían. 
Tras pasar el momento angustioso de la comida nos pusimos a charlar de nuevo. Mi pareja me transmitía mucha tranquilidad, paz y serenidad. No sufría tanto como con mi madre, ya que a ella pese a que no lo mostraba, sufría muchísimo con todo aquello y sobre todo con mi delicadeza. Él se mostró muy sereno, como si estuviera ya acostumbrado a ello y era la primera vez que entraba en un lugar así. No era normal lo que me estaba sucediendo, no tenía esos efectos secundarios, todo era como al principio. Creo que con nuestro amor y fuerza nos unimos y ambos pudimos con aquello. Juntos podremos con todo. No tengo palabras para describir como me sentía. 
Al llegar el momento del líquido corrosivo ya me asusté y de nuevo me invadieron los nervios. Él, sin soltarme de la mano, me besó y me dijo: “el último sprint princesa, tú puedes”. Lo miré y cerré los ojos. Notaba como el líquido entraba poco a poco y me dolía. Al principio el dolor era soportable, pero a medida que iba entrando me iba doliendo más y más hasta que de nuevo tuvo que pararlo la enfermera. Al ver la fragilidad de mis venas, decidió pincharme en la otra mano y en distinta zona, para así intentar que mi brazo aguantara todo lo posible. De nuevo me pincharon y fue ahí donde pude soportarlo. Me lo enchufaron en la muñeca. Era raro, porque siempre en la muñeca sentía mucho dolor, pero ese día extraño, todo era diferente y aguanté todo el tiempo.

Al acabar todos los enfermer@s que habían allí se despidieron de mí. Todos formaban una pequeña gran familia. Me faltan adjetivos para definirlos. Son personas únicas e inigualables. Son grandes como profesionales, pero más aún como personas. Son personas admirables. Les cogí muchísimo cariño.
Al salir, llamamos a mi cuñado para que vinieran a por nosotros. Mientras los esperábamos abajo, mi chico solo sabía abrazarme y preguntarme cómo me encontraba. Cuando llegaron y vieron lo bien que me encontraba rápidamente la preocupación que se reflejaba en sus caras desapareció. Asombrados me preguntaron cómo me encontraba y cómo había pasado mi último tratamiento y yo, con una gran sonrisa, les contesté que todo había ido muy bien. Hacía mucho tiempo que no me sentía “tan bien” después de un tratamiento. Supongo que mi mente reaccionó antes que mi cuerpo.

Al llegar a mi casa, mi madre abrió la puerta y me recibió con un abrazo que casi me ahoga, pero es que luego vino el de mi padre y por último el de mi hermano... qué contentos estaban todos… ¡qué alegría!. Hacía ya seis largos meses que no les veía una sonrisa como la de aquel día... 
Todos me recibieron en mi casa muy contentos y felices. Había acabado el infierno; había terminado las semanas de fatiga, vómitos, malestar y la gran auto-tortura psicológica. 
Cuando me senté en el sofá ya empecé a notar que mi cuerpo poco a poco iba decayendo, pero pude aguantar un poquito solo para aprovechar y disfrutar de ese instante de felicidad con mi familia y mi chico. Todos merendaron, pero yo como no podía probar bocado no comí nada. Al rato grande ya se fueron mi hermano, mi cuñada y mi sobrino mayor. Mi hermana se quedó un rato más. Ella también deseaba aprovechar al máximo esos momentos conmigo.
Me gustaba mirar a mis padres porque estaban radiantes; estaban eufóricos... Mi pareja no me soltó la mano en todo el tiempo que estuvimos y al verme ya cansada, me puso su hombro y me dejé caer en él. Tras hacerse ya tarde y ver que mi cuerpo se iba agotando más y más, se fueron mi hermana, mi cuñado y mi sobrino pequeño.
Mi madre me puso de cenar algo ligerito porque debía meterme algo en el estómago, así que cenamos y rápidamente me acosté. Mi chico, tras haber pasado todo el día conmigo y estar al pié del cañón, también se encontraba agotado. Ambos nos fuimos a la cama y descansamos hasta el día siguiente.
Cuando todos despertaron estaban muy intrigados por saber cómo me encontraría y ¡milagro!, cuando me desperté me encontraba bien; cansada y con algo de malestar pero para mí eso era pan comido. Era increíble cómo después de ser el último tratamiento me encontraba así; no daba crédito. Al sentirme que tenía “vida” y que mi chico estaba en mi casa conmigo debía aprovechar al máximo posible.
Pasé toda la mañana tumbada descansando, pero una vez llegó la tarde me duché, me arreglé y nos dispusimos a ir a casa de mi hermana. Tampoco podía esforzarme demasiado porque sabía que tendría consecuencias, pero no podía quedarme malgastando el tiempo.
Esa semana la pasé bastante tranquila. Con esto no quiero decir que todos los días fueron estupendos. Hubo momentos en que vomitaba, que me encontraba muy cansada; pero eran lo menos… Estoy segura que todo lo pude soportar gracias al cariño de mi familia y al amor de mi pareja. Rodeada de personas así, fuertes y valientes todo se supera. 
Al final acabas llegando a la meta y siendo vencedora con todos ellos. Gané el apoyo incondicional de todos mis seres queridos y el enorme amor de una persona que ni siquiera conocía, la que acabó siendo mi pareja y con la que he formado un todo; ahora somos una sola persona. Todo acaba siendo un mundo lleno de mucho amor y mucha felicidad. Y que pase lo que pase, todos juntos vencemos hasta al rival más fuerte, el Cáncer.




De nuevo informaros que la historia continuará el próximo lunes y que aún queda mucho por contar. Muchas gracias por vuestro apoyo y vuestro ánimo, para mí es fundamental para poder continuar con mi relato. Espero vuestras opiniones y para ello de nuevo os dejo mi correo, para aquellas personas que aún sigan teniendo problema para dejar un comentario.


jessy.manlo@gmail.com



Gracias a tod@s.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Evadiéndome del mundo

Cuando empezaba a recobrar vida, mis padres ya tenían otro semblante; pobres… lo que estaban pasando por mí…
Ya apenas podía ir a las clases. Mi amiga me mandaba los trabajos que tenía que hacer para ponerme al día. Trabajos que si no entregaba, no aprobaría. Aunque estaba tan débil que no podía ni tan siquiera levantarme de la cama, intentaba poco a poco hacer los trabajos, no quería quedarme atrás de nuevo. Me ponía con el ordenador a escribir los textos y las grabaciones. Pese a que luego las tenía que entregar, las hacía sentada en la cama y con el pijama. No tenía fuerzas como para vestirme y grabar…

A la semana siguiente, que era la semana que descansaba del tratamiento, volvía a las clases. Ya con todos los trabajos atrasados entregados y con esfuerzo poniéndome al día sin dejar nada atrás. Ese curso me lo sacaría sí o sí, no estaba dispuesta a que la enfermedad acabara con mis objetivos, pudiera con mis sueños y me arrebatara “mi vida”; no lo consentiría.

Esa misma semana nos informaron de los días que comenzaríamos con las prácticas. Las empezaba la semana siguiente; de nuevo me coincidía con la semana de quimio… Pero estaba justificada. Envié un informe de mi doctora al centro donde haría mis prácticas, poniendo al día a mi nuevo tutor sobre mi enfermedad e informándole a su vez de los posibles días que faltaría. Debía dejarlo bien especificado para que no tuviera problemas. Afortunadamente, no me pusieron impedimento alguno, todo fueron apoyos. Las prácticas las haría en el Colegio de Sordos de Jerez de la Frontera (Cádiz), por lo que me tendría que desplazar todos los días hasta allí. Pero eso no me suponía esfuerzo, era algo que tenía ganas de hacer. Me encontraba con ganas de empezar algo nuevo, de tener contacto con personas sordas. Las prácticas consistían en interpretar las clases, además de comunicarme y charlar con ellos.

Por desgracia, mi cuerpo no me permitía asistir aquellos días que, después de haberme dado el tratamiento, sentía gran malestar…

A la semana siguiente, de nuevo me volvía a tocar quimio. Sólo me faltaban dos sesiones, pero definitivamente… ¡eran las peores!.

Antes de entrar para enchufarme, pasamos por mi doctora. Como siempre nos dijo a mi madre y a mí, todo estaba marchando bien y mi cuerpo, de nuevo, estaba preparado para soportar aquellos líquidos corrosivos. Nos comunicó lo poco que me faltaba para terminar. Así por encima, nos explicó lo que me esperaba una vez hubiera terminado con la quimioterapia. Cuando finalizara, debería esperar un par de meses para hacerme el Pet. Esto es una prueba donde aparecen todas las células malignas; es decir, el linfoma. Más tarde, tendría cita con la radióloga. Ella me explicaría todo el proceso de la radioterapia, los efectos secundarios que me causarían y el tiempo de duración. Por último, de nuevo me volvería a hacer otro Pet. La prueba decisiva… prueba que diría si estaba curada o no. Pero todo esto, como ya he dicho, llegaría mas tarde.

Cuando la doctora nos despidió, directamente entramos en la sala de tratamiento. Como siempre, debía elegir butaca para sentarnos. Ese día, ya que iba con tantísimo miedo por los malditos efectos secundarios, me apetecía estar apartada. Elegí una de las butacas del final, pegadas a la ventana. Nos sentamos y esperamos al enfermero a que viniera y me enchufara. Mi madre, pese a intentar aparentar estar tranquila, también la noté bastante nerviosa aquel día. Estábamos muertas de miedo por la incertidumbre tan grande de no saber como me sentaría ésta vez... Pero allí estaba ella, sentada a mi lado. Sonriendo y dándome mucho cariño. Compartíamos mucho tiempo juntas, nos contábamos todas las cosas. Mi madre se convirtió en mi mejor amiga.

Cuando llegó el enfermero, se sentó a mi lado y me animó. Ya no me quedaba nada. Estaba a un solo paso, sin contar ésta, de terminar...supuestamente de “acabar mi infierno”.

Me enchufó a la máquina y se marchó. Era tan grande la tranquilidad que me transmitía aquella sala, que a la nada me quedé dormida. Pero siempre llegaba la hora… Cuando vinieron las bandejas me desperté del maldito olor. Ya estaba la comida, ya aparecían las náuseas. Al pasar siempre por el mal trago del olor, mi madre decidió llevarme colonia. Me la echaba en la manta con la que me tapaba y en las manos. Todo el tiempo que duraba

la comida me lo pasaba oliéndome las manos y la manta. Aún así, el olor traspasaba y podía llegar a olerlo; con menos intensidad, pero lo olía.

El olor de nuevo me provocaba esas terribles náuseas. Así que comenzaba “mi ritual”: me ponía música y cerraba los ojos hasta quedarme dormida. 

Aquel día, antes de traer la merienda, me desperté y sin ganas de hablar empecé a observar a las personas que estaban allí, la sala, los enfermeros... Mi mirada se paró en un paciente joven que estaba acompañado por su padre. Estaban a nuestro lado y ni siquiera antes me había dado cuenta de que estaban allí. Lo que me llamó la atención de ese chico fue la actitud que mostraba hacia su padre. Me impactó porque fue exactamente como yo me comportaba a veces. Una actitud muy déspota, muy pasota e incluso descarado. Cuando me quise dar cuenta mi madre hablaba con ellos. Yo al principio solo escuchaba y más tarde me inicié en la conversación. 

Comenzamos hablando de la enfermedad que teníamos cada uno y luego continuamos charlando de cómo la llevábamos, los efectos secundarios que nos provocaba la quimio y ambos coincidíamos en las náuseas, el sabor, la fatiga, el cansancio... Todo era igual. Una de las cosas que me impactó de él fue que aún estando totalmente prohibido, a veces, se bebía una cerveza con alcohol. ¡Qué locura!... En ese sentido, yo era una paciente excelente que cumplía a raja tabla las recomendaciones que me dieron en su día (nada de alcohol, tomar el sol, lugares con mucha gente…) 

Estuvimos todo el rato hablando hasta que llegó la merienda. De nuevo las náuseas aparecían y por consiguiente me entraba la temida fatiga. Me volvía a poner música y cerraba los ojos hasta nuevo aviso de mi madre. 

Otra vez me sumergía en mi mundo… Cuando todo pasaba los volvía a abrir y me incorporaba. Recuerdo que ese día no me apetecía hablar; solo necesitaba que pasaran esas horas muy rápido para volver a mi casa y poder descansar.

Cuando se acercaba el final me echaba a temblar porque sabía lo que venía… el líquido que me tocaba… el líquido tan corrosivo y tan dañino para mis venas. Ya los enfermeros eran conscientes de que mis brazos no aguantaban y la debilidad de mis venas hacía que el dolor fuera a mayor. Directamente ya lo mezclaban con suero. 

Una vez llegó el momento de que mis venas tuvieran que ingerir ese líquido, aun mezclado con suero, comenzaba el dolor inmenso. Rápidamente debían parármelo porque me quemaba; no era capaz de soportarlo. La enfermera al ver mi cara de dolor no supo qué hacer. Programó el tratamiento para que entrara aún más lentamente, así supuestamente no debía dolerme. Cuando bajaron la velocidad de nuevo volvieron a inyectármelo. Lamentablemente, debía aguantar como pudiera, no existía otro método para ponérmelo, lo único que podía hacer
era aguantar. 

El poco tiempo que faltaba para terminar se me hizo eterno…
Tras pasar dos horas más de las que me correspondían ¡por fin acabé!. Había logrado aguantar hasta el final. Aunque me dolió muchísimo lo soporté como pude.

 Una vez terminamos, bajamos y ya nos esperaba mi hermano. Yo me encontraba muy cansada, con el sabor intenso en mi boca y unas náuseas insoportables. Todo el camino del hospital a mi casa lo pasé con mi cabeza apoyada en la ventanilla del coche, sin mencionar palabra. Solo observaba “la vida” pasar. Vida que en aquellos momentos sentía que no tenía… Observaba cómo pasaban los coches, cómo paseaban las personas, cómo esas personas tenían una vida y yo sentía que me la estaban arrebatando poco a poco.
El dolor de mi cuerpo se acrecentaba por momentos. Una vez llegué a mi casa, me puse el pijama y me fui a la cama. Me acosté y sin escribirle ni un sólo mensaje tranquilizador a mi chico me quedé dormida. Solo necesitaba dormir y no sentir ese terrible dolor ni tampoco esas angustiosas náuseas.

Mi madre al ver que no me despertaba para cenar, con mucho cariño y amor como siempre, me llamó para que comiera algo. Al ver que no podía ni siquiera incorporarme, me trajo la cena a la cama. Cené y me volví a dormir.








Informaros que la historia se alargará más tiempo. Ahora iré subiendo cada semana. Todos los lunes dispondréis de una nueva parte. La historia continúa, aún queda mucho por contar. De nuevo muchísimas gracias por todo vuestro apoyo, sin vosotros no podría seguir con éste sueño.

Al ver que el problema de los comentarios persiste, os dejo mi correo para aquellas personas que quieran ponerse en contacto conmigo o simplemente dejar su opinión:

                            jessy.manlo@gmail.com


Muchas gracias a tod@s





viernes, 14 de noviembre de 2014

Desgarradores efectos secundarios

Por fin iba acercándose el momento de terminar con la quimio. Definitivamente debía ponerme seis ciclos. Me faltaban cuatro sesiones para terminar, pero quizás eran las cuatro últimas peores.
El tiempo pasaba y ya los efectos de la quimio podían conmigo. Mi cansancio se iba agrandando, pero aún así yo estaba fuerte psicológicamente. El apoyo de todos me ayudaba a dar un pasito más y nunca dejar de avanzar.
Mis mañanas eran malas, cansadas y muy doloridas, pero con el buenos días princesa de mi chico ya todo cambiaba. Hacía que me levantara de la cama y luchara por lo que quería. Por muy mala que estuviera debía dar ese pasito. Si mi cuerpo solo podía dar dos pasos, los daba y volvía a la cama. Si mi cuerpo podía dar diez los daba y volvía a la cama o si mi cuerpo podía aguantar una clase entera lo aguantaba; pero no podía quedarme en la cama compadeciéndome y perdiendo el tiempo con lamentaciones. Tenía que continuar fuera como fuese.

En la última sesión del quinto ciclo no fue mi madre quien me acompañó, sino mi hermana. Necesitaba compartir conmigo una de las experiencias de la quimio: estar a mi lado apoyándome cuando me enchufaran, sobre todo quedando tan poco como quedaba. Quería acompañarme dándome su mano para que yo sintiera su apoyo incondicional.
Cuando llegamos, como siempre, me enchufaron y empecé bien la sesión pero a medida que iban pasando las horas empecé a encontrarme mal, cansada y con mucha fatiga. Ese día nos tocó al lado una mujer que terminaba su tratamiento, pero maldito último día para esa persona. Recuerdo que lo pasó fatal; la pobre no paró de vomitar. Mis náuseas, sumadas a la situación que tenía a mi lado, iban aumentando a medida que pasaba el tiempo pero intentaba evadirme de aquella habitación con todas mis fuerzas. Me puse música en el mp3, cerré los ojos y me quedé dormida. Necesitaba salir de todo aquello de alguna forma, sobre todo para no acabar como aquella pobre mujer que tan mal lo estaba pasando.
Ya llegaba la hora de comer y yo no podía probar bocado. El olor de las bandejas de comida me daba náuseas y al ver a la gente comiendo se me removía todo el estómago. Mezclado con el sabor a metal que ya lo sentía nada mas empezar el tratamiento aquello para mí se convertía en una bomba de relojería. Esos momentos eran de mucho dolor y sufrimiento; de mucho aguante para no acabar mal. Una vez recogían las bandejas y todo el mundo terminaba de comer ya me aliviaba un poco pero al poco tiempo llegaba la merienda y de nuevo me volvía a ocurrir lo mismo.
Por último antes de terminar me inyectaban un líquido que es corrosivo. Los enfermeros debían usar guantes para que no tuvieran contacto directo con la piel porque les quemaba. Mis venas al principio, como ya dije, eran fuertes. Pero de tantas sesiones estaban bastante quemadas; ya no aguantaban el líquido y menos aún el corrosivo. Intentaban ponérmelo de forma que entrara muy despacio para que no me hiciera daño, pero aún así era imposible. Aquel líquido no lo aguantaban mis venas. Nada más entrarme era como si estuvieran metiéndome fuego... era un dolor espantoso y muy intenso. Corriendo venían los enfermeros y me lo paraban, al ver mi cara de dolor y mis estremecedores quejidos. Para que mis venas pudieran tolerar ese líquido debía estar mezclado con suero. Eso hacía que el tratamiento durara más tiempo y ya no pasara allí solo 6 horas; aumentaba a 8 o inlcuso 9 largas y angustiosas horas. Siempre me quedaba la última, pero era la única forma de aguantar el tratamiento completo.
Mi hermana con todo lo que había visto y el dolor que había pasado, quedó muy sorprendida; no se esperaba todo aquello. Creía que mis días seguían siendo buenos y lo seguía tolerando bien, pero descubrió que ya mi cuerpo estaba débil; que mis venas estaban quemadas y con algunos callitos a consecuencia también de la quimio y que mi estómago estaba muy frágil.
Todo comenzaba a torcerse. La chica fuerte y valiente del principio iba desapareciendo. Esta vez era una chica frágil y muy débil.

Al salir del hospital, fue mi cuñado quien nos recogió. Entró dentro del hospital a recogernos, porque no podía dar ni un par de pasos. Nos montamos en el coche y nos fuimos. Por el camino, desgraciadamente, me volvió la fatiga, imposible de aguantar por mucho tiempo. Me contuve todo lo que pude pero nada más aparcar el coche, abrí la puerta, saqué la cabeza y vomité. Mi hermana se quedó paralizada y mi cuñado se asustó, nunca antes me habían visto así de mal. Nunca antes había mostrado mi debilidad tan en público. Cuando subí a mi casa de nuevo corriendo tuve que ir al baño a vomitar. Mi madre al verme corrió detrás mía para ver qué me pasaba, y cuando vió que estaba vomitando se acercó y me sostuvo. Cuando terminé me puse el pijama deprisa y me fuí a dormir. Necesitaba dormir y pasar esos malos momentos durmiendo y no despertar hasta que los efectos secundarios desaparecieran. Pero por desgracia, no era posible. Ya no tenía fuerzas. No podía ni mandarle un mensaje al chico. Él, por su parte, sabía que me tocaba quimio así que sospechaba por qué no daba señales de vida. Entonces ni siquiera me mandaba mensajes; solo esperaba a que me encontrara mejor para poder conocer mi estado. A veces, cuando se hacía de noche y no había recibido noticias mías, me mandaba algún mensaje de apoyo y ánimos. Pero yo, sin fuerzas, no podía ni coger el móvil, y aún menos escribir. Solamente podía abrir los ojos de vez en cuando para volver a cerrarlos de nuevo y dormir; dormir todo el tiempo. Mi madre cuando era la hora de la comida me despertaba con mucho cariño. A veces, al ser incapaz de poner un pié en el suelo, me traía la comida a la cama y con mucho esfuerzo me la comía. Aunque la fatiga me atormentara me obligaba a comer. No podía dejar de comer ya que decaería del todo y eso si que no lo podía permitir.

En ese estado me llevaba cinco días; y sin poder levantarme de la cama. Cinco días sin apenas poder abrir los ojos, sin hablar con el chico... solamente descansando. Durante esos días mis padres y hermanos lo pasaban muy preocupados. Mis hermanos venían a verme todos los días pero yo no los podía ni recibir. Entraban en la habitación, me daban un beso y me decían: “ tú puedes campeona”. Yo no tenía ni fuerzas para darles las gracias.





Los próximos capítulos de ésta historia los iré subiendo de lunes a viernes. Por lo tanto, el próximo estará disponible el lunes. Gracias por vuestro apoyo. Seguid acompañándome en mi historia. Os espero en los siguientes capítulos, aún queda mucho por contar. Muchas gracias.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Noticias de Hodgkin

Llegó el día. Me levanté muy temprano porque la prueba me la hacían a las 8 de la mañana. En ayunas y antes de que llegara al hospital tenía que tomarme dos botes bastante grandes que contenían un líquido espeso. No puedo describir el sabor que tenían. Nunca he probado nada igual (¡y espero no tener que volver a hacerlo!). Lo único que puedo decir es que estaba asqueroso; era repulsivo. Daba sorbitos al principio pero luego ya se me hacía imposible. Mi cabeza me obligaba pero mi estómago no me lo permitía. En esos momentos intentaba pensar en HODGKIN para que me diera fuerzas y así poder acabarme, al menos, uno de los dos botes. Me monté en el coche y aún seguía bebiendo ese líquido interminable.
Llegamos al hospital mi madre, mi hermano y yo. Sentados esperamos a que mencionaran mi nombre. Cuando lo escuché, me levanté y entré en la habitación.
Volví a encontrarme con aquella máquina extraña, con aquel olor tan peculiar y con el frío que desprendía esa habitación.
Al ver el enfermero que no me había terminado ni siquiera un bote me obligó a tomar un par de sorbos más. Cuando acabé, me puse la bata y dejé conmigo una estampa de la Virgen de la Milagrosa; imagen que me había regalado otra mejor amiga.
Cuando empezó a funcionar la máquina comencé a recordar las palabras del chico… “Todo saldrá bien”… Intenté tranquilizarme y me puse a rezar. Tenía mucho miedo… no dejé de rezar en todo el proceso de la prueba. Necesitaba a Dios cerca de mí.

Los resultados solo tardarían un par de días. Mi doctora era muy positiva. Estaba convencida de que todo iría bien.
Cuando llegamos a la cita para recoger los resultados mi madre, mi hermano y ésta vez mi padre también estábamos expectantes ante la noticia. Después de esperar un minuto empezó a hablar la doctora. El tratamiento estaba haciendo efecto, ¡el linfoma se había reducido a la mitad! Todo fueron grandes noticias; todos salimos muy contentos. Estaba deseando llegar a mi casa y contárselo al chico.
Cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue ir a mi habitación y mandarle un mensaje con la gran noticia. ¡¿Qué digo con la noticia…?! ¡¡¡con el notición!!! Por supuesto, se alegró tanto como yo. Su enhorabuena la sentí de corazón. Poco a poco
recuperaba mi alegría; todo marchaba sobre ruedas gracias al apoyo que recibía a diario de mi familia, mis amigas y el chico.
Las clases ya marchaban mejor. Por fin conseguí ponerme al día con la entrega de trabajos y grabaciones de vídeos en lengua de signos.

Pero lo bueno dura poco… y poco me duró esa felicidad. En la siguiente quimio que tuve lo pase fatal. Mis venas empezaban a formar un camino negro en mis brazos; se empezaban a debilitar y ya no tenían fuerzas; ya no aguantaban el último líquido de tratamiento. Sentía como entraba por mis venas y me las quemaba poco a poco. Tenían que inyectármelo mezclado con suero, porque era imposible de aguantarlo.

Salí de allí muy mareada. Nada mas llegar a mi casa no hice más que vomitar. El sabor a metal era tan intenso que me provocaba unas imparables náuseas y mi cuerpo sentía un dolor enorme. Ni siquiera tenía fuerzas para hablar con la única persona que me daba fuerzas. Mi cabeza cada vez tenía más claros; menos cabello. En mi almohada había una continua bola de pelos; poco a poco sentía que no existía… A veces llegué a pensar que antes de pasar por ese estado prefería estar muerta, porque al menos no sentiría ese dolor que me devoraba.
Poco a poco iba decayendo de nuevo psicológicamente, pero ésta vez más.

De nuevo vino a verme el chico y volvió a devolverme algo de fuerzas.
Ésta vez lo llevé a mi casa y comimos con toda mi familia. En mi casa ya lo veían como si me hubieran mandado desde el Cielo a un Ángel para que cuidara de mí… un milagro; me había cambiado para bien. Toda mi felicidad se la debía a él. Era el principal motivo que me daba fuerzas para continuar. Pasamos otro maravilloso fin de semana. El domingo antes de irse fuimos a pasear por Cádiz; por la playa, y allí escuchamos de nuevo las olas.

Pese a mi aspecto, me hacía sentir bella. Me hacía sentir la persona más especial en la faz de la Tierra. Cuando llegamos a la estación de trenes, ya no fue como la vez anterior. Algo en nuestras miradas había que necesitábamos decir pero que ninguno se atrevía a pronunciar. Existía un sentimiento cada vez más fuerte. Entonces me dio un beso y me dijo que estaba empezando a enamorarse de mí, que sentía que me quería. Yo impactada no supe que decir, y él de nuevo dijo que no hacía falta que dijera nada; sobraban las palabras… Sonrió, se dio la vuelta y se marchó.

Él sabía que yo también lo quería, que lo nuestro era algo especial; algo mágico. Siempre habíamos estado a dos pasos, un pueblo pegado al otro y nunca nos habíamos cruzado hasta este preciso momento. Cuando más necesitábamos un apoyo aparecimos. Estábamos predestinados a conocernos y a que nuestras vidas se unieran para formar una sola.
Cuando me mandó un mensaje y me dijo que ya había llegado le escribí un largo texto explicándole la ausencia de mis palabras en el momento de su te quiero. Le dije que yo también le quería, pero que tenía miedo a poder hacerle daño. No quería que hubiera entrado en mi vida de la forma en la que lo hizo, pero no pude controlarlo. No quería que en algún momento mi situación le superara y pudiera con él y todo eso llegara a hacerle daño; tenía miedo de que eso sucediera. Pero él se encargó de tranquilizarme y decirme que me dejara llevar sólo por mis sentimientos y lo demás llegaría, que confiara en él, y así hice.

A raíz de ese día ya nos veíamos todos los fines de semana. Algunos venía él y otros iba yo, pero no había semana que no estuviéramos juntos. Mis padres ya eran conocedores de la relación que teníamos y estaban muy contentos de la persona que había elegido; les encantaba.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

De nuevo... " a la vida real "


A la mañana siguiente mi almohada, como todos los días, estaba completamente llena de pelos. Al verlo, me quise morir de la vergüenza. Entonces él me miró; recogió los pelos y sin decir nada se los llevó al baño a tirarlos. Yo, asombrada y avergonzada, no supe que decir y cuando regresó a la habitación continué sin pronunciar palabra. Lo único que hacía era mirarlo; solo lo miraba y lo miraba. El silencio se apoderó de mí... Entonces él se acercó, y en voz bajita pude escucharlo decir: “no digas nada”. Cada momento con él era más especial y único. Su objetivo de verme feliz lo conseguía por cada minuto que pasaba.
Nos levantamos, desayunamos y pasamos toda la mañana con mi hermana y mi cuñado charlando en el salón.
También me dí cuenta de la gran conexión y complicidad que se creó en esos días entre él y mi hermana, mi cuñado y mi sobrino; todos muy importantes en mi vida. Mi hermana es una parte de mí; con eso yo creo que sobran las palabras... y qué puedo decir de mi cuñado... mi cuñado para mí es como un hermano. Y ya si tengo que mencionar a mi sobrino pequeñito... a él lo siento como mi hijo.
Era tan especial este chico que todo aquel que lo conocía le encantaba, era una persona maravillosa.
Pero desgraciadamente llegaba el momento de su marcha... Cuando comimos, nos duchamos y decidí que antes de llevarlo a la estación fuéramos a tomar un café y pasáramos las últimas horas hablando como tantísimo nos gustaba.
Al dejarlo en la estación, me prometió que me avisaría cuando llegara a su casa. Me dijo que había sido el mejor fin de semana de su vida; que la noche que pasamos bajo las estrellas no podía superarse, que todo había sido perfecto y me dió las gracias por ello. Ese fin de semana conseguí hacerlo feliz. Yo también le dí las gracias a él por todo lo que había hecho por mí; por cómo me hacía sentir de especial y por el mágico fin de semana que habíamos pasado. Esperábamos vernos muy pronto. Nunca antes nadie había logrado hacerme sentir de esa forma, fue increíble...
Al volver a casa de mi hermana, me moría de la intriga por saber que le había parecido. ¡¡¡Necesitaba escuchar su opinión y la de mi cuñado!!! Y su opinión, para mi tranquilidad, coincidia con la mía. ¡Era perfecto! No existían chicos como él: educado, humilde, cariñoso, atento... un sin fin de adjetivos buenos.

Por la noche cuando regresó a su casa, me mandó un mensaje para avisarme que ya había llegado; ordenaría las cosas y enseguida estaría conmigo. Yo me moría ya por hablar de nuevo con él, se había convertido en una adicción para mí.

A la semana siguiente empezaron las clases de nuevo. Gracias a la insistencia de mi mejor amiga y a la del chico, decidí regresar y no dejarlo. Continuaría luchando por lo que quería; por mis sueños. No me rendiría y conseguiría todos mis objetivos: curarme y obtener ese título que tan cuesta arriba se me estaba haciendo.
A las dos semanas tenía que hacerme un tac, el primer tac después de haber empezado el tratamiento. Conocería entonces si todo iba bien; si el tratamiento estaba haciendo efecto; en definitiva, una prueba decisiva para saber si HODGKIN estaba desapareciendo.


La noche antes estaba tan nerviosa que el corazón se me iba a salir por la boca. Me puse a hablar con el chico y al cabo de un par de horas empezó a tranquilizarme. Me mandó muchos vídeos de música de Enya, que sabía que me encantaba. Entre las canciones que me envió también se encontraba la de la banda sonora de Gladiator, canción que nunca antes había oído pero que me gustó mucho. Antes de irme a dormir me dijo que todo saldría bien; que no me agobiara y confiara en sus palabras. Entonces me calmé y le hice caso, confiaba en él como si fuera mi dios; confiaba en sus palabras como si fuera La Biblia.

martes, 11 de noviembre de 2014

Viviendo un sueño...

Cuando me desperté, y tras haberlo meditado durante toda la noche, decidí contarle a mi madre que iba a dejar los estudios ya que no me sentía capaz de conseguirlo. Ella, como ya me había dicho anteriormente, me apoyaría en cualquier decisión que tomara.
Esa misma tarde, antes de ir a recoger al chico, mi compañera de clase, una de mis mejores amigas, me llamó. Quería verme porque notó que me pasaba algo. Notó que no estaba bien. Entonces quedé con ella antes de ir a recoger al chico y le comenté mi decisión con respecto a los estudios. Al contárselo se negó en rotundo. No quería que a falta de una evaluación lo echara todo a perder. Después de todo lo que había luchado... para ahora abandonar. Pero yo insistí; estaba decidida. Tras hablar un par de horas con ella me hizo recordar todo mi esfuerzo. Aún así, yo seguía en mis trece.
Llegó la hora de recoger al chico así que nos despedimos pero no sin antes volver a recordarme que no lo iba a consentir; no me dejaría abandonar. Ella prometió encargarse de todo. Incluso hablaría con mi tutora si fuera necesario. Haría todo lo posible porque yo cambiara de opinión antes de volver a empezar las clases.

Cuando me monté en el coche mis piernas temblaban, todo mi cuerpo era un flan, estaba muy nerviosa por verlo. Era extraño pero sentía la necesidad de abrazarlo.
Al llegar a la estación ya estaba esperándome. Me bajé del coche para saludarlo y él se vino hacia a mí y me dió un abrazo fortísimo; un abrazo lleno de fuerza y energía. Entonces yo le correspondí con el mismo entusiasmo. Al abrazarlo estaba temblando, estaba muerto de nervios y saltaba a la vista. Le ayudé con su maleta y nos dispusimos a ir a casa de mi hermana. A mi madre no le había contado nada, solo le dije que me iría a pasar el fin de semana a casa de mi hermana, como tan habitual era.
Cuando llegamos a ambos nos temblaban las piernas de los nervios, se nos veía a legua que estábamos muy cortados. Ya que nosotros no éramos capaces de romper el hielo, mi hermana y mi cuñado fueron los que tomaron la iniciativa. Nos hicieron pasar a la habitación para que él dejara la maleta y nos enseñaron donde íbamos a dormir.
Para nuestra sorpresa, dormiríamos en la misma habitación, aunque en camas separadas, pero entre las mismas cuatro paredes. Ambos, al verlo, nos ruborizamos y nos quedamos completamente callados.

En ningún momento estuvimos incómodos; todo lo contrario, a medida que iba transcurriendo el tiempo todo fluía con naturalidad. Hubo bastante conexión.
Después de cenar los cuatro, estuvimos un rato charlando, riendo, concociéndonos un poco más... Cuando llegó la hora de irnos a la cama continuamos charlando en la habitación; nunca nos cansábamos de hablar. Pasaron las horas y continuábamos charlando hasta que vimos amanecer. Entonces decidimos dormir un poco para poder aprovechar el día siguiente y no estar muertos de cansancio.
Dormimos un poco y nos despertamos algo tarde. Decidimos comer y luego salir y disfrutar de la tarde. El día no acompañaba demasiado. Llovía mucho y hacía frío, pero eso nos gustaba.Coincidíamos en muchas cosas y una de ellas era la lluvia.
Cuando comimos,nos duchamos y nos fuimos a dar un paseo. Él quería ir a comprar un libro que le habían recomendado, entonces lo llevé a varios lugares y al no encontrarlo por ningún sitio, fuimos a un centro comercial como último recurso. Allí paseamos y fuimos por las tiendas buscando el libro, pero con tan mala suerte que no lo encontró.

Al ver que se acercaba ya la hora de cenar, decidimos hacer tiempo y continuar paseando para luego cenar en el Burger King. Pero al ver la cantidad de gente que había esperando para pedir y lo poco que nos gustaba estar entre tanto bullicio, pensamos que sería buena idea comer en el coche tranquilos, sin que nada ni nadie nos molestara.
Cuando pedimos,no sabía donde llevarlo; cualquier sitio estaría bien, pero quería un lugar donde ni siquiera escucháramos el ruido de los coches, un lugar donde luego quedarnos para poder continuar con nuestras charlas interminables. Entonces decidí que el mejor sitio sería la playa. Ver el mar me relajaba; escuchar las olas como rompían me transmitía mucha paz. Había dejado de llover y aunque seguía haciendo frío la noche era perfecta. Podíamos ver entre las nubes grises algunas estrellas que asomaban.
Cuando terminamos de comer puse música que nos gustara a los dos. Entonces ví el cd de Evanescence (Fallen), ¡este nos encantaba!. A medida que iban pasando las horas todo se hacía más perfecto. Hablábamos y hablábamos sin parar, y por un momento nos quedamos en silencio,escuchando el mar,como rompían aquellas olas, escuchando el silencio de la noche con la música de fondo. Entonces ambos coincidimos en que lo único que faltaba para que la noche fuera redonda era que lloviera. No solo unas gotitas, que lloviera mucho, que lloviera fuerte... y para nuestra sorpresa no pasaron ni 15 minutos y empezó a diluviar. Ambos nos miramos y empezamos a reír; no podía ser más perfecto todo. Aquello que queríamos lo teníamos. La noche se estaba convirtiendo en una de las noches de mi vida, por no decir, la mejor de todas.
Después de tantos meses me sentía feliz de nuevo, me sentía llena; era increíble como aquella persona cumplió sus palabras: haría que me olvidara de todo e incluso de mi enfermedad, cosa que era casi imposible, pero lo logró. Pensaba que tenía la vida más espantosa del mundo y él hizo que en esos momentos me sintiera afortunada por todo lo que tenía.
Al ver que se nos hacía tarde y empezábamos a tener frío regresamos a casa de mi hermana.
Esa noche dormimos de un tirón.









lunes, 10 de noviembre de 2014

¡¡ No me rendiré !!

Cuando llegué al colegio, mis compañeros me dejaron entrar la primera para poder hacer el examen cuanto antes y así regresar pronto a mi casa para poder descansar, que era lo único que me apetecía y necesitaba mi cuerpo en ese momento… tumbarme en la cama y dormir…
Cuando me tocó entrar a examinarme, mi tutora ni siquiera se dignó a preguntarme cómo me había ido; cómo estaba; cómo me encontraba. Sólo hizo su trabajo. Me senté en una silla y me puso delante el ordenador. Me enseñó una imagen una sola vez, como solía hacer y luego comenzamos. Me grababa para luego poder corregir los errores y evaluarme.
La primera vez que puso el vídeo me empecé a marear pero a pesar de todo continué mirando la imagen. Todos los signos se mezclaron, mi visión se estaba volviendo borrosa y turbia por momentos, y mi cabeza empezaba a dar vueltas. Cuando acabó me lo puso de nuevo para empezar a hacer el examen, pero a mitad del video tuve que parar. Me dio un gran mareo que tuve que apartar la mirada del ordenador y agarrarme a la mesa. Aún así, sólo supo decir que si no me encontraba bien que lo dejara y me presentara para la evaluación siguiente. Con semblante serio y firmeza le dije que no, que continuaría hasta el final y así lo hice. Cuando me fui, salí tan enfadada que ni me despedí de mis compañeras. Tenía muchas ganas de llorar. Me hizo sentir fatal, me hizo sentir inferior a todos. Nunca esperaba algo así de nadie, que menos que: “no te preocupes, inténtalo de nuevo”, “tómate tu tiempo, no pasa nada”... Algo de humanidad; no esa frialdad tan cruel. Pero en ésta vida, por desgracia, existe de todo…
Me desanimé tanto que iba a abandonar, esta vez estaba decidida a tirar la toalla. No podía con esa persona y mi nota dependía de ella.Pero tampoco quería dejar que me afectara psicológicamente y me hundiera como lo estaba haciendo, no lo podía permitir.

Cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue hablar con el chico. Necesitaba desahogarme y soltar todo lo que había aguantado. Con mi madre, aún teniendo una gran confianza, no podía hacerlo. Sabía que acabaría derrumbándome y no podía permitirlo; no podía dejar que me viera cómo me venía abajo. No quería que se diera cuenta de que cada vez me suponía más esfuerzo todo, que psicológicamente iba decayendo, que poco a poco me iba hundiendo. Había luchado tanto para que eso jamás pasara, que debía continuar con todas mis fuerzas para que todo fuera igual.

Mis amigas me avisaron para salir por la tarde e ir a tomar café y “celebrar” que habíamos acabado los exámenes. Pero a mí no me apetecía, solo tenía ganas de estar sola en la cama sin hablar con nadie, excepto con ese chico, que era la única persona con la que me había desahogado completamente. Él fue el único que supo cómo me encontraba en cada momento, mis pensamientos, mis frustraciones… Sabía y conocía ya todo de mí.
Nos llevamos toda la tarde charlando. Él, por su parte, intentaba animarme de todas las formas posibles pero no funcionaba. En ese momento nada me hacía cambiar de opinión. Estaba muy defraudada con todo, e incluso conmigo misma por no haberlo logrado. Por no poder aprobar y por no verme capaz de seguir y conseguir el título.
Por la noche, cansado de intentar animarme sin éxito, decidió preguntarme qué era lo que realmente necesitaba en ese momento. Quería averiguar qué podía hacer para sacarme una sonrisa e intentar, aunque fueran por pocas horas, hacerme feliz y evadirme de toda esa situación; de todo lo que me rodeaba, en definitiva. Al principio no supe qué contestar, porque ni yo sabía que podría ser... Entonces me propuso que imaginara que si en esos momentos estuviéramos los dos juntos cambiaría algo. Fue entonces cuando me dí cuenta de que solo estando él conmigo me sentiría aliviada de todo el dolor que me devoraba poco a poco. Sin pensarlo dos veces le dije que sí; que su compañía me quitaría la pena que llevaba dentro. Tan solo con sentir uno de sus abrazos, olvidaría todos los problemas por un instante.

El chico era una persona muy tímida. Aún teniendo bastantes problemas, siempre estaba pendiente de mí. Siempre me tendió esa mano que tanto necesitaba. El chico hacía meses que no salía de su casa y mucho menos para ir a otro pueblo. Con sus 28 años no tenía carnet de conducir. Le había cogido miedo a la carretera debido a un accidente de tráfico que tuvo a los 20 años. Le horrorizaba el hecho de sacarse el carnet. Tenía muchos miedos y uno de ellos era ir a lugares desconocidos y sentirse frágil. Aunque parezca extraño, era así; pero por mí haría el esfuerzo de dejar sus miedos atrás, de coger un autobús, subirse al tren y venir a verme para poder aliviarme mi dolor. Estaba decidido a hacer cualquier cosa para ayudarme. Tras su insistencia acepté porque aún me sentía en “condiciones” para que me viera de nuevo. Con esto quiero decir que todavía no me sentía “fea”; no tenía mal aspecto, y sobre todo, y lo más importante para mí, continuaba con mi tan querido pelo. Mi cabello permanecía en mi cabeza. Sabía que a medida que pasara el tiempo me iba a quedar con nada de cantidad, que la claridad de mi cabeza asomaría cada vez más. Pero no era el momento de pensar en ello. Deseaba con todas mis fuerzas que nos encontráramos otra vez…




Ya está solucionado el problema de los comentarios, ya podéis dejar vuestras opiniones sin dificultad.
Le podéis dar a : comentario y luego; comentar como; y ahí elegid la opción que más os convenga. Ya sé que todos habéis intentado dejar vuestro comentario, pues ahora ¡¡YA PODÉIS!! Espero ese momento con ansias.
Siento mucho haber tardado en solucionar ese problemilla.
También he añadido música de fondo, pero sólo se puede escuchar desde el ordenador, estoy intentando solucionarlo para que podáis escucharlo también con el móvil. Gracias por vuestro apoyo, sin vosotros ésta historia no podría continuar.

Aún faltan muchas cosas por contar, ésto solo acaba de empezar. Muchas gracias de nuevo por seguirme, estáis cumpliendo uno de mis sueños desde que empecé ésta enfermedad. Estoy deseando leeros, un beso muy fuerte para todos vosotros. ¡¡GRACIAS!!

domingo, 9 de noviembre de 2014

¡¡ Yo puedo !!

Al día siguiente me llevé todo el camino en coche hablando con él. Cuando llegué a mi casa continuamos hablando. Nos daban las horas y las horas hablando, no pasaba el tiempo para nosotros.
Esa persona tampoco pasaba un buen momento en su vida, ambos llegamos en el peor momento y fuímos un apoyo fundamental para cada uno.

Mis días volvían a ser como antes. Llegaba el momento de ir a clases y no me suponía un sacrificio. Mi vida volvía a la normalidad.

Nunca nos cansábamos de hablar. Todos los días hablábamos hasta quedarnos dormidos. Mis días de quimio volvían a ser fuertes y los efectos secundarios volvían a durar menos tiempo.
Me volvía a sentir con fuerzas, con ganas de luchar y comerme el mundo, a sentirme realizada. Volvía a recuperar la alegría, alegría que transmitía. Sentía que Dios me había compensado, que la vida me había compensado con el mayor de los regalos; el amor de una amistad que más tarde se convertiría en amor eterno.
Los días pasaban y nosotros continuábamos hablando sin cesar, a todas horas sin forzar nada. La relación fluía por sí sola, todo era perfecto hasta llegar marzo. Volvían los exámenes.


Un día llegué a clases y ya se habían puesto las fechas para los exámenes y casualidad... el exámen más difícil coincidía con una quimio. Entonces decidí hablar con la tutora que era quién impartía esa clase, aunque todos ya conocían mi problema. Pensaba que hablando con ella me cambiaría la fecha al saber de lo que se trataba. No era ninguna cita ni otra cosa, era tratamiento.
Pese al problema que tenía me dijo que no podía cambiarme la fecha, que debía ser yo la que tenía que amoldarme de alguna forma a las clases y exámenes.
Aún así decidí presentarme terminada la quimio.
En el hospital estuve practicando algo de vocabulario, aunque poco podía hacer porque a las pocas horas ya el sueño se apoderaba de mí y tenía que dormir.

Cuando terminé le pedí a mi madre que me acompañara para hacer el examen. Mi madre viendo en las condiciones en la que me encontraba me aconsejó que no me presentara, que lo dejara para la siguiente evaluación. Pero no quería rendirme sin al menos haberlo intentado.


Ésta vez salí algo mareada, pero seguía pensando en presentarme. Entonces mi madre me acompañó y se quedó hasta que terminara el examen, porque no podía regresar a mi casa sola, ya que mi cuerpo por cada hora que pasaba se iba encontrando más débil.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Conviviendo con Hodgkin

Ese mismo día por la tarde vinieron a verme mis amigas. Estuvieron conmigo un rato y al poco tiempo se fueron porque yo aún seguía muy dolorida y cansada. Al día siguiente me pasé toda la mañana durmiendo. Me encontraba triste y decepcionada con la vida.
Un tema que me angustiaba y necesitaba zanjar era el referente a los estudios. Debía tomar una decisión: continuar o dejarlo hasta que me viera con fuerzas y al principio decidí abandonar. Tras comunicarles esta decisión a mis padres ellos me respetaron; lo que hiciera bien hecho estaría aunque me aconsejaron que no lo dejara. Me hicieron comprender que en esos duros momentos los estudios serían para mí un aliciente, un entretenimiento, algo por lo que pensar que no fuera la enfermedad. Después de meditarlo bastante opté por continuar, por seguir luchando, por no abandonar ni tirar la toalla; debía ser fuerte y continuar con mi vida pasara lo que pasara. Esa misma tarde decidí ir al centro donde estudiaba para visitar a mis compañeros y al director. Este hecho me animó bastante. No esperaba la reacción de todos ellos, la bienvenida que me dieron, aunque mi tutora no tuvo tanta delicadeza como el resto. Durante mis largos meses de enfermedad ella no fue comprensiva ni empática sino muy dura y egoísta, y no me hizo fácil el camino del curso. Pero bueno, así es la vida “normal” y así decidí que continuara.

A la semana siguiente me quitaron los puntos. No fue tan doloroso como esperaba. Ahora solo me faltaba acudir a la cita de la hematóloga y empezar con el tratamiento. Había días que seguía muy cansada y aquella mañana fue una de ellas. No podía tirar de mi cuerpo, pero aún así tenía que asistir.

Cuando llegué a la sala del Hospital de Día me encontraba extraña. Sólo veía personas mayores; me sentía que allí yo no encajaba, no debía estar.
Mientras esperaba a que me llamaran observaba la sala y los pacientes. Me impactó la cantidad de personas que había con cáncer. Mi ignorancia con respecto a esta enfermedad era bastante grande. Siempre asocié al cáncer con la muerte. No me podía imaginar el alto porcentaje de curación que existe.

Al rato de estar esperando, el marcador iluminó mi número. Eso significaba que me tocaba.

Entré y me encontré a una doctora. Era bajita y no muy mayor, con voz muy dulce y que me recibió con agrado. Para mí, de las mejores doctoras de Hematología, con una larga carrera llena de experiencias que la avalan. Nos
hizo sentar a mi madre y a mí; mi hermano y mi padre, que venían también, se quedaron de pie.
Empezó a informarnos de todo: la enfermedad y el proceso del tratamiento; demasiada información para asimilar y digerir tan rápido. Recuerdo que cuando nombró la palabra “quimioterapia” empecé a llorar. Esa vez no pude reprimir mis lágrimas por miedo a perder el pelo. Ella y mi familia solo podían consolarme y tranquilizarme, pero mi miedo a quedarme sin pelo era mayor.
Después de pasar bastante tiempo en su consulta, me informó del día que empezaría: el lunes 5 de Noviembre de 2012, nunca se me olvidará esa fecha.
Me puso al corriente del tratamiento, el tiempo aproximado que necesitaríamos para combatirlo y que una vez terminada la quimioterapia, llegaría la radioterapia y luego la prueba final: el PET. Necesitaría entre 6 y 8 meses de quimioterapia ambulatoria, es decir; ir al hospital, ponerme la quimio y regresar a mi casa. No necesitaría ingreso. Solo pasaría por el hospital cada dos semanas. La caída del pelo no estaba asegurada, pero si era muy probable. Entre los síntomas que tendría se encontraban el cansancio, la fatiga, el sabor a “metal”, las yagas, los moratones... entre muchos otros.

Asimilada toda la información tenía ganas de empezar para terminar cuanto antes, pero también tenía miedo a los efectos secundarios que antes he mencionado.

Al llegar el día, nos recogió mi hermano a mi madre y a mí. Él se encargaba de llevarnos siempre, ya que mi padre tenía que trabajar y él estaba en paro. Antes de empezar con la quimio tendría que hacerme una analítica para ver las defensas; si estaban bajas no podría empezar con el tratamiento. Luego pasaría por la doctora y cuando así lo decidiera me mandaría a la sala de Oncología.
Y así lo hicimos. Al terminar de hacerme la analítica y desayunar, fuimos a la doctora y me dió el visto bueno... ¡mi cuerpo estaba preparado para empezar! Sabiendo ya los resultados, mi hermano se fue para volver más tarde y recogernos. La quimio duraba entre 6 y 8 horas. Allí nos dieron el desayuno, la comida y la merienda.
Una vez entré todo aquello me venía grande, pero aún así iba con muchas fuerzas y sin faltarme el apoyo incondicional de mi madre y de toda mi familia.

Una enfermera nos recibió y nos dijo que eligiéramos butaca para sentarnos. Aquella sala es grande y luminosa, existe mucha serenidad, siempre suena música de fondo y el personal es increíble. Son personas cualificadas para estar allí; el trato que recibes es muy especial y te hacen sentir muy a gusto. Te hacen sentir como una persona normal y no como un enfermo. Algo muy importante para mí.

La butaca que elegí estaba al lado del mostrador de los enfermeros. Me dieron una sábana para ponerla sobre el sillón y otra para echármela por encima porque a medida que iba entrando el medicamento el cuerpo solía enfriarse. Una enfermera se sentó a mi lado y me iba explicando mientras me iba “enchufando a la máquina”. Me entregó algunos folletos de información, con consejos a seguir mientras duraba el tratamiento.

Mis venas, al principio, eran buenísimas; estaban fuertes y respondían a la quimio bastante bien.
Ese día estuve tranquila y relajada; aquel lugar me hizo sentir lo que transmitía: mucha tranquilidad. Al comienzo, mi madre y yo hablábamos sin cesar. Comentábamos todo pero a medida que iba pasando las horas me entraba más sueño, hasta tener que dormir.
Toda la tarde la pasé muy bien sin notar efecto ninguno en mi cuerpo. Pasadas unas 6 horas, la quimio terminó y cuando salí del hospital me sentí como en una nube; ahora entiendo cuando algunas personas hablan de la hora feliz…
Es muy contradictorio y me sorprendía darme cuenta de que la quimio, contra todo pronóstico, no me hacía sentir mal. Jamás he tenido tantos sentimientos y tan marcados. Disfrutaba de todo el doble; mi felicidad por cada momento que vivía se magnificaba, al igual que si sentía tristeza. Los primeros meses llevé la quimio muy bien.
Aunque al principio salía en un estado de paz y felicidad absoluta después pasaron los meses, y ya entonces no la toleraba tan bien… Pero eso ya lo mencionaré mas adelante…

Como decía, al ver lo bien que mi cuerpo reaccionaba continué con mi vida. El primer día de cada sesión, al salir del hospital, siempre solía quedar con mi amiga para tomar café y luego regresaba a mi casa. Al día siguiente ya empezaba a sentir algunos efectos como podían ser el sabor, el cansancio y como mucho dolor en todo el cuerpo; como cuando estás mala con gripe, ¡pero triplicado!. Y al tercer día de nuevo podía volver con mi vida, así que después de comer siempre me arreglaba y me iba para las clases. Volví a la normalidad. Ir a clases y estar con mis amigas me quitaba todo de la cabeza;
me evadía por unas horas de aquella enfermedad y me sentía persona, aquella persona de antes que tenía sus objetivos y metas en la vida.
Una de mis mejores amigas estaba conmigo en clases y sabía en que momento me encontraba bien y en que momento no. Fue uno de mis grandes pilares y una de las personas a la que estaré eternamente agradecida ya que fue, entre otras, de las que más me apoyó y ayudó para sacarme los estudios y continuar con mi vida.

Antes de las navidades tenía los exámenes. Dos de ellos eran prácticos. Uno consistía en interpretar a la lengua oral un video de una persona sorda y en la otra prueba me daban un texto en audio, y mientras hablaban tenía que interpretarlo a la lengua de signos.
Era consciente que ese trimestre suspendería alguna por todo el tiempo que perdí en el hospital. Era muy difícil ponerme al día tan pronto ya que por culpa del tratamiento seguía perdiendo días de clases; pero decidí presentarme y así lo hice. Interpreté muy poco en ambos textos, pero no quedó en mí el no haberlo intentado; siempre debía dar un paso más.
En diciembre nos entregaron las notas y me quedaron las dos que más difíciles eran y he de confesar que me sentí mal; tuve rabia por todos. Aunque hubo gente que al igual que yo suspendió, ellos sí tuvieron la oportunidad que yo no tuve. En aquellos momentos me sentí inferior.

Las navidades llegaron. Fueron algo raras. Todos los años pasábamos alguna fecha en el pueblo, pero éste año no. Éste año sería diferente y las pasaríamos todas en mi casa.
Era algo extraño pero el tiempo pasaba muy deprisa. Pasaron los Reyes y de nuevo empezaron las clases. Yo continuaba con la quimio y mi cuerpo seguía fuerte pero ya iba notando más debilidad y más efectos secundarios, la quimioterapia empezaba a hacer sus estragos en mí.

En febrero ya los efectos secundarios tardaban cada vez más en desaparecer. Los síntomas ya estaban más agravados y se alargaban más días. Ya no ocurría como al principio así que salía del tratamiento y me tenía que ir directamente para mi casa a descansar. El sabor a metal era más intenso y las náuseas empezaban a aparecer. El dolor de mi cuerpo se hacía cada vez más fuerte y mi mente empezaba a debilitarse. Mis fuerzas se iban agotando y las ganas de continuar con mi vida iban desapareciendo. Cada vez me costaba más tirar de mi cuerpo. Sentía como iba consumiéndome psicológicamente, necesitaba recargarme y no encontraba el modo. Ir a clases se me hacía agotador y mi ilusión por continuar se iba esfumando. Estaba rodeada de personas que me mimaban, me cuidaban, me
daban todo aquello que necesitaba, pero aún así me sentía sola. Era una gran soledad e incomprensión. Necesitaba una persona fuera de mi entorno para poder desahogarme como quería, pero no existía tal persona.
A mediados de febrero, coincidiendo con la misa de mi abuela que ya hacía un año que nos había dejado y que aún era difícil superar su ausencia, fuimos al pueblo. Ese mismo fin de semana conocí a un chico del pueblo de al lado. Es extraño que tantos años yendo al pueblo y nunca nos cruzáramos ni coincidiéramos… Nos llevamos toda la noche hablando, ¡¡¡hasta las 6 de la mañana!!!. Fue una noche diferente a las demás; un chico diferente a los demás, una persona especial, con algo especial y que me hacía sentir especial. Sentimos que no nos conocíamos sólo de esa noche; nosotros nos habíamos conocido antes. Sentíamos que nuestras vidas estaban unidas desde hacía muchísimo tiempo. Esa noche marcó un principio y un final en mi vida. Ese chico cambió a positivo todo lo que me estaba sucediendo. Desde esa noche nunca más dejamos de hablar.



Espero que os siga transmitiendo mi historia como hasta ahora, y que os guste cada día más. Por favor, dejadme vuestros comentarios en el blog. (Si no podéis escribir en la misma página, retroceded a la anterior y ahí podréis comentar ). Gracias por vuestro apoyo, sin vosotros no podría continuar ésta historia. Gracias.


jueves, 6 de noviembre de 2014

Te odio hodgkin

Me ingresaron en la cuarta planta, planta que no correspondía con mis sintomatologías pero era la única habitación con cama libre que me podían adjudicar.

Ese día pasó todo muy rápido, no me dió tiempo de parar a pensar en lo que me estaba pasando y de asimilar en que todo iba a peor.
Tras varios dias de hospitalización decidieron de hacerme un tac. Mi doctor estaba tranquilo pese a todas las cosas y esa tranquilidad siempre intentaba de transmitírnosla. Sobre todo a mi madre que era la que más mostraba su preocupación y su miedo.
Ese día del tac debía de estar en ayunas, para que pudieran recogerme por la mañana y hacerme la prueba.

Tras esperar toda la mañana y parte de la tarde en ayunas, por el a veces descontrol y desorganización del hospital, no vinieron a buscarme.
Fue mi médico quien se personó y me recogió para hacerme el tac.

Siempre estaba sonriendo y bromeando. Recuerdo como me llevaba en la silla y bromeaba conmigo mientras jugueteaba con la silla. Una vez en la sala ya empecé a notar algo de escalofríos por la situación y por aquella máquina tan extraña para mí. Máquina que acabaría formando parte de mi vida.
Una vez finalizada la prueba fue un celador ésta vez quien vino a recogerme acompañado de mi madre, y no estaba mi doctor. Era extraño, porque prometió venir a buscarme y subirme de nuevo a mi habitación.

En ese momento yo ajena a todo,subí a la habitación para descansar. Tras hacerme el tac dieron unos resultados que mi doctor jamás esperaba. Lo que vió le horrorizó tanto que no sabía como comunicárselo a mi familia, y menos a mi madre a la que tanto había tranquilizado y prometido que no sería nada.

En el momento de yo subir, avisó a mi padre y mi hermano, ambos que también estaban allí conmigo y los llevó a una habiatción. Con titubeo les dió la noticia que jamás esperarían escuchar en toda sus vidas. Su hermana pequeña y su hija, la menor de todos...tenía cáncer.

Tras darles la noticia, no podía incluir más información. Lo único de lo que les podía informar, era que me debían hacer una biopsia para confirmar si eran células cancerígenas y que tipo de cáncer.

Mientras mi madre conmigo en la habitación ya podía intuir algo. Así que salió fuera y le preguntó a la enfermera, la que no le supo contestar. Entonces mi madre sin pensarlo dos veces, echó a correr escaleras abajo hasta la planta donde se encontraban. Corriendo, fue hacia la habitación y de un portazo abrió la puerta donde se encontró toda la situación.

El doctor ya se había ido y solo estaban mi hermano y mi padre. Ambos allí sentados asumidos en un mar eterno de lágrimas. Por lo cuál, mi madre ya no hacía falta preguntar por lo que ocurría y su intuición no falló.
Se echó a llorar con ellos, todos rotos de dolor. Algo que en mis adentros siento un sentimiento de culpabilidad por todo el daño que les he causado. Soy conciente de que es algo que jamás nadie querría que le ocurriera, pero ese sentimiento es incontrolable.

Al día siguiente, vinieron tres médicos a mi habitación (momento del que se me dá la noticia).
Recuerdo a un médico y dos estudiantes en prácticas y mi hermano.
Al verlos algo ya se infundó en mí y sabía que no traian buenas noticias.
Todos se pusieron en fila y el médico (ya otra persona nueva que empezaría a llevar mi caso), empezó a hablar y a explicarme.
Su explicación fue rápida pero con mucha sensibilidad. Aún recuerdo sus palabras, noticia que no me quería dar tan tajante. Quiso rondar un poco y no ser tan directo. Intentar hacerme el menor daño posible, dijo: tenemos varias opciones que podrían ser, existen varias posibilidades y entre ellas barajamos cáncer.

En ese momento mi cuerpo se paralizó. Todo mi mundo se paró y solo escuchaba una y mil veces esa palabra en mi cabeza.
Me llevé las manos a la boca y con cara de asustada pregunté: ¿tengo cáncer?. Pero rápidamente contestó mi hermano y me tranquilizó, diciendo que aún no era seguro. Todavía faltaban unas pruebas para poder confirmar. En el caso que fuera así, que no me preocupara que de todo se salía y juntos saldríamos de ello. Pero aún así, no pensara en eso.

Más tarde, ese mismo día me vinieron a buscar para hacerme la biopsia.
En ese momento me acompañaban mis padres, mi hermano y mi mejor amiga desde la infancia.

Antes de entrar estuvimos esperando fuera un ratito. Todos estaban angustiados y asustados por los acontecimientos, en cambio yo estaba bien,tranquila,confiada... Intentaba bromear con todos para romper un poco el hielo. Todos intentaban sonreir, pero la situación les superaba.

Cuando vinieron para meterme dentro yo bromee diciendo adiós como en “Lluvia de estrellas”.

Dentro me tumbaron en una camilla muy finita, donde apenas podía moverme porque podía caerme.
Recuerdo que hacía mucho frío y me tenía que descubrir de toda la parte de arriba, ya que la biopsia me la hicieron debajo del pecho.

Entraron cuatro doctores, tres doctores y una doctora. La doctora al verme el frío que tenía me echó una sábana por la zona que no me tocarían y así poder cubrirme un poco.

Me pusieron anestesia local. Me dijeron que después de la biopsia debía estar todo el día en reposo sin poder levantarme, ya que me podía desmayar tras la intervención. Una vez empezaron, estuvieron todo el tiempo hablándome y bromeando conmigo. Yo les correspondí de la misma forma.

Una vez terminaron, el sueño me atrapó. Me llevaron directamente a la habitación, no sin antes salir y decirles a toda mi familia que me esperaba fuera y mi mejor amiga, que me encontraba muy bien y que todo había salido muy bien.
Todos me dieron un beso y me alagaron como campeona y mi amiga me dió un besazo y se despidió, ya que tenía que ir a trabajar.

Una vez en la habitación ya me atrapó del todo el sueño. Me quedé completamente dormida. Algo que debía hacer tras la intervención, descansar mucho.
Ya solo quedaba esperar, esperar a los muy esperados resultados.

Mis padres que como cristianos y creyentes que son, rezaban sin parar para que “dentro de lo malo, fuera algo bueno”. Yo en cambio, ni un solo momento pensé en ello, en que pudiera ser malo. Solo rondaba en mi cabeza que todo lo que estaba sucediendo era un mal sueño y un día despertaría. Todo sería una mala pesadilla.

Por la tarde me visitó mi hermana, persona con la que tengo una especial unión y un especial cariño. Aún no sabía nada. Nadie le había querido decir nada por su gran sensibilidad, y además, apenas tenía tiempo por mi sobrino de un añito.

Pues yo, con mi poco tacto de esos momentos y sin pensar en nada ni nadie, (a causa de lo que me estaba sucediendo y a la alta dosis de corticoides que me estaban poniendo, medicamento que altera muchísimo el estado de ánimo y provoca mucha euforia) pues se lo solté de un tirón, algo que nunca debí hacer.

Ella se quedó en shock. Sólo percibí mucho dolor en su mirada.
Intentó ser fuerte y mantener la entereza hasta que se fuera, y así hizo.Tras cruzar el umbral de la puerta fué todo lamento y lloros, mucho lloro y dolor.

Mas tarde me vinieron a visitar mis amigas. Al igual que a mi hermana se los solté sin nunca pensar en el dolor que causaría. Algo que hoy día me doy cuenta y siento muchísimo. Mi actitud no era la más asertiva en esos momentos, en todo el proceso de hospitalización y tratamiento.

Al día siguiente llegaron los resultados.
No había salido bien. Las fibras que habían cogido estaban muertas, habían cogido solo tejido muerto. Tenían que volver a repetirla. Ésta vez lo harían con cirujía en quirófano y anestesia general. De todo ésto me informó mi nuevo doctor, también muy dulce y entrañable. Era más joven y también un gran profesional.

Me operaban al día siguiente.
Tenían que hacerme una nueva analítica como casi a diario me hacían y la prueba de la anestesia. Consiste solo en unas preguntas sobre tu peso, alergias...

Sinceramente no os puedo contar mucho de mis sentimientos en el tiempo que estuve hospitalizada. Sólo recuerdo mi insensibilidad, mi apatía y cambios bruscos de estado de ánimo y mucha euforia, mucha mucha euforia a causa del corticoides.

Al día siguiente, el día de la operación me llevaron a la segunda planta junto a mi familia. Recuerdo a mi madre muy nerviosa y preocupada. Mis hermanos muy preocupados pero con entereza y mi padre, pues mi padre desde la noticia cambió, se transformó en otra persona.
Su semblante era seriedad pura y como perdido. Apenas hablaba, solo me transmitía con su mirada. Se había derrumbado tanto que se había vuelto casi autista. Su mirada era indescriptible. Era entrar en un mar profundo lleno de tristeza, mucha tristeza. Se sentía decepcionado con la vida por lo que estaba ocurriendo.

Con muchos besos y ánimos de todos ellos me llevaron a quirófano. Allí recuerdo al anestesista, la cirujana y enfermeras que me ponían todo tipo de cables con agujas. Todos ellos jóvenes.
La cirujana era una persona que transmitía mucha tranquilidad. Yo al ver todo lo que había, el instrumental, las máquinas, los cables.. cada vez me ponía más nerviosa.
Al verme la joven cirujana empezó a tranquilizarme, a decirme cosas bonitas.
Lo último que recuerdo que me dijo fue: cierra los ojos y sueña con algo bonito. Me pusieron la inyección con la anestesia y no recuerdo nada más.

Tras acabar la operación fueron avisar a mi familia de como había salido todo.
Al parecer todo lo simpática que había sido la cirujana conmigo, no lo llevó a la práctica con mi familia.
Para mí, una opinión mía propia y personal... Hay personas que por muy bien que se les dé su trabajo y sean los mejores profesionales, la empatía nunca hay que perderla y menos la sensibilidad y el tacto con las personas.

Nada mas salir, mis padres y hermanos todos muy nerviosos esperaban ansiosos la noticia. Como había salido todo y que aspecto tenía. El poco tacto de esa persona, solo supo decir que la operación había ido bien y que la pinta que tenía lo más probable es que fuera maligno. Imaginad mi familia. Sólo de pensarlo mi corazón se ahoga en llanto. Lo mal que lo pasarían.

A mi madre la tuvo que sostener mi padre corriendo porque se desmayaba. Mis hermanos se abrazaron derrumbados. Y mi padre sostuvo a mi madre, la abrazó tan fuerte que ambos se podían transmitir el dolor, tanto del uno como del otro.

Mientras yo, exenta de todo estaba muy dolorida.
En la operación al sacarme los tejidos, vieron que mi pulmón estaba completamente lleno de líquido pleural. El cáncer era tan grande que había oprimido mi pulmón llenándolo de líquido pleural. Me sacaron 2 litros de líquido y me dejaron un drenaje. El lugar era bajo la axila derecha, a la altura del pecho. De ahí me salía un tubo que daba a una bolsa y expulsaba un líquido amarillo completamente repugnante.

Desde esa operación mi estado iba a peor.
Estaba completamente llena de dolor. El drenaje era muy doloroso pese a que estaba con una bomba de morfina, la que me dejaron un par de días. Aún así era mucho mucho dolor.
Yo no podía levantarme de la cama, ni siquiera apenas me podía incorporar para comer. Sólo necesitaba dormir, pasar los días dormida sin sentir nada, sin sentir dolor.

Mis padres no se separaron de mi lado en ningún momento.
Según el hospital solo se podía quedar un familiar por paciente, pero en mi caso hicieron una excepción y todas las noches las pasaba junto a mi padre y mi madre.

Mi padre se quedaba a descansar en la butaca, (porque no puedo decir dormir ya que en esos días ninguno de ellos pudieron descansar). Y mi madre junto a mí, su cabeza en mis pies y sus pies en mi cabeza. Cabíamos las dos perfectamente.
Aunque casi toda la noche se la llevaba levantándose, ya que a cada momento entraba un/una enfermer@, entonces rápido se levantaba y se ponía de pie.
Los peores días de toda sus vidas.

El día de la operación por la tarde, habían venido mis amigas a verme pero no pude ni decirles hola. Yo solo estaba postrada en la cama habriendo y cerrando los ojos y la mayoría del tiempo dormida.


Tengo que decir que tuve muchos pilares muy fuerte e importantes en mi vida, y además de mi familia, padres, hermanos, tíos, abuela, primos... Mis amigas fueron para mí un pilar imprescindible para tan largo camino que debía recorrer.
Sabía que tenía grandes amigas, grandes personas a mi lado, pero no las mejores que se puede tener.
Como persona me siento muy orgullosa de lo que tengo en mi vida y me rodea, soy muy afortunada.

Con el drenaje estuve un par de días saliendo líquido sin parar. Aún con la morfina el dolor era inmenso. Os aseguro que era como si tuviera un puñal clavado constantemente.
Al segundo o tercer día me vinieron a visitar el doctor con algunos estudiantes en prácticas. Al verme el drenaje, decidieron quitármelo.

Tras irse llegaron dos enfermeros, una enfermera y un enfermero. Personas muy simpáticas. Cuando prepararon todo el instrumental se dispusieron a tirar del tubo.
La sensación fue horrible y muy dolorosa. Sentía como salía muy poco a poco el tubo de mi costado y notaba como si me estuviera quemando. 
Muchas sensaciones a la vez y lo único que recuerdo bien y nunca olvidaré es ese dolor tan específico. Dolor que jamás olvidaré como muchos otros dolores de ésta historia que más adelante os contaré.

Ese día lógicamente lo pasé mejor que los anteriores, ya me podía levantar y caminar.
Me visitaron mis familiares y mis amigas. Estuve más entretenida, pero continuaba mi euforia y mis cambios de estados de ánimos.

Al día siguiente lo volví a pasar algo mal. El dolor de la herida se hacía insoportable. Me supuraba cada vez que tosía o hacía cualquier movimiento brusco,lo que hacía que me tuviera que cambiar de pijama tres y cuatro veces al día.

Mi cabeza empezaba a recobrar vida. Empecé a darme cuenta de lo que estaba pasando.
El miedo empezó a envolverme. Mucho temor y dudas acechaban mi cabeza. 
Empezaron a entrarme taquicardias, ansiedad, a angustiarme más por cada segundo que pasaba. Mi madre tuvo que llamar al enfermero y éste a mi médico.
Notaba que mi pecho se quedaba sin aire. Mis pulsaciones se aceleraban hasta casi ni sentirlas y un miedo que hacía volverme loca.
Muchos pensamientos a la vez, muchísimo miedo.

Mi médico rápidamente vino a verme (aunque me habían metido una pastilla bajo la lengua yo seguía igual). Me aconsejó avisar al psicólogo del hospital, pero directamente me opuse. No sentía la necesidad de hablar con nadie, solo que todo lo que estaba ocurriendo se convirtiera en una pesadilla y dejara de ser verdad. Salir del hospital y continuar con mi vida como cualquier persona.

Pero mi doctor insistió, así que después de varios intentos acepté. A los 15 minutos de irse llegó una psicóloga, que muy a mi pesar no me sirvió en absoluto. No por ella, sino por mí.

No estaba colaborando como ella me pedía y debía hacer. Solo me preguntaba: a qué tenía miedo, y yo sólo sabía contestar: a perder mi pelo. No quiero perder mi pelo, no quiero quedarme calva.

La angustia cada vez se apoderaba más de mí y la charla pese a que no llevábamos ni 10 minutos se me hizo eterna.
Para que me dejara en paz le dije que no quería seguir hablando, que estaba muy cansada y quería dormir. Se despidió y me dijo que en cualquier momento que la necesitara estaría totalmente a mi disposición.

Me trató muy bien y tuvo mucha paciencia, pero no sentía la necesidad de continuar hablando.

Al marcharse entró mi madre y mi hermana. Me hicieron calmar un poco y descansar. Ésta vez si era cierto que me encontraba muy cansada y necesitaba dormir, así que me eché y dormí durante toda la tarde.

A la mañana siguiente, me seguía encontrando mal, acelerada y con ansiedad. Estaba muy nerviosa. Sentía que el hospital me estaba consumiendo por cada momento que pasaba, no aguantaba pasar un día más allí encerrada.

Durante todo el día pedí que me dieran el alta, que me dejaran marchar para mi casa. Pero por mi estado no querían dejarme marchar. 
Yo sabía que allí solo empeoraría. Sólo en mi casa empezaría a encontrarme mejor y ese miedo que me envolvía desaparecería solo en mi hogar.

Tras mucho insistir, el médico aceptó. Podría marcharme al día siguiente. Antes, esa misma noche, volvería a pasar por otro infierno.

Habiendo pasado la enfermera con mi medicación y haberme dejado una tila bien caliente, llegó el momento de apagar las luces y dormir.

Esa noche mi padre se fué a dormir a mi casa, sabiendo que al día siguiente me daban el alta. Esa noche solo estaba mi madre conmigo.
La tila me había dejado muy relajada, pero sólo al principio de la noche.

A medida que iban pasando las horas y notaba que no podía dormir me ponía más nerviosa, me volvía la ansiedad, volvía a invadirme esa locura.

Cada vez que mi madre cerraba los ojos, hacía que volviera abrirlos. No quería quedarme sola, no soportaba ver que ella descansaba y yo no podía.
Me convertí en una persona sumamente egoísta motivo del miedo que tenía. 
Cada cinco minutos le pedía que me llevara al baño. Mi madre con mucha paciencia sobrellevaba mi actitud. Aún a día de hoy, no sé como pudo aguantar, como pudo aguantarme esa noche.

Llamaba al enfermero cada 15 minutos para que me pudieran dar algo para descansar, pero ya no podían volver a darme nada más. Ya me habían dado un ansiolítico como cada noche para dormir.
¡Maldita noche que nunca acababa!. No llegaba el momento de amanecer y yo continuaba con mi miedo. Desesperada, sin querer, haciéndole pasar a mi madre la peor noche de su vida.

Por fin amaneció y llegó la mañana. Tras visitarme el médico me dijo que ya podía volver a mi casa. Aunque los resultados todavía no estaban, pero me lo comunicarían por teléfono.

Me recogió mi hermano. Mi padre ya se había incorporado al trabajo después de haber desaparecido durante al menos una semana. Desde que le dieron la noticia y se sumergió en su mundo, desconectó el móvil y no avisó a nadie. Llegaríamos a mi casa y no lo veríamos hasta el mediodía.

La llegada a mi casa fue por un lado paz y por otro dolor.
Al abrir la puerta sentí la dulce paz de mi casa, mucha calma. Cuando entramos echamos en falta una foto mía que estaba en la entrada. Mi madre se fue para su habitación y se dió cuenta que mi padre la había cogido para ponérsela en su mesita de noche, mirando hacia él con muchos santos.

He ahí donde sentí el tremendo dolor que tenía mi padre, la mala noche que habría pasado roto de dolor y llorando por su niña pequeña, porque todo fuera un mal sueño, porque todo acabara y nunca más volviéramos a pasar por aquellos días... Lo que daría él como padre estar en mi lugar en vez de pasarlo su hija, su pequeña hija, la niña de sus ojos... Fué un momento terriblemente triste.

Al dejar todas las cosas, me dí una ducha llena de energía para poder así recobrar un poco el conocimiento de todo y ser consciente de todo lo que había pasado y como lo había pasado. Volvía a aquel baño
en el que tantas veces intuí que me pasaba algo.

En todo el tiempo del hospital no quise derramar ninguna lágrima para no hacer sufrir más a mis padres, ya demasiado con lo ocurrido como para encima yo no estar entera y animarles yo a ellos.
En el momento del baño solté todo lo que llevaba dentro, todo mi dolor y mi miedo. Intenté pedirle ayuda a DIOS y que me pudiera escuchar.
Sentía que mi corazón no tenía latido, no tenía vida. Había sido destrozado en mil pedazos por la noticia de la enfermedad. Eran muchos sentimientos y a la vez contradictorios.

Después de pasar un rato en el baño, salí y me acosté a dormir en mi cama. Cama que echaba tanto en falta como el respirar. Me tumbé y enseguida me quedé dormida.

En el almuerzo, ya mi padre había regresado de trabajar y todos nos sentamos a comer.
Mientras comíamos sonó el teléfono.
Mis piernas empezaron a temblar y mi corazón empezó a latir a mucha velocidad. Lo cogió mi madre y como bien temíamos era mi doctor para informarnos de los resultados.

Nada más darle la noticia a mi madre le pidió que me pasara el teléfono para hablar con él. Así darme la noticia a mí,directamente.
Aún recuerdo sus palabras : ya tenemos los resultados y dentro de lo malo es una buena noticia. Tienes linfoma de hodgkin tipo bulking en el mediastino.

Existen hodgkin y no hodgkin. El mío era el mejor de los dos, el mejor que podía tener. Tipo bulking era por el tamaño del linfoma, porque era extremadamente grande, motivo por el cual me oprimió el pulmón derecho e incluso parte del corazón, donde también había provocado un pequeño derrame (sin importancia) que se reabsorvería solo con el tiempo.

No os puedo contar como me tomé la noticia porque hoy día ni lo sé. 
Una parte de mí, sabiendo que el cáncer lo tenía, no quería creerlo y aún tenía esperanzas para que no pasara. Por ese motivo por una parte sentí decepción y por otra tranquilidad al decirme que era lo mejor que me podía pasar en mis circunstancias, y no era malo.No me iba a morir.