martes, 23 de diciembre de 2014

¡¡¡Siempre fuerte!!!

Cuando se enteró mi familia todos querían celebrarlo, así que en navidades me hicieron una comida por parte de mi madre y otra con toda la familia por parte de mi padre. Fueron días inolvidables en mi vida. La familia por parte de mi padre (mi abuela, mi tía y mis prim@s) me regalaron dos ramos preciosos y una tarta enorme, todo fue maravilloso, GRACIAS a toda mi familia, ¡¡¡sois únicos!!!
Las navidades fueron increíbles; una de las mejores navidades de mi vida. Pero aquella cosa que estaba dentro de mí continuaba diciéndome que algo no iba bien, pese a que todo había salido perfecto.
Mi cansancio aun continuaba, aunque ya era con menor intensidad. El brazo derecho lo sentía a veces acorchado y mi respiración aún no se había recuperado; sentía que algo andaba mal. Estaba tan asustada que al principio no quise decir nada… Tenía miedo de que Hodgkin volviera a aparecer… Había vuelto a retomar las riendas de mi vida y no podía volver a pasarme lo mismo. Me encontraba con mucho miedo, le pedía a Dios que todo eso fuera normal y que no me estuviera pasando otra vez lo mismo. Pero un día no pude aguantarme más y se lo comenté a mi madre que hizo que llamara a mi doctora para que le explicara cómo me sentía.
Aún quedaba unos meses para hacerme la revisión, pero mi doctora algo recelosa me mandó hacerme el tac antes de lo previsto y así salir de dudas. Cuando me lo hice y tuvo los resultados vio algo que no esperaba, aquellas células del cuello seguían allí pero con otro aspecto diferente…
¡No podía estar pasándome otra vez! volver de nuevo a pasar por otra quimioterapia… no entraba en mi cabeza… Tenía unos planes, había recuperado mi vida, no podía dejar que nada ni nadie me lo volviera a arrebatar; no podía estar sucediendo de nuevo. En ese momento se paralizó todo mi mundo, todos los recuerdos pasados volvieron a invadirme, de nuevo el miedo me envolvió…
Pese a haber tenido algo dentro de mí que me decía que algo no iba bien, no quise escucharlo y preferí dejarme llevar por los pensamientos positivos.
Otra vez me tocaba llenarme de positividad e intentar hacer que el universo se pusiera de mi lado y con la ayuda de Dios todo quedara en un susto…



De nuevo, ya todos estábamos nerviosos e inseguros por los resultados que habíamos tenido del último TAC. Para más seguridad y realizar todas las pruebas pertinentes, me debía hacer otro PET, prueba decisiva y dónde conoceríamos si de nuevo había aparecido Hodgkin o no.
El día de la prueba, era extraño, pero no me encontraba nerviosa. Dejé mi vida en manos de Dios y que fuera lo que él quisiera.
De nuevo tuve que ir a Sevilla, a Virgen del Rocío, y pasar por los mismos pasos que la vez anterior. Todo salió muy bien, al marcharme me tranquilicé porque no hubo ningun médico que me frenara la marcha y me dijera nada, todo estaba saliendo bien. A la vuelta para mi casa no lo pasé tan bien como hubiera querido. A mitad de camino empecé a encontrarme mareada y con mucha fatiga, hasta el extremo de tener que parar mi padre en medio de la autopista para yo poder vomitar. Mi novio que de nuevo me acompañaba se llevó todo el camino tranquilizándome y echándome aire para que se me pasara el mareo, pero nada lo podía evitar.
Al llegar a mi casa, mis padres (con semblante serio) estaban muy preocupados y con mucho miedo por todo lo que estaba sucediendo de nuevo, y por como me encontraba. Cuando entramos, de nuevo me volvió la fatiga y corriendo tuve que ir al baño, mi pareja muy preocupado me siguió y al verme, rápidamente vino hacia mi para recogerme los pelos y ayudarme. Cuando más o menos empezaba a encontrarme mejor, me metí en el baño para continuar el protocolo de la prueba, me duché y me metí en la cama para descansar. Me encontraba muy cansada y débil. Ya solo debíamos esperar a los resultados definitivos, resultados que nos diría si Hodgkin había vuelto a aparecer o solo era otro susto más.
Los días pasaban muy lentamente. Tras una semana de espera aún no estaban los resultados. Una tarde, estando en mi casa descansando me sonó el móvil, era mi doctora. Ya estaban los resultados, me dijo que debía ir al día siguiente por la mañana para recogerlos, pero que no me preocupara. Rápidamente fui a mi madre para decírselo, entonces mi madre me miró y con voz muy calmada me dijo que no me preocupara, que todo iba a salir bien, que si hubieran malas noticias me lo hubiera dicho en ese momento, mis padres y todos estaban convencidos de que sólo sería un susto, hasta yo lo llegué a pensar y a quitarme la idea de que podía volver a tener cáncer.
Al día siguiente, mi madre y yo fuimos a la cita. Las dos estábamos tranquilas, decididas de que eran buenas noticias y todo el camino lo pasamos hablando de la comunión de mi sobrino, para la cuál quedaba muy poco tiempo.
Una vez llegamos no tuvimos que esperar mucho tiempo, avisamos de que estábamos allí y apenas un minuto después mi doctora nos hizo pasar. Entramos mi madre y yo a la sala y nos sentamos, mi doctora salió un momento y mientras nos quedamos las dos solas allí esperando. Aquel momento se nos hizo eterno. De nuevo algo se infundó en mí, una pequeña intuición de que algo no iba bien, pero en cambio mi madre estaba muy segura, seguridad que me transmitió a mí. Entonces llegó mi doctora, ya estaban los resultados definitivos, ya tendríamos por fin noticias. Sabríamos si podría continuar con mi vida como tanto deseaba, ser una persona normal como cualquier otra y quedar todo en un mal sueño, o de lo contrario volver a pasar por otra quimioterapia, por otra pesadilla, de nuevo por otra experiencia que ésta vez acabaría conmigo, porque no estaba preparada ni física ni psicológicamente, no tenía fuerzas. Mi cuerpo estaba agotado por todo lo que había pasado. Sé que nunca nadie está preparado para éstas noticias, pero os prometo que siempre se sacan fuerzas desde muy adentro, pero habiendo pasado recientemente por el proceso de la quimioterapia y de la radioterapia, mi cuerpo estaba muy débil y muy cansado, mis venas estaban totalmente quemadas y mi cabeza no podría con otra lucha igual.
Cuando mi doctora se sentó, mi madre y yo nos acomodamos y muy atentas pusimos toda nuestra atención en ella y sus palabras.
Lo primero que me dijo fue: ¡lo siento!, continuó hablando, los resultados han salido positivos, es decir, los ganglios que hay en el cuello tienen células cancerosas y para ello, para la confirmación absoluta debemos hacerte una biopsia que nos confirmarán la enfermedad de los ganglios y si de nuevo es hodgkin o no.
El silencio se apoderó de aquella habitación... cuando miré a mi madre las lágrimas le caían sin cesar, mi madre me miró y empecé a llorar como una niña pequeña, no me lo podía creer, no podía estar pasándome de nuevo, sentía que estaba viviendo más que nunca una pesadilla. Después de las palabras de mi doctora, Dios sabe que se me cayó el mundo encima, sentí como si me arrebataran el corazón y lo desmenuzaran trocito a trocito hasta llegar a hacerlo añicos.
No me podía creer que me estuviera pasando de nuevo, sentí que se apoderaron de mi vida, que jamás podría volver a ser una persona normal con una vida normal, que mi vida sería unas continuas idas y venidas al hospital sin cesar, y que jamás podría conseguir mis sueños, alcanzar mis objetivos, ser FELIZ... Ésta vez sentí que me caía a un pozo sin fondo. Sentí que la vida era una mierda.
De nuevo Hodkin había vuelto. Hodgkin me había ganado esa batalla, había podido conmigo, pero no podía permitir que pudiera con mi vida, debía armarme con las mismas fuerzas, ganas, y valor y enfrentarme de nuevo y ésta vez acabar con él y nunca más dejar que volviera aparecer.
¡¡¡Acabaré contigo Hodgkin!!! CONTINUARÁ...






Antes que nada, deciros que siento mucho la demora. Haceros saber que si leéis el blog desde el ordenador, podréis escuchar de fondo una música que pondrá banda sonora a la historia de mi vida.
Informaros que éste es el final de la primera parte de mi historia, final que continuará, si no fuera posible en un libro será de nuevo en el blog, pero no os dejaré sin conocer el final, historia aún más dura y con muchos nuevos acontecimientos. Os iré informando con el tiempo. Pero no olvidéis que Hodgkin continúa. Muchísimas gracias por vuestro apoyo y por seguir la historia, y no olvidéis...


                                                 CONTINUARÁ.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Hasta luego Hodgkin

Tras terminar la radioterapia, continuaba encontrándome cansada. Poco a poco iba recuperando los días… recuperando mi vida muy lentamente. Aún tenía prohibido la exposición al sol. Solo podía ir a la playa en las últimas horas de la tarde y evitar todo lo posible el sol ya que de lo contrario me podía provocar una quemadura más severa en la zona de la radio. Por las tardes intentaba poco a poco caminar y hacer un poco de ejercicio para así acelerar el proceso de recuperación.
Mis días continuaban siendo de descanso. Definitivamente debía seguir descansando para recuperarme.
Necesitaba realizar un viaje y evadirme de todo por lo que había pasado; intentar olvidar aquellos malos momentos con los que tanto había sufrido… Entonces mi chico me propuso ir al pueblo de sus abuelos y así hicimos. Pasamos un fin de semana entero desconectado de todo, respirando aire nuevo y en definitiva recargando fuerzas para continuar luchando. Fue un fin de semana especial; mi primer fin de semana fuera de la rutina de mi vida.
Los días pasaban y me iba encontrando mejor. El cansancio aún continuaba pero era cada vez menos. Me encontraba cada día más feliz, valoraba todo muchísimo y cada momento lo vivía con mucha intensidad. Aunque por otra parte, empezaba a tener miedo… Me aterrorizaba pensar en que el tratamiento no había funcionado y en la posibilidad de volver a darme uno nuevo. Había algo en mí que no estaba segura del todo, pero rápidamente hacía todo lo posible para quitarme esa idea de la cabeza y de nuevo retomar mi vida. Intentaba justificarme continuamente y me hacía creer que ese cansancio tan duradero era normal ya que mi cuerpo había sufrido demasiado… No entraba en los nuevos planes de mi vida continuar enferma; eso no podía volver a suceder…
A finales de agosto era la feria del pueblo de mis padres, entonces aprovechamos para ir y así pasar tiempo con nuestras familias. Pensaba en salir de marcha, aprovechar esos días de feria con mi chico; disfrutar de todo, ¡que ya me tocaba…! Estaría dispuesta a hacer lo que me pidiera mi cuerpo sin venirme abajo.
Ese fin de semana, y como cada año, nos reunimos todos en casa de mi abuela para comer y festejar la fecha en la que nos encontrábamos.
Mi hermana me propuso salir el sábado de feria e ir de marcha y entrar en las casetas. Yo en principio tenía esa idea, pero le dije que todo dependería de como me encontrara. Al llegar el día, me levanté con fuerzas, con ganas, parecía que Dios me había concedido ese día para poder disfrutar como tanto quería. Por la noche empezamos a vestirnos y a arreglarnos. Aún podía venirme aquel cansancio y acabar con los planes que teníamos… pero afortunadamente no sucedió. Me vestí como hacía tiempo que no lo hacía; me maquillé y me puse mi cabello de forma que cubriera todos los claros de mi cabeza... que ya eran bastantes… Esperamos a mi cuñada en mi casa y cuando llegó nos fuimos todos juntos para la feria. Pasamos una noche genial. Mi cansancio no hizo estragos en mí como era lo habitual.
El tiempo pasaba y por fin empezaba a encontrarme cada día mejor, a veces cansada pero la mayoría no. Empezaba a sentirme persona, a disfrutar de lo que me rodeaba y de todo lo que tenía, de mis sobrinos, mi familia, mi pareja... empezaba a recuperar la felicidad.
Poco a poco veía cómo me crecía el cabello; cómo los pelos nacían de nuevo muy finitos, igual que los de los bebés. A medida que iba creciendo me lo notaba más fortalecido, más cabello “normal“. Ya al menos tenía toda la cabeza más o menos cubierta.
Mi novio venía cada fin de semana a verme. Se había apuntado a la autoescuela para superar su miedo a conducir y sacarse el carnet. Poco a poco, juntos conseguíamos todo lo que nos proponíamos.
Durante la semana quedaba con mis amigas y nos veíamos muy a menudo. Intentaba pasar con ellas todo el tiempo perdido. Me encantaba quedar todas juntas y reunirnos para disfrutar de nuestras largas charlas llenas de risas junto a nuestro cafelito. Estos momentos los guardo como de los mejores de mi vida. Ahora todos esos momentos los aprecio al detalle, cada momento supera al anterior, lo vivo con mayor intensidad.
Pasaban los días, las semanas... el tiempo pasaba muy rápido. Ya quedaba muy poco para hacerme la prueba final. La prueba decisiva a la que tanto respeto le tenía… aquella prueba que decidía mi futuro… la que me diría si el tratamiento había ido bien o debían ponerme otro nuevo. Cada día que pasaba me encontraba más nerviosa y con más miedo. Todo el tiempo pasado se me volvía a remover, cosa que me hacía sentir triste ya que recordaba todas las cosas malas que había vivido y por las que les había hecho pasar a toda mi familia. Mi abuela y mi tía habían sufrido también muchísimo. Todos lo habían pasado muy mal por mí y hasta que no me dieran los resultados definitivos no acabaríamos todo con ese sufrimiento. Todos estábamos a la espera de esa llamada tan importante, tan decisiva.
Hasta que llegó el tan temido y a la vez ansiado día. Me llamaron y me citaron para el día siguiente en el hospital Virgen del Rocío, en Sevilla. Me explicaron los pasos que tenía que seguir. Debía estar en ayunas durante 6 horas, estar en reposo sin hacer ningún tipo de ejercicio ni esfuerzo, no podía conducir el día de la prueba y debía estar muy relajada (cosa que me era imposible, aunque por lo menos debía intentarlo) Me recomendaron que una vez finalizara la prueba y llegara a casa debía ducharme y lavar mi ropa rápidamente sin mezclarla con otra ropa y durante ese día tenía prohibido acercarme a niños y mujeres embarazadas. Todas estas normas las debía de cumplir a raja tabla.
Aquel día estuve tranquila. Con la compañía de mis padres y mi novio me encontraba relajada. Cuando llegamos no tuve que esperar mucho para entrar. Entré y primeramente debían hacerme un test de embarazo (puro protocolo). Una vez me lo hicieron y dio negativo, entré en una sala pequeña que estaba dividida por una cortina. Había dos sillones y dos goteros. En el otro lado de la cortina había un señor sentado con el gotero ya puesto. Me senté en el otro sillón y una enfermera muy agradable me dijo que me pusiera cómoda puesto que debía estar allí una hora enchufada y relajada. Primero me pusieron suero y más tarde vino con una bandeja y un objeto encima que daba bastante miedo. Era una jeringuilla enorme y de acero la cual contenía radiación. Me lo pusieron en el gotero y de nuevo se marchó quedándonos en aquella habitación aquel señor y yo. Al principio me encontré algo nerviosa cuando me senté, pero a medida que me iba entrando el gotero mis nervios iban desapareciendo. El gotero contenía entre muchas otras cosas un calmante y era algo que lo notabas al rato de estar enchufada. Tras pasar una hora, la enfermera vino a quitarme el gotero y me dijo que antes de pasar por la máquina fuera al servicio. Seguí sus indicaciones y acto seguido me hicieron pasar a la habitación con la máquina. Me senté en la camilla y me tumbé. Como siempre, debía estar muy quieta y con los brazos muy estirados hacia arriba. Cuando la máquina comenzó a funcionar y poco a poco entraba en aquel pequeño túnel, me volvieron a invadir los nervios. Empecé a rezar; a pedirle a Dios que acabara con toda aquella pesadilla. Le pedía con todas mis fuerzas que fuera la última prueba decisiva y que ya no volviera hacerme ninguna otra, sólo las rutinarias para las revisiones. Rezaba mucho, rezaba sin parar mientras observaba una especie de cuadro con el universo dibujado que había justo arriba. Era precioso. Me centré tanto en aquel cuadro que dejé de rezar y me llegué a evadir de aquella sala. Tanto me evadí que ya no recordaba estar allí. Me teletransporté como a una especie de sueño. Fue extraño. Nunca antes había pensado en casarme; no entraba en mi cabeza el hecho de encontrar a una persona en mi vida y casarme, firmar unos papeles y una persona extraña confirmar que ya somos marido y mujer para toda la vida. Siempre estuve en contra de esas cosas, hasta que encontré a mi novio. Desde que lo conocí, y pasando por la experiencia de tener cáncer, algo se ha infundado dentro de mí y ahora es uno de mis sueños. Pues bien, en ese momento de evasión, no se por qué, pero imaginé mi boda. Era todo muy real. Vi como íbamos vestidos, la música de la ceremonia, la celebración, todas nuestras familias reunidas, nuestras caras de felicidad. Un sueño precioso; casi casi real. Me dejé llevar tanto por mi imaginación que mientras veía todas las imágenes pasar, de repente escuché una voz que me decía que ya podía bajar los brazos. Había acabado la prueba. Regresé de nuevo a la vida real. Cuando me levanté de la camilla de nuevo me volvieron a aparecer los nervios.
Salí de aquella habitación y los enfermeros se despidieron de mí. Mientras iba cruzando el pasillo en otra pequeña habitación había un doctor mirando las imágenes del PET. Cuando me vio me llamó y me hizo entrar en aquella sala. Fue algo que me asustó mucho. Rápidamente le pregunté si había visto algo raro, pero me tranquilizó y me dijo que no, que sólo era una duda que tenía. Me preguntó si también me habían radiado en la parte del cuello, y le dije que en una pequeña parte sí, entonces con semblante serio se despidió de mí y me marché.
Salí muy asustada y en cuanto me reencontré con mis padres y mi chico se lo hice saber. Ellos me tranquilizaron diciéndome que solo era una duda, que si hubieran visto algo extraño me lo hubieran dicho en el momento. Pero algo dentro de mí me decía que algo no iba bien… yo me encontraba bien y todo estaba funcionando como debía pero había una pequeña parte en mí que tenía dudas… Cuando nos fuimos decidí no volver a pensar en ello y dejar que fuera lo que DIOS quisiera.
Cuando llegamos a San Fernando me encontraba algo cansada del viaje, pero mis amigas querían verme. Entonces hice un pequeño esfuerzo y quedamos en el lugar de siempre y también me acompañó mi chico. Lo pasamos tan bien que en ningún momento pensé en lo que había sucedido.
En los días posteriores estuve bastante nerviosa. Quería pensar en positivo, pero solo me merodeaba por la cabeza aquella pregunta. Todos los días rezaba sin parar, le pedía a DIOS que aquello pasara de una vez, que me dejara volver a mi vida, y así poder recuperar todo aquello que antes tenía, UNA VIDA.
Cuando mi novio se tuvo que marchar para su casa empecé a estar más intranquila, así que me fui a pasar esos días de espera a casa de mi hermana y pasar tiempo con mi sobrino pequeño para intentar no pensar en los resultados de la prueba. Los días pasaban y se me hacían eternos... Una vez estuvieran los resultados, mi doctora me llamaría por teléfono y me comunicaría la noticia. Yo le pedí que no me llamara a mí directamente. Le comenté que prefería que llamara a mi casa y le diera la noticia a mi madre antes que a nadie. Necesitaba escuchar el resultado solo de la boca de mi madre; una voz tranquilizadora y conocida, tan conocida que antes de que me dijera nada ya sabría si estaba bien o no.
Una mañana de la semana siguiente, día 13 de Noviembre de 2013 nos dispusimos a salir mi hermana, mi sobrino y yo. Yo siempre iba con el móvil en la mano pendiente por si me llamaban. Estuvimos toda la mañana paseando y antes de volvernos a casa entramos en una tienda. Viendo las cosas me sonó el móvil, me miró mi hermana y corriendo cogió al peque y fuimos fuera. Era mi madre, ¡ya estaban los resultados! recuerdo que no quería ni escucharla, estaba tan nerviosa que mi corazón se me iba a salir. Descolgué y de pronto escuché a mi madre llorando y pegando gritos, ¡¡¡TODO HABÍA ACABADO!!! Mi hermana y yo nos pusimos a gritar y saltar en medio de la calle. Cogimos a mi sobrino y los tres nos abrazamos, gritando y llorando al mismo tiempo. Por fin todo había terminado, todo el sufrimiento y la lucha había finalizado... Rápidamente llamé a mi padre, mi novio y mi hermano para darle la noticia mientras íbamos para mi casa, todos llorando y llenos de alegría. ¡Aún no me lo creía! Había llegado el día tan esperado, con el que tantas veces había soñado, ¡¡¡no me lo podía creer!!!
Cuando llegamos a mi casa mi madre abrió la puerta y se abalanzó sobre mí dándome el mayor abrazo de toda su vida. Fue tan fuerte que casi me asfixia. Mi novio me dijo que cuando comiera cogería el tren y vendría a verme para estar conmigo en ese día tan importante. Todos nos reuniríamos en mi casa para celebrarlo. Por la tarde, mis padres compraron una tarta y todos juntos lo celebramos. Fue un día muy muy especial; nunca lo olvidaré…
Al día siguiente, tenía que visitar a mi doctora. Cuando entré, muy contenta me felicitó y me dio la enhorabuena. Ya todo había acabado, aunque leyéndome el informe me dijo que había quedado alguna duda de unas células del cuello y rápidamente me acordé del día del PET, de lo que me preguntó el médico. Mi doctora me calmó y me dijo que no tenía importancia, que salían como unos restos pero que seguramente sería de la radio; serían células necrosadas a causa de la radiación. Yo confiaba en mi doctora. Para asegurarnos, me mandó una ecografía y así poder descartar cualquier cosa. Me hicieron la prueba y todo salió muy bien; definitivamente eran restos de células muertas a causa de la radioterapia. Mi doctora se despidió de mí y ya no nos volveríamos a ver hasta dentro de 6 meses, para hacerme la primera revisión que sería un Tac.
Muy contenta y ya más tranquila regresé a mi casa, aunque una parte de mí aún no estaba calmada, intuía que algo continuaba fallando.

Por fin todo había terminado, o eso pensábamos...

lunes, 8 de diciembre de 2014

El último pulso contra Hodgkin

Llegó el día de la cita con la radióloga. Mi madre, como siempre, vino conmigo. Aunque iba a un lugar nuevo y desconocido para mí, ya no me encontraba extraña; todo aquello ya formaba parte de mi vida, inclusive lo desconocido.
Cuando me nombraron entramos en la sala y allí nos esperaba una chica joven, muy simpática y cercana. Nos sentamos y ella se dispuso a contarnos todo el proceso de la radioterapia. Nos informó que empezaría el 2 de julio, pero antes de empezar debía pasar por otra prueba; tendría que hacerme otro Tac para poder ver los puntos exactos donde me radiarían. Una vez supieran a ciencia cierta dichos puntos, tendría que pasar por enfermería donde me explicarían los pasos que tenía que seguir durante el tratamiento, los productos que existían para tratar la quemadura que aparecería en mi piel y los efectos secundarios. Luego empezaría con la radio, proceso que duraba 30 días y que consistía básicamente en aplicarme una fuente de calor extrema (me darían la mayor radiación) en las coordenadas que me habían marcado previamente en la prueba del Tac. Me dibujarían entonces unos puntitos en diferentes partes de mi cuerpo y esas marcas se quedarían tatuadas para el resto de mi vida, pero afortunadamente apenas eran visibles. ¡¡¡Ésas son algunas de mis heridas de guerra…!!! Y por último, pasaría de nuevo a visitar a la radióloga para verme y entregarme el informe de todo el tratamiento.
Pues todo comenzó, como he dicho anteriormente, con el Tac. Ese día fui acompañada de mi chico. Entramos en una sala donde de nuevo me topé con la máquina que ya consideraba que formaba parte de mi vida. Me tumbaron y con las manos hacia arriba debía estar como unos diez minutos sin moverme. Cuando terminé, dos enfermeros vinieron hacia mí y me tatuaron unos puntos en mi cuerpo. El primer punto me lo hicieron más arriba del ombligo, el segundo en la parte central a la altura del pecho y el tercero y último justamente debajo de la barbilla. Esos puntos marcarían las coordenadas del lugar donde me darían la radio. Cuando terminaron, y antes de marcharme, uno de los enfermeros vino con una cámara para hacerme una foto para un carnet que me darían y necesitaría para los próximos días de la radio. Ese carnet debía entregarlo cada vez que llegara a la sala y así me nombrarían y podía entrar. Aquel carnet es una tarjeta como el DNI, una identificación de paciente de onco de radioterapia. En él iría una foto, mis datos y la hora a la que debía ir todos los días durante un mes. Mi tarjeta era de color rojo. Había tarjetas de color verde y otras de color rojo como la mía, pero nunca supe la diferencia que existía entre esos dos colores…
A la semana siguiente llegó el día. Antes de radiarme, pasé por enfermería. Allí me pesaron y me explicaron en general el proceso. Me dieron un catálogo con las cremas que podría echarme durante todo el tratamiento porque la zona, debido a la radiación, se acabaría abrasando, por lo cual debía intentar que estuviera todo lo hidratada que fuera posible. Me dijeron que debía seguir una dieta ya que en ese mes tendría que mantenerme en el peso con el que llegué porque si engordaba o adelgazaba ya las coordenadas que habían tomado en mi piel no valdrían. Otra de las cosas que me comentaron era la importancia de no exponerme al sol. Lo tenía tajantemente prohibido y siempre debía salir a la calle cubriéndome la zona radiada ya que de lo contrario supondría más quemadura para mi piel. Y por último, me explicaron los posibles efectos secundarios que me causaría la radio. Ya que me afectaría a toda la zona de pulmones, esófago, estómago, faringe… debía tomar comida blanda e intentar no comer frituras para así evitar daños. Me costaría más trabajo el poder respirar porque los pulmones podrían llegar a agrietarse debido a tanta radiación y lo más importante y normal, me causaría otra vez cansancio. Algo con lo que de nuevo debía luchar y que quizás era lo que más me preocupaba porque ese cansancio hacía mella en mí. Era tormentoso pensar que podía encontrarme “bien” y psicológicamente fuerte pero si mi cuerpo no respondía de igual modo que lo hacía mi mente era algo que me causaba mucha frustración. Volver a pasarme el tiempo tumbada sin poder aprovechar aquellos bonitos días de verano era lo peor... Pensar en todas las personas y sobre todo en que los jóvenes de mi edad sí podían aprovechar los días de calor en la playa, esas tardes de terracita y aquellas noches de paseos, cosas normales para cualquier persona y tan difícil en aquella vida que me tocaba vivir… Encima, no podría aprovechar los días con mi pareja, disfrutar con él como cualquier pareja que acaba de comenzar una relación. Así que de nuevo entré en un pequeño pozo. Psicológicamente volví a decaer. Sentía que mi vida se convertía en la “pescadilla que se muerde la cola”. Salía de un tratamiento para volver a empezar con otro. Pasarían los días, semanas y meses y de nuevo vería y sentiría mi vida pasar mientras yo solo descansaba porque mi cuerpo era lo único que me permitía hacer; descansar y dormir, dormir mucho.
Una vez me explicaron, mi novio se despidió de mí y me deseó suerte. Cuando salí de aquella habitación, me senté en la sala de espera y cuando salió la enfermera le entregué la tarjeta. No pasaron ni 5 minutos cuando me nombraron. Antes de empezar, tenía que entrar en un pequeño habitáculo donde me tenía que poner una bata para descubrirme la parte de arriba. Cuando lo hice pasé a otra sala de espera, donde entraban y salían continuamente los enfermeros. Cuando entré definitivamente a la habitación de la radioterapia me sentí como si entrara en una nave espacial. Es gracioso, pero es cierto. Aquella habitación estaba completamente fría. De fondo se escuchaba música, unas veces relajante y otras música actual, algo que me hacía sentir cómoda. También era muy agradable la compañía de los enfermeros, que como ya he dicho en otros capítulos, son profesionales que me hacían sentir como persona y no como enfermo, algo esencial para mí. Me gusta volver a remarcar esto porque me horrorizaba la idea de que alguien me tratara de manera diferente debido al hecho de que tuviera cáncer. Obviamente existe todavía mucha ignorancia con respecto a esta enfermedad y es cierto que hay mucha gente que te trasmite miedo solo con nombrar la palabra “cáncer”. Por el contrario, también hay personas que me trasmitían una mirada de pena y compasión que me estremecía; era algo que me superaba. No necesitaba miedo, pena ni compasión de nadie; solo fuerza y normalidad ante la situación. Nunca me he sentido inferior ni menos que nadie por tener esta enfermedad. Simplemente eres igual que el resto de los ciudadanos de este mundo pero con una enfermedad por la cual luchas y sigues adelante para acabar con ella.
Pues bien, en la primera sesión me tumbé en una camilla y tuve que permanecer 20 minutos quieta y con los brazos totalmente estirados hacia arriba, sin poder moverme ni un milímetro… menos mal que solo sería así el primer día. En las siguientes sesiones bastaría con radiarme la zona durante 5 minutos. Además de darme la radiación, me tenían que hacer un control exhaustivo de las coordenadas, del peso; todo tenía que estar correcto y en su lugar. Cuando empezó, me puse algo nerviosa. Aunque no estaba acostumbrada a aquel ruido tan extraño que hacía la máquina me parecía un ruido agradable. Si tengo que compararlo con algo diría que es un ruido parecido al de dos cristales que se rozan y forman una especie de melodía; sí, así lo definiría. Siempre le intentaba sacar algo positivo y bonito a todo…
Tras terminar, acabé algo mareada, pero no de la radio, sino del tiempo que estuve tumbada sin poder moverme. Rápidamente me incorporé, volví a entrar en el habitáculo para cambiarme. La bata me la llevaría a casa y la traería todos los días que durara el tratamiento. Seguiría los mismos pasos que me habían marcado aquel día.
Al principio aquel lugar incluso me agradaba. Siempre conocías a personas nuevas, sus historias, de dónde venían...era reconfortante y de cada historia siempre aprendía algo nuevo y sacaba el lado positivo. Aunque suene un poco egoísta, me consolaba escuchar historias similares a la mía. Parecía no estar sola ante aquello; había demasiada gente pasando por lo que yo estaba viviendo. Aquel lugar me enseñó muchísimo; entre los pacientes y enfermeros, de todos intentaba sacar el lado bueno y esto me ayudaba a su vez a dar otro pequeño pasito que me haría crecer más aún como persona. Todos eran increíbles.
Durante todo el proceso de la radio mi madre, mi chico y mi hermana siempre estuvieron conmigo. Se repartían los días y se iban turnando para que yo nunca fuera sola. En todo momento sentí el apoyo y el amor incondicional de mi familia y mi pareja. Nunca tendré vida suficiente para poder agradecerles todo lo que han hecho por mí y pedirles perdón por lo que les he hecho pasar a todos ellos.
Así pasaron los días. Al principio muy poco a poco, pero a medida que iba avanzando el tiempo parecía pasar más rápido. No era un tratamiento duro, ni pesado. La única pega era el tener que trasladarme todos los días a Cádiz para estar 5 minutos que era lo que tardaba y volver a mi casa.
A mediados de mes, ya los tan temidos efectos secundarios hacían estragos en mi cuerpo y sobre todo el cansancio se acrecentaba por día que pasaba. Era inexplicable, porque pasaba de un extremo a otro; de estar muy bien a desvanecerme poco a poco hasta tenerme que tumbar para descansar y seguidamente cerrar los ojos y dormir. A veces eso duraba media hora, otras unas horas y otras todo el día. Cuanto más tiempo pasaba más cansada me encontraba. Era un cansancio que me debía tumbar al instante y dormir, porque no podía con mi cuerpo, me desvanecía como si me fuera a desmayar. Era lo que peor llevaba psicológicamente, me hacía sentir muy impotente…
Llegó la feria de mi pueblo. Tenía muchas ganas de poder disfrutar de ella con mi pareja y mi familia. Sería la primera feria que viviría junto a mi chico; ¡estaba entusiasmada! Pero debido a mi decaimiento apenas pude visitarla. Siempre que llegaba el momento de ir a cualquier sitio que me parecía a priori importante, mi cuerpo se desvanecía y me pedía descansar. Ya ni siquiera pensaba en mi aspecto o en meterme en bullicio sin encontrarme a gusto conmigo misma… Todo eso estaba desapareciendo poco a poco. Sólo me preocupaba el hecho de perder tiempo de mi vida y sobre todo pensaba mucho en que podía hacerle perder el tiempo de la vida de mi pareja. Me sentía culpable por lo que le estaba haciendo pasar a él. Sentía que le estaba robando su tiempo y momentos suyos, además de hacerle vivir una experiencia tan traumática y todo por estar a mi lado. Parecía que la persona que decidió estar a mi lado debía cumplir una pequeña condena por amarme. Mi ángel desde luego no merecía estar pasando por lo que vivía cada día conmigo; me sentía que le arrebataba su vida. Pero él, pese a todas las cosas que yo pensaba y se me pasaban por la cabeza, estaba dispuesto a continuar el camino agarrado a mi mano sin desistir en ningún momento y menos aún sin abandonarme. Dios me había quitado un pedacito de mi vida; un poquito de mi salud, pero a cambio me recompensó con una persona única, una persona que estaría dispuesta a pasar el resto de su vida a mi lado, pese a lo que hubiera que luchar; cuidándome y tratándome como una reina. Un ángel que me cuidaría y me protegería eternamente.
A veces pienso que todo esto son pruebas que te pone la vida. Pruebas a la que te somete Dios para que puedas apreciar lo bella que es la vida, lo bello que es vivir. No apreciamos las cosas, ni los pequeños detalles ni momentos que vivimos cada día hasta que nos pasa algo así. Para mí, mi enfermedad me ha hecho aprender. Intento no sacar nada negativo de ella, sino todo lo contrario, todo es positivo. La lucha constante que debemos tener en la vida, el aprender a no rendirnos nunca, a valorar todo lo que tenemos y a todo el cariño y amor que nos rodea, al amor incondicional de tu familia y de tu pareja, a vivir cada momento como si fuera el último de tu vida y a que siempre hay que luchar...y si decaemos en algún momento, hay que saber levantarnos... levantar la cabeza, continuar el camino y nunca, nunca abandonar. Así es la vida, una lucha constante en la que siempre debemos continuar sin abandonar, pase lo que pase.
Así pasé todos los días hasta el final, llena de mucho cansancio pero rodeada de mucho amor y cariño, lo que me daba tanta fuerzas para continuar luchando cada día más.
El último día, debía pasar por la misma dinámica del principio. Cuando terminé la radio, los enfermeros se despidieron de mí y todos me felicitaron por acabar. Luego pasé por enfermería, me pesaron y me miraron la quemadura. Mi peso continuaba igual, pero en cambio en mi piel había una mancha que me cogía parte del pecho derecho hasta llegar casi al cuello. Una enorme quemadura que dolía mucho. No podía dar ni tan siquiera un abrazo sin estremecerme de dolor… Pero ya eso no era nada para mí; ya estaba apunto de finalizar el camino; ya no quedaba nada para coronarme como campeona en aquella lucha tan larga y dura...
Cuando salí de enfermería pasé por mi radióloga. Cuando entré me dio la enhorabuena y me felicitó. Estaba muy contenta. Me dio el informe y ahora solo quedaba esperar. Esperar para hacerme la prueba definitiva… prueba que daría los resultados de aquel tratamiento tan duro.
Debía esperar para aquella prueba y dar un margen de tiempo de dos meses al tratamiento para que siguiera haciendo efecto, tanto la quimioterapia como la radioterapia.

Mientras intentaría aprovechar al máximo ese tiempo perdido tan valioso para mí. Poco a poco me pondría en marcha y recuperaría el timón de mi vida. Intentaría pasar el mayor tiempo posible con mi familia y mi chico y exprimir su compañía todo lo posible.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Por los "pelos" :p

Después de la última quimio, el tiempo pasó... Pasó como se supone que pasa la vida. Pasaron los días, las semanas. Había días en que las secuelas del tratamiento se acrecentaban.
He de confesar que mi pelo se convirtió en una verdadera obsesión y me gustaría que se entendiera la razón por la cual le dí tanta importancia al cabello.
El cáncer me lo detectan con 26 años recién cumplidos. En ese momento, soy una mujer joven, con una larga melena cuidada y teñida con frecuencia. Me gusta salir y relacionarme con gente de mi edad. Como cualquier muchacha del siglo XXI, una de mis mayores preocupaciones era el físico. Y para mí, el pelo era fundamental en mi imagen y en mi vida.
Siempre asociamos el cáncer con la imagen de una cabeza calva. Nunca llegamos a pensar en cómo reaccionaríamos si nos sucediera a nosotros, porque jamás llegamos a aceptar la idea que nos pudiera pasar algo así y cuando pasa, a veces no damos la importancia a las cosas que verdaderamente las tienen y nos centramos en algo más superficial. Pues eso es exactamente lo que me pasó. Pero no te das cuenta hasta que pasa el tiempo y empiezas a asimilar por lo que has pasado.
Mis días se convirtieron en una obsesión constante con el pelo. Cuidaba todo tipo de detalles para que se me cayera lo menos posible. Uno de los primeros días que me duché estando con la quimio pensé: “los poros con el agua caliente se abren; es decir, que los poros de la cabeza cada vez que me la lavo se abren, pero si por último me doy con agua helada será así como se cierren”.
Entonces cogí ese hecho por rutina: siempre acabaría enjuagándome la cabeza con agua puramente fría, por mucho frío que pudiera hacer. Otra de las cosas era que siempre estaba pendiente a la ropa, al pijama y a la almohada. Cada vez que me levantaba no podía ir al baño sin antes haber mirado mi almohada y la sábana. A veces incluso cuando me encontraba poca cantidad, lo contaba... Contaba pelo a pelo para saber cuántos se habían caído en ese momento. Pero lo que era una obsesión para mí, también se convirtió en una obsesión para los míos, sobre todo para mi madre. Ella sabía la importancia que tenía el pelo para mí y para intentar que yo no sufriera con ello, aprovechaba el momento en el que iba al baño para rápidamente ir a mi cuarto y borrar toda huella que los pelos dejaban en mi almohada. Pobrecita… cada vez que yo no estaba en mi cuarto iba y recogía todos los pelos que se me habían caído… y todo por tal que yo no me diera cuenta de la caída de mi pelo… Yo, por supuesto, me daba cuenta aunque nunca se lo dije directamente. Hasta que un día fui al baño y tardé menos de lo habitual. Entonces llegué a mi cuarto y me encontré a mi madre recogiendo aquellos pelos que se habían desprendido de mi cabeza. Ella intentó ser todo lo natural que le salió en aquel momento. Aunque en su interior estaba cortadísima, reaccionó de manera natural porque no quería mostrarme la importancia que estaba suponiendo también para ella; no quizás por mi familia o por los demás, sino por miedo a cómo podría llegar a afectarme el perderlo.
Mis días transcurrían como lo hacen para cualquier persona, pero no era la misma vida que la de cualquier otro; era diferente. Había días en los que me encontraba bien, otros no tan bien y otros horrible…
Recuerdo un día en especial que me levanté como una mañana cualquiera. Me encontraba bien, cansada pero como siempre, para mí eso era el pan de cada día. En el almuerzo recuerdo que tenía mucha hambre y mi madre preparó una de mis comidas preferidas: puchero. Yo me senté y con muchas ganas me lo comí todo, pero con tan mala suerte que cuando me fui a meter la última cucharada me entró fatiga. Intenté rápidamente levantarme para ir al baño, pero desgraciadamente no tuve tiempo de llegar y me quedé a mitad de camino. En cuanto pude fui corriendo hasta que llegué y entonces ya no pude parar de vomitar.
Los vómitos de la quimio no son unos vómitos como otros cualquiera. Es complicado de explicar, pero es que todo te viene hacia arriba y todo lo echas, con una velocidad que no te da tiempo ni a coger una bocanada de aire. Le tenía tanto pánico al vómito porque dejaba todas mis fuerzas en él y llegaba a perder el equilibrio y casi desvanecerme. Mi madre, corriendo vino detrás mía y cuando me vio, me sujetó con mucha rapidez y me sostuvo como pudo. Fue un momento en el que se asustó muchísimo.
Pasadas varias semanas comenzaba a sentir que por fin me empezaba a recuperar; que por fin empezaba a recuperar mi vida... ésa que tanto anhelaba.
Se acercaba el día de terminar las clases… pero antes debía aprobar los exámenes finales, algo que no sucedió. Tampoco me preocupaba demasiado porque sabía que tenía dos posibilidades más, así que me puse en marcha y a estudiar todo lo que estaba en mis manos porque ese curso lo tenía que sacar fuera como fuese. Tenía pocos días para estudiar, pocos días para aprovechar al máximo mi rendimiento y esforzarme para cumplir ese objetivo.
Recuerdo que el día del examen estaba hecha un flan; muy nerviosa. Éramos al menos casi media clase los que teníamos que recuperar y todos estábamos atacadísimos. Cuando llegó mi turno me encontraba muy nerviosa pero a la vez muy segura de mí misma. Había luchado muchísimo para obtener el aprobado y así debía suceder. Entré, me senté y me puso el audio. Cuando lo escuché me quedé muy sorprendida de lo ligero que hablaba; ninguna persona habla así de rápido, pero aquella profesora tenía que poner el examen más complicado que pudiera, así era ella. Era un texto extenso, pero me centré y me puse en marcha. Puso la grabación y rápidamente me dispuse a signar, todo fluía. Omití algunos signos que no me dio tiempo, pero hice todo el texto. Estaba segura que lo había hecho bien.
A la semana siguiente me dieron las notas… esas notas tan esperadas, tan sufridas y que tanto esfuerzo me había supuesto, y… ¡¡¡HABÍA APROBADO!!! Cumplí definitivamente mi objetivo. Conseguí ese título que tanto me había costado y por el que tanto había peleado. Me encontraba muy contenta; todo marchaba muy bien. Poco a poco iban llegando los logros por los que tanto había luchado.
El día de mi graduación fue muy emocionante. En un principio no quise ir. Pensé que no tendría las fuerzas suficientes como para ir a una cena y pasar toda la noche, ni tan siquiera media hora… No me encontraba con cuerpo, además de no encontrarme físicamente agraciada ya que estaba empezando a palidecer y tenía muy poca cantidad de pelo. Mis amigas insistieron tanto que al final me convencieron. Iba a ser el último día juntas; el último día de todo el centro juntos. Así que cedí.
Pero antes debía pasar por la peluquería. Tenía que hacerme algo en el pelo para que se me notara lo menos posible toda la claridad de mi cabeza. Entonces le comenté al peluquero que me iba a poner extensiones. Le expliqué el problema que tenía y entonces él me dijo que me sentara y que no me preocupara ya que estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones. Aquel momento fue angustioso para mí. Antes de iniciar el proceso de ponerme las extensiones, intentó darme algo de volumen con los dedos… ¡dios, que horror!. Los pelos empezaron a caer como si de una lluvia se tratara. Por pudor, me callé y no le dije nada pero qué sufrimiento tenía… lo pasé verdaderamente mal. Por un momento sentí que me quedaba calva...
Cuando me las puso, todo el mal trago se me pasó; ¡me vi con pelos! como hacía tanto tiempo que no me veía. Qué feliz me sentí… aunque he de confesar que tenía miedo por la presión que hacían las extensiones en mi pelo ya que podían debilitármelo más y el resto que me quedaba caérseme. Pero decidí no pensar y disfrutar de ese gran día.
En la graduación me acompañaron mi hermana, mi cuñado y mi madre. Ni mi padre ni mi chico pudieron estar conmigo. Se sentían tristes por no poder estar a mi lado ese día tan especial, pero les era imposible. Cuando llegué todos estaban allí guapísimos/as, muy contentos e ilusionados. Años atrás me había graduado en otro Ciclo de Grado Superior: “Integración social”, pero jamás vi aquello como lo estaba aquel día. Estaba repleto de familiares; había cientos de personas, ¡qué vergüenza!. Iban nombrando de dos en dos. Mi familia estuvo a la espera de escuchar mi nombre para poder hacerme todas las fotos posibles y grabar ese momento. Cuando me nombraron, yo y mi compañera hicimos a la vez el pasillito hasta llegar a los profesores que nos ponían las bandas y nos daban los diplomas. Para culminar el acto de graduación, uno de mis compañeros leyó una carta agradeciendo a todos nosotros y al centro el año tan bonito que habíamos pasado; con lo bueno y lo malo...
En ese momento me encontraba hablando con una amiga y de repente sentí que me llamaban todos y me pidieron que estuviera atenta a mi compañero. Jamás esperaría la sorpresa que me tenían guardada. Me hicieron como un pequeño homenaje. Gran detalle por parte de todos mis compañeros; en especial a dos amigas ¡¡¡fue precioso!!!. No tenía palabras de agradecimiento. Mi familia y todos nos emocionamos muchísimo; fue algo inolvidable. ¡GRACIAS a todo@s!. Al final duré poquito en la cena pero me lo pasé genial.
Al día siguiente, me metí en la ducha y noté que el pelo se me caía un poco más de lo habitual, pero sabía que ocurriría por la presión que habían ejercido las extensiones en mi pelo durante todo el día anterior. Aunque cuando me lavé la cabeza me asusté bastante… Pensé que me quedaba sin pelo, que esta vez se me caerían todos. Me traje puñados y puñados de pelos; me puse tan nerviosa que empecé a llorar. Pensaba que había llegado el tan horrible momento de quedarme sin cabello… al rato, cuando tuve fuerzas para tocarme y comprobé que todo se había parado ya me calmé. Al final de aquellos días me quedé con muy poca cantidad. Para disimularlo, me pasaba las horas en el baño para ponerme una muy pequeña cola con extensiones cogidas en ella. Intentaba por todos los medios que mi pelo continuara cubriendo mi cabeza…
El tiempo pasó muy rápido; apenas pude aprovecharlo para que me diera el sol y pudiera coger algo de color y para intentar quitarme aquella palidez tan grande que tenía mi cuerpo. No era la típica blancura que todos tenemos en el comienzo de verano. Se notaba a distancia que era una blancura “no muy normal”.
La quimio, además de provocarme algunos de los efectos secundarios mencionados en anteriores capítulos, también me dejó muchas señales y manchas en mi cuerpo grabadas. Cada golpe que me daba se me quedaba marcado; cualquier cardenal e incluso el simple hecho de rascarme algo más fuerte de lo habitual ya me dejaba la señal de los arañazos… me sentía un ogro. Esto también comenzó a obsesionarme ya que me sentía que quedaría marcada para siempre y tenía ya demasiadas marcas en mi piel… Me preocupé hasta que un día -que nunca olvidaré-, estaba con mi chico y hubo un momento que mi mirada se paró en una de aquellas manchas. Acababa de descubrir otra maldita marca en mi piel y mi mirada se clavó en ella. Al verme y sentirme tan fea no pude controlarme y me desahogué... Mi chico al verme tan mal me hizo un comentario que se me quedó muy grabado (más grabado que aquellas manchas…) Me dijo: “no te sientas así, para mí cada marca de tu piel es un adorno en ella”, fue algo precioso. Me hizo sentir con esa frase bella e incluso segura de mí misma. Es una persona tan especial que nunca tendría palabras para describirlo. Es tan especial como un ÁNGEL.
Tras pasar un mes y medio, llegaba el momento de la cita con la radióloga… De nuevo debía ponerme en marcha y continuar el tan duro camino, aunque ya sentía que para mí era pan comido. Recuperé las fuerzas y de nuevo sentí que podía con todo. Me encontraba bien psicológicamente, que es la mayor de las fuerzas que puede tener una persona que esta pasando por esta enfermedad. De nuevo con el apoyo de mi familia, mi chico y esa fuerza que la sacaba de mis adentros lucharía hasta el final con uñas y dientes. Estaba dispuesta a pasar por lo que fuera sin que esta vez me superara nada ni nadie.




Os espero el próximo lunes con el siguiente relato de mi experiencia. Deseo que disfrutéis y aprendáis con ella como os intento transmitir. Gracias por seguirme.

lunes, 24 de noviembre de 2014

El amor puede con todo

Normalmente me duraban los efectos secundarios cinco días; cinco largos y angustiosos días… Y así pasé los cinco días siguientes… solo despertándome y levantándome para comer; sin ganas ni siquiera de hablar. Desgraciadamente, esta última vez los efectos no duraron solo cinco días… pasé tres días más así y aunque mejoraba por día que pasaba, no me encontraba bien del todo. Después de ocho intensos días, ya por lo menos hablaba con mi chico, podía recibir a mis hermanos y mis sobrinos… pero por poco tiempo, ya que no aguantaba demasiado rato levantada; de momento mi cuerpo se volvía a encontrar muy cansado y me tenía que volver a la cama...

A la semana siguiente no tenía tratamiento así que de nuevo me podía incorporar a mi vida “normal”.

El lunes ya empezaba las prácticas. Era mi primer día pero no estaba nerviosa. Recogí a mis amigas y nos fuimos a Jerez. En el camino mi amiga me puso al día de nuestra clase, los niños, sus nombres, edades, tipo de sorderas... Cuando llegamos el tutor me saludó con mucho cariño; era una persona entrañable y muy atento. Los chicos me miraron y de uno en uno me vinieron a saludar. Al principio estuvieron cortados, pero a medida que iba transcurriendo la mañana se empezaron a soltar. Pasé todo el día muy bien; sin tener cansancio y cogiendo práctica de mi amiga como intérprete ya que ella en una semana se había puesto al corriente de todo -¡es una excelente profesional!-. Cuando llegué a mi casa, mi madre me preguntó y yo muy contenta le conté el día. Ella, al verme tan feliz, sintió un gran alivio. Cuando comí hablé con mi chico y le puse al corriente y se alegró también mucho.
Luego ya mi cuerpo me pedía descanso; entonces cuando comí y hablé un poco con mi chico me dormí la siesta. Cuando me desperté tenía un mensaje de mi amiga; quería que quedáramos para tomar café, y yo al encontrarme tan bien (un poco cansada pero eso para mí no era nada) le dije que sí y quedé con ella. Llegué a mi casa a las 21:30h. Me duché, cené y me acosté muy contenta y con ganas de que llegara el día siguiente para volver a las prácticas. Aquel día me sentí tan bien porque se me olvidó que estaba enferma… Pude disfrutar de aquel momento que la vida me estaba brindando. Es cierto que de no ser por esta maldita enfermedad no me hubiera dado cuenta de la importancia que tienen estos pequeños detalles y que desgraciadamente no nos paramos a pensar… 
Mi día transcurrió como el de cualquier compañero; como el de cualquier joven que está estudiando… Ese simple hecho fue fabuloso… Pude disfrutar del nerviosismo por lo que me iba a encontrar. Sentí cada instante, y lo sentí porque me encontraba bien… Me encontraba, después de haber pasado una semana metida en cama, VIVA. 

Poder sentir que estás disfrutando de la vida no se puede describir con palabras. Creo que por eso se dice que la gente que ha pasado por una experiencia tan traumática como es el cáncer ve la vida de manera diferente. Y es definitivamente porque disfrutas de cosas insignificantes que te hacen comprender lo afortunados que somos.
Así pasé toda la semana; entre las prácticas y preparando el proyecto final del curso. Debía aprovechar al máximo esos días en los que me encontraba con fuerzas.

Mi chico hacía ya tiempo me dijo que en mi última sesión me acompañaría. Quería estar a mi lado en mi último día de quimio. Quería consolarme en mi dolor, en mi fatiga, en mi cansancio. Necesitaba estar conmigo para darme todo su apoyo y cariño. Su objetivo era aliviarme todo el dolor que pudiera. Pues así hizo. Al lunes siguiente, de nuevo me tocaba tratamiento, pero por fin ¡¡¡era el último!!! Él y yo le comentamos a mi madre que me acompañaría y mi madre aceptó.

Como siempre mi hermano nos llevó a Cádiz. Llegamos, me hicieron la analítica y mientras nos daban los resultados nos fuimos a desayunar. Mi madre, mi chico, mi hermano y yo fuimos a la cafetería del hospital. Allí estuvimos charlando. Todos estábamos muy contentos porque era mi último día de amargura; mi supuesto último día de sacrificio y esfuerzo. Faltaba muy poco para llegar al final de todo este amargo camino. Pero a la vez estábamos nerviosos por cómo sería de agresivo el último tratamiento. 

Cuando desayunamos fuimos a ver a la doctora para que nos diera el visto bueno de la analítica y así poder empezar. Cuando entramos mi doctora me saludó con mucha alegría y me felicitó por el día tan importante que era, “mi última quimioterapia”. Ya habían pasado 6 meses de cuando llegué en un estado lamentable y débil… ya había pasado toda la tormenta, o eso pensábamos. Cuando miró en el ordenador la analítica, me dio permiso para comenzar. La analítica estaba perfecta. Pero antes de marcharme, me dio cita para hacerme otra analítica a la semana siguiente y día para la radióloga. 
Antes de entrar despedimos a mi hermano y mi madre. Cuando terminara no nos recogería mi hermano como de costumbre, sino de nuevo mi cuñado y mi hermana. 
Entramos en aquella sala y elegí butaca. De nuevo la elegí un poco apartada ya que solo me apetecía estar a solas con mi chico y pasar lo más rápido posible el último mal trago. Cuando vino la enfermera me dio dos besos y los acompañó con un par de palabras: “buena suerte”. Ya sabía lo mal que estaban mis venas. Cada vez que metían una aguja éstas se rompían y tenían que pinchar de nuevo. Mis frágiles venas ya no soportaban aquel líquido. Tras marcharse la enfermera mi pareja me acomodó, me echó la manta por encima y me tumbó el respaldar de la butaca. Me dio un beso en la frente y me dijo: “tú puedes con esto campeona”. Ambos empezamos a hablar un poco. Yo me sentía algo asustada; tenía miedo a los efectos secundarios… no sabía cómo iba a reaccionar mi cuerpo esta última vez. Después de entrarme el primer líquido me quedé dormida. Dormida hasta que llegó uno de los peores momentos… el momento de la comida. Rápidamente me desperté con el olor. Le pedí la colonia a mi chico y me la echó en la manta y en las manos. Me puse música y cerré los ojos. Pasé ese momento como pude.
A medida que iban pasando las horas me iba extrañando. No me encontraba tan mal; los olores no eran tan intensos y el sabor no estaba tan agravado, era realmente muy extraño. Estaba acostumbrada a que pudieran conmigo los terribles efectos secundarios y en mi último día, cuando mi cuerpo ya apenas aguantaba, no tenía acentuadas aquellas desagradables sensaciones.
Mi madre me llamaba constantemente para preguntar cómo iba, cómo estaba, qué sentía; y al contarle que todo iba perfecto se extrañó tanto como yo. Cuando llevaba tiempo enchufada y ver lo bien que me encontraba dentro de lo malo, decidí no centrarme en todo aquello y pensar que estaba en otro lugar disfrutando con mi chico. Él no paraba de darme mucho cariño, no me soltó la mano en ningún momento, excepto cuando tenía que ir al baño, que era bastante a menudo debido a todo el líquido que me metían. 
Tras pasar el momento angustioso de la comida nos pusimos a charlar de nuevo. Mi pareja me transmitía mucha tranquilidad, paz y serenidad. No sufría tanto como con mi madre, ya que a ella pese a que no lo mostraba, sufría muchísimo con todo aquello y sobre todo con mi delicadeza. Él se mostró muy sereno, como si estuviera ya acostumbrado a ello y era la primera vez que entraba en un lugar así. No era normal lo que me estaba sucediendo, no tenía esos efectos secundarios, todo era como al principio. Creo que con nuestro amor y fuerza nos unimos y ambos pudimos con aquello. Juntos podremos con todo. No tengo palabras para describir como me sentía. 
Al llegar el momento del líquido corrosivo ya me asusté y de nuevo me invadieron los nervios. Él, sin soltarme de la mano, me besó y me dijo: “el último sprint princesa, tú puedes”. Lo miré y cerré los ojos. Notaba como el líquido entraba poco a poco y me dolía. Al principio el dolor era soportable, pero a medida que iba entrando me iba doliendo más y más hasta que de nuevo tuvo que pararlo la enfermera. Al ver la fragilidad de mis venas, decidió pincharme en la otra mano y en distinta zona, para así intentar que mi brazo aguantara todo lo posible. De nuevo me pincharon y fue ahí donde pude soportarlo. Me lo enchufaron en la muñeca. Era raro, porque siempre en la muñeca sentía mucho dolor, pero ese día extraño, todo era diferente y aguanté todo el tiempo.

Al acabar todos los enfermer@s que habían allí se despidieron de mí. Todos formaban una pequeña gran familia. Me faltan adjetivos para definirlos. Son personas únicas e inigualables. Son grandes como profesionales, pero más aún como personas. Son personas admirables. Les cogí muchísimo cariño.
Al salir, llamamos a mi cuñado para que vinieran a por nosotros. Mientras los esperábamos abajo, mi chico solo sabía abrazarme y preguntarme cómo me encontraba. Cuando llegaron y vieron lo bien que me encontraba rápidamente la preocupación que se reflejaba en sus caras desapareció. Asombrados me preguntaron cómo me encontraba y cómo había pasado mi último tratamiento y yo, con una gran sonrisa, les contesté que todo había ido muy bien. Hacía mucho tiempo que no me sentía “tan bien” después de un tratamiento. Supongo que mi mente reaccionó antes que mi cuerpo.

Al llegar a mi casa, mi madre abrió la puerta y me recibió con un abrazo que casi me ahoga, pero es que luego vino el de mi padre y por último el de mi hermano... qué contentos estaban todos… ¡qué alegría!. Hacía ya seis largos meses que no les veía una sonrisa como la de aquel día... 
Todos me recibieron en mi casa muy contentos y felices. Había acabado el infierno; había terminado las semanas de fatiga, vómitos, malestar y la gran auto-tortura psicológica. 
Cuando me senté en el sofá ya empecé a notar que mi cuerpo poco a poco iba decayendo, pero pude aguantar un poquito solo para aprovechar y disfrutar de ese instante de felicidad con mi familia y mi chico. Todos merendaron, pero yo como no podía probar bocado no comí nada. Al rato grande ya se fueron mi hermano, mi cuñada y mi sobrino mayor. Mi hermana se quedó un rato más. Ella también deseaba aprovechar al máximo esos momentos conmigo.
Me gustaba mirar a mis padres porque estaban radiantes; estaban eufóricos... Mi pareja no me soltó la mano en todo el tiempo que estuvimos y al verme ya cansada, me puso su hombro y me dejé caer en él. Tras hacerse ya tarde y ver que mi cuerpo se iba agotando más y más, se fueron mi hermana, mi cuñado y mi sobrino pequeño.
Mi madre me puso de cenar algo ligerito porque debía meterme algo en el estómago, así que cenamos y rápidamente me acosté. Mi chico, tras haber pasado todo el día conmigo y estar al pié del cañón, también se encontraba agotado. Ambos nos fuimos a la cama y descansamos hasta el día siguiente.
Cuando todos despertaron estaban muy intrigados por saber cómo me encontraría y ¡milagro!, cuando me desperté me encontraba bien; cansada y con algo de malestar pero para mí eso era pan comido. Era increíble cómo después de ser el último tratamiento me encontraba así; no daba crédito. Al sentirme que tenía “vida” y que mi chico estaba en mi casa conmigo debía aprovechar al máximo posible.
Pasé toda la mañana tumbada descansando, pero una vez llegó la tarde me duché, me arreglé y nos dispusimos a ir a casa de mi hermana. Tampoco podía esforzarme demasiado porque sabía que tendría consecuencias, pero no podía quedarme malgastando el tiempo.
Esa semana la pasé bastante tranquila. Con esto no quiero decir que todos los días fueron estupendos. Hubo momentos en que vomitaba, que me encontraba muy cansada; pero eran lo menos… Estoy segura que todo lo pude soportar gracias al cariño de mi familia y al amor de mi pareja. Rodeada de personas así, fuertes y valientes todo se supera. 
Al final acabas llegando a la meta y siendo vencedora con todos ellos. Gané el apoyo incondicional de todos mis seres queridos y el enorme amor de una persona que ni siquiera conocía, la que acabó siendo mi pareja y con la que he formado un todo; ahora somos una sola persona. Todo acaba siendo un mundo lleno de mucho amor y mucha felicidad. Y que pase lo que pase, todos juntos vencemos hasta al rival más fuerte, el Cáncer.




De nuevo informaros que la historia continuará el próximo lunes y que aún queda mucho por contar. Muchas gracias por vuestro apoyo y vuestro ánimo, para mí es fundamental para poder continuar con mi relato. Espero vuestras opiniones y para ello de nuevo os dejo mi correo, para aquellas personas que aún sigan teniendo problema para dejar un comentario.


jessy.manlo@gmail.com



Gracias a tod@s.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Evadiéndome del mundo

Cuando empezaba a recobrar vida, mis padres ya tenían otro semblante; pobres… lo que estaban pasando por mí…
Ya apenas podía ir a las clases. Mi amiga me mandaba los trabajos que tenía que hacer para ponerme al día. Trabajos que si no entregaba, no aprobaría. Aunque estaba tan débil que no podía ni tan siquiera levantarme de la cama, intentaba poco a poco hacer los trabajos, no quería quedarme atrás de nuevo. Me ponía con el ordenador a escribir los textos y las grabaciones. Pese a que luego las tenía que entregar, las hacía sentada en la cama y con el pijama. No tenía fuerzas como para vestirme y grabar…

A la semana siguiente, que era la semana que descansaba del tratamiento, volvía a las clases. Ya con todos los trabajos atrasados entregados y con esfuerzo poniéndome al día sin dejar nada atrás. Ese curso me lo sacaría sí o sí, no estaba dispuesta a que la enfermedad acabara con mis objetivos, pudiera con mis sueños y me arrebatara “mi vida”; no lo consentiría.

Esa misma semana nos informaron de los días que comenzaríamos con las prácticas. Las empezaba la semana siguiente; de nuevo me coincidía con la semana de quimio… Pero estaba justificada. Envié un informe de mi doctora al centro donde haría mis prácticas, poniendo al día a mi nuevo tutor sobre mi enfermedad e informándole a su vez de los posibles días que faltaría. Debía dejarlo bien especificado para que no tuviera problemas. Afortunadamente, no me pusieron impedimento alguno, todo fueron apoyos. Las prácticas las haría en el Colegio de Sordos de Jerez de la Frontera (Cádiz), por lo que me tendría que desplazar todos los días hasta allí. Pero eso no me suponía esfuerzo, era algo que tenía ganas de hacer. Me encontraba con ganas de empezar algo nuevo, de tener contacto con personas sordas. Las prácticas consistían en interpretar las clases, además de comunicarme y charlar con ellos.

Por desgracia, mi cuerpo no me permitía asistir aquellos días que, después de haberme dado el tratamiento, sentía gran malestar…

A la semana siguiente, de nuevo me volvía a tocar quimio. Sólo me faltaban dos sesiones, pero definitivamente… ¡eran las peores!.

Antes de entrar para enchufarme, pasamos por mi doctora. Como siempre nos dijo a mi madre y a mí, todo estaba marchando bien y mi cuerpo, de nuevo, estaba preparado para soportar aquellos líquidos corrosivos. Nos comunicó lo poco que me faltaba para terminar. Así por encima, nos explicó lo que me esperaba una vez hubiera terminado con la quimioterapia. Cuando finalizara, debería esperar un par de meses para hacerme el Pet. Esto es una prueba donde aparecen todas las células malignas; es decir, el linfoma. Más tarde, tendría cita con la radióloga. Ella me explicaría todo el proceso de la radioterapia, los efectos secundarios que me causarían y el tiempo de duración. Por último, de nuevo me volvería a hacer otro Pet. La prueba decisiva… prueba que diría si estaba curada o no. Pero todo esto, como ya he dicho, llegaría mas tarde.

Cuando la doctora nos despidió, directamente entramos en la sala de tratamiento. Como siempre, debía elegir butaca para sentarnos. Ese día, ya que iba con tantísimo miedo por los malditos efectos secundarios, me apetecía estar apartada. Elegí una de las butacas del final, pegadas a la ventana. Nos sentamos y esperamos al enfermero a que viniera y me enchufara. Mi madre, pese a intentar aparentar estar tranquila, también la noté bastante nerviosa aquel día. Estábamos muertas de miedo por la incertidumbre tan grande de no saber como me sentaría ésta vez... Pero allí estaba ella, sentada a mi lado. Sonriendo y dándome mucho cariño. Compartíamos mucho tiempo juntas, nos contábamos todas las cosas. Mi madre se convirtió en mi mejor amiga.

Cuando llegó el enfermero, se sentó a mi lado y me animó. Ya no me quedaba nada. Estaba a un solo paso, sin contar ésta, de terminar...supuestamente de “acabar mi infierno”.

Me enchufó a la máquina y se marchó. Era tan grande la tranquilidad que me transmitía aquella sala, que a la nada me quedé dormida. Pero siempre llegaba la hora… Cuando vinieron las bandejas me desperté del maldito olor. Ya estaba la comida, ya aparecían las náuseas. Al pasar siempre por el mal trago del olor, mi madre decidió llevarme colonia. Me la echaba en la manta con la que me tapaba y en las manos. Todo el tiempo que duraba

la comida me lo pasaba oliéndome las manos y la manta. Aún así, el olor traspasaba y podía llegar a olerlo; con menos intensidad, pero lo olía.

El olor de nuevo me provocaba esas terribles náuseas. Así que comenzaba “mi ritual”: me ponía música y cerraba los ojos hasta quedarme dormida. 

Aquel día, antes de traer la merienda, me desperté y sin ganas de hablar empecé a observar a las personas que estaban allí, la sala, los enfermeros... Mi mirada se paró en un paciente joven que estaba acompañado por su padre. Estaban a nuestro lado y ni siquiera antes me había dado cuenta de que estaban allí. Lo que me llamó la atención de ese chico fue la actitud que mostraba hacia su padre. Me impactó porque fue exactamente como yo me comportaba a veces. Una actitud muy déspota, muy pasota e incluso descarado. Cuando me quise dar cuenta mi madre hablaba con ellos. Yo al principio solo escuchaba y más tarde me inicié en la conversación. 

Comenzamos hablando de la enfermedad que teníamos cada uno y luego continuamos charlando de cómo la llevábamos, los efectos secundarios que nos provocaba la quimio y ambos coincidíamos en las náuseas, el sabor, la fatiga, el cansancio... Todo era igual. Una de las cosas que me impactó de él fue que aún estando totalmente prohibido, a veces, se bebía una cerveza con alcohol. ¡Qué locura!... En ese sentido, yo era una paciente excelente que cumplía a raja tabla las recomendaciones que me dieron en su día (nada de alcohol, tomar el sol, lugares con mucha gente…) 

Estuvimos todo el rato hablando hasta que llegó la merienda. De nuevo las náuseas aparecían y por consiguiente me entraba la temida fatiga. Me volvía a poner música y cerraba los ojos hasta nuevo aviso de mi madre. 

Otra vez me sumergía en mi mundo… Cuando todo pasaba los volvía a abrir y me incorporaba. Recuerdo que ese día no me apetecía hablar; solo necesitaba que pasaran esas horas muy rápido para volver a mi casa y poder descansar.

Cuando se acercaba el final me echaba a temblar porque sabía lo que venía… el líquido que me tocaba… el líquido tan corrosivo y tan dañino para mis venas. Ya los enfermeros eran conscientes de que mis brazos no aguantaban y la debilidad de mis venas hacía que el dolor fuera a mayor. Directamente ya lo mezclaban con suero. 

Una vez llegó el momento de que mis venas tuvieran que ingerir ese líquido, aun mezclado con suero, comenzaba el dolor inmenso. Rápidamente debían parármelo porque me quemaba; no era capaz de soportarlo. La enfermera al ver mi cara de dolor no supo qué hacer. Programó el tratamiento para que entrara aún más lentamente, así supuestamente no debía dolerme. Cuando bajaron la velocidad de nuevo volvieron a inyectármelo. Lamentablemente, debía aguantar como pudiera, no existía otro método para ponérmelo, lo único que podía hacer
era aguantar. 

El poco tiempo que faltaba para terminar se me hizo eterno…
Tras pasar dos horas más de las que me correspondían ¡por fin acabé!. Había logrado aguantar hasta el final. Aunque me dolió muchísimo lo soporté como pude.

 Una vez terminamos, bajamos y ya nos esperaba mi hermano. Yo me encontraba muy cansada, con el sabor intenso en mi boca y unas náuseas insoportables. Todo el camino del hospital a mi casa lo pasé con mi cabeza apoyada en la ventanilla del coche, sin mencionar palabra. Solo observaba “la vida” pasar. Vida que en aquellos momentos sentía que no tenía… Observaba cómo pasaban los coches, cómo paseaban las personas, cómo esas personas tenían una vida y yo sentía que me la estaban arrebatando poco a poco.
El dolor de mi cuerpo se acrecentaba por momentos. Una vez llegué a mi casa, me puse el pijama y me fui a la cama. Me acosté y sin escribirle ni un sólo mensaje tranquilizador a mi chico me quedé dormida. Solo necesitaba dormir y no sentir ese terrible dolor ni tampoco esas angustiosas náuseas.

Mi madre al ver que no me despertaba para cenar, con mucho cariño y amor como siempre, me llamó para que comiera algo. Al ver que no podía ni siquiera incorporarme, me trajo la cena a la cama. Cené y me volví a dormir.








Informaros que la historia se alargará más tiempo. Ahora iré subiendo cada semana. Todos los lunes dispondréis de una nueva parte. La historia continúa, aún queda mucho por contar. De nuevo muchísimas gracias por todo vuestro apoyo, sin vosotros no podría seguir con éste sueño.

Al ver que el problema de los comentarios persiste, os dejo mi correo para aquellas personas que quieran ponerse en contacto conmigo o simplemente dejar su opinión:

                            jessy.manlo@gmail.com


Muchas gracias a tod@s





viernes, 14 de noviembre de 2014

Desgarradores efectos secundarios

Por fin iba acercándose el momento de terminar con la quimio. Definitivamente debía ponerme seis ciclos. Me faltaban cuatro sesiones para terminar, pero quizás eran las cuatro últimas peores.
El tiempo pasaba y ya los efectos de la quimio podían conmigo. Mi cansancio se iba agrandando, pero aún así yo estaba fuerte psicológicamente. El apoyo de todos me ayudaba a dar un pasito más y nunca dejar de avanzar.
Mis mañanas eran malas, cansadas y muy doloridas, pero con el buenos días princesa de mi chico ya todo cambiaba. Hacía que me levantara de la cama y luchara por lo que quería. Por muy mala que estuviera debía dar ese pasito. Si mi cuerpo solo podía dar dos pasos, los daba y volvía a la cama. Si mi cuerpo podía dar diez los daba y volvía a la cama o si mi cuerpo podía aguantar una clase entera lo aguantaba; pero no podía quedarme en la cama compadeciéndome y perdiendo el tiempo con lamentaciones. Tenía que continuar fuera como fuese.

En la última sesión del quinto ciclo no fue mi madre quien me acompañó, sino mi hermana. Necesitaba compartir conmigo una de las experiencias de la quimio: estar a mi lado apoyándome cuando me enchufaran, sobre todo quedando tan poco como quedaba. Quería acompañarme dándome su mano para que yo sintiera su apoyo incondicional.
Cuando llegamos, como siempre, me enchufaron y empecé bien la sesión pero a medida que iban pasando las horas empecé a encontrarme mal, cansada y con mucha fatiga. Ese día nos tocó al lado una mujer que terminaba su tratamiento, pero maldito último día para esa persona. Recuerdo que lo pasó fatal; la pobre no paró de vomitar. Mis náuseas, sumadas a la situación que tenía a mi lado, iban aumentando a medida que pasaba el tiempo pero intentaba evadirme de aquella habitación con todas mis fuerzas. Me puse música en el mp3, cerré los ojos y me quedé dormida. Necesitaba salir de todo aquello de alguna forma, sobre todo para no acabar como aquella pobre mujer que tan mal lo estaba pasando.
Ya llegaba la hora de comer y yo no podía probar bocado. El olor de las bandejas de comida me daba náuseas y al ver a la gente comiendo se me removía todo el estómago. Mezclado con el sabor a metal que ya lo sentía nada mas empezar el tratamiento aquello para mí se convertía en una bomba de relojería. Esos momentos eran de mucho dolor y sufrimiento; de mucho aguante para no acabar mal. Una vez recogían las bandejas y todo el mundo terminaba de comer ya me aliviaba un poco pero al poco tiempo llegaba la merienda y de nuevo me volvía a ocurrir lo mismo.
Por último antes de terminar me inyectaban un líquido que es corrosivo. Los enfermeros debían usar guantes para que no tuvieran contacto directo con la piel porque les quemaba. Mis venas al principio, como ya dije, eran fuertes. Pero de tantas sesiones estaban bastante quemadas; ya no aguantaban el líquido y menos aún el corrosivo. Intentaban ponérmelo de forma que entrara muy despacio para que no me hiciera daño, pero aún así era imposible. Aquel líquido no lo aguantaban mis venas. Nada más entrarme era como si estuvieran metiéndome fuego... era un dolor espantoso y muy intenso. Corriendo venían los enfermeros y me lo paraban, al ver mi cara de dolor y mis estremecedores quejidos. Para que mis venas pudieran tolerar ese líquido debía estar mezclado con suero. Eso hacía que el tratamiento durara más tiempo y ya no pasara allí solo 6 horas; aumentaba a 8 o inlcuso 9 largas y angustiosas horas. Siempre me quedaba la última, pero era la única forma de aguantar el tratamiento completo.
Mi hermana con todo lo que había visto y el dolor que había pasado, quedó muy sorprendida; no se esperaba todo aquello. Creía que mis días seguían siendo buenos y lo seguía tolerando bien, pero descubrió que ya mi cuerpo estaba débil; que mis venas estaban quemadas y con algunos callitos a consecuencia también de la quimio y que mi estómago estaba muy frágil.
Todo comenzaba a torcerse. La chica fuerte y valiente del principio iba desapareciendo. Esta vez era una chica frágil y muy débil.

Al salir del hospital, fue mi cuñado quien nos recogió. Entró dentro del hospital a recogernos, porque no podía dar ni un par de pasos. Nos montamos en el coche y nos fuimos. Por el camino, desgraciadamente, me volvió la fatiga, imposible de aguantar por mucho tiempo. Me contuve todo lo que pude pero nada más aparcar el coche, abrí la puerta, saqué la cabeza y vomité. Mi hermana se quedó paralizada y mi cuñado se asustó, nunca antes me habían visto así de mal. Nunca antes había mostrado mi debilidad tan en público. Cuando subí a mi casa de nuevo corriendo tuve que ir al baño a vomitar. Mi madre al verme corrió detrás mía para ver qué me pasaba, y cuando vió que estaba vomitando se acercó y me sostuvo. Cuando terminé me puse el pijama deprisa y me fuí a dormir. Necesitaba dormir y pasar esos malos momentos durmiendo y no despertar hasta que los efectos secundarios desaparecieran. Pero por desgracia, no era posible. Ya no tenía fuerzas. No podía ni mandarle un mensaje al chico. Él, por su parte, sabía que me tocaba quimio así que sospechaba por qué no daba señales de vida. Entonces ni siquiera me mandaba mensajes; solo esperaba a que me encontrara mejor para poder conocer mi estado. A veces, cuando se hacía de noche y no había recibido noticias mías, me mandaba algún mensaje de apoyo y ánimos. Pero yo, sin fuerzas, no podía ni coger el móvil, y aún menos escribir. Solamente podía abrir los ojos de vez en cuando para volver a cerrarlos de nuevo y dormir; dormir todo el tiempo. Mi madre cuando era la hora de la comida me despertaba con mucho cariño. A veces, al ser incapaz de poner un pié en el suelo, me traía la comida a la cama y con mucho esfuerzo me la comía. Aunque la fatiga me atormentara me obligaba a comer. No podía dejar de comer ya que decaería del todo y eso si que no lo podía permitir.

En ese estado me llevaba cinco días; y sin poder levantarme de la cama. Cinco días sin apenas poder abrir los ojos, sin hablar con el chico... solamente descansando. Durante esos días mis padres y hermanos lo pasaban muy preocupados. Mis hermanos venían a verme todos los días pero yo no los podía ni recibir. Entraban en la habitación, me daban un beso y me decían: “ tú puedes campeona”. Yo no tenía ni fuerzas para darles las gracias.





Los próximos capítulos de ésta historia los iré subiendo de lunes a viernes. Por lo tanto, el próximo estará disponible el lunes. Gracias por vuestro apoyo. Seguid acompañándome en mi historia. Os espero en los siguientes capítulos, aún queda mucho por contar. Muchas gracias.